Raíces aéreas
Patricia Gonzalo de
Jesús
La Bella Varsovia.
Córdoba, 2016.
Decía Juan Ramón Jiménez, en una de sus ingeniosas maldades
características, que la poesía última de Cernuda parecía traducida del inglés.
Y luego añadía: “Lo malo es que Cernuda no sabe inglés”.
Patricia
Gonzalo de Jesús no solo sabe inglés, sino checo, eslovaco y ruso, lenguas de
las que es traductora profesional, y en su poesía hay una precisión y una
sobriedad ajena a la más verbalista tradición española. Publica su primer
libro, Raíces aéreas, cuando se
acerca ya a los cuarenta años, y no hay en él ni la borrosa espontaneidad de
los tanteos iniciales ni el amateurismo del poeta tardío. Con solo este puñado
de poemas –que algo nos recuerdan a poetas norteamericanas de obra breve como
Adrianne Moore o Elizabeth Bishop– se hace un sitio entre los nombres
imprescindibles de su generación.
Patricia
Gonzalo de Jesús, como otras poetas de ahora mismo, escribe desde un punto de
vista inequívocamente femenino, ese punto de vista que las poetas de otro
tiempo trataban de disimular en sus obras de más empeño porque parecía incompatible
con la gran poesía. Pero no es panfletariamente reivindicativa, no lo necesita:
dice su verdad, mira el mundo con sus propios ojos, le basta con saber sentir y
sabe decir.
Buena parte
de los poemas de Raíces aéreas se
escriben sobre la falsilla de otros textos, a veces tan poco convencionalmente
poéticos como un prospecto médico (“Reacciones adversas” o un tratado de
botánica (“Raíces aéreas”).
El comienzo
de “Reacciones adversas” puede servir de ejemplo: “El silencio, durante
generaciones, / ha sido empleado en mi familia / como analgésico / y
antiinflamatorio local / para el alivio sintomático / de la tristeza, / la
enfermedad, / la muerte y / todo tipo de contusiones / existenciales / que
cursan con dolor leve / o moderado”.
Los
subtextos que están en la base de Raíces
aéreas a veces han sido más frecuentados por los poetas. Es el caso de la
oración (“Plegaria del poeta sin epifanía”, con su estribillo: “san Juan, ruega
por nosotros”, “santa Teresa, ruega por nosotros”…), “Génesis”, que recrea los
relatos de los nativos americanos sobre la creación del mundo o “De muliere
super bestia”, con sus denuestos apocalípticos.
“Álbum
familiar” se titula uno de los poemas. La memoria de la infancia (con lugar
destacado –“Vida útil”, “Calendario zaragozano”– para la figura del abuelo)
constituyen otro de los ingredientes del libro. Pero no hay en esas evocaciones
concesión ninguna a las mitificaciones de la nostalgia.
La “Tierra
firme” que da título al primer poema del libro es la del desconcierto y el
desvalimiento: “Porque dudo. / Porque no sé. / Porque me dijeron que no sabía.
/ Porque de profesión, mis labores”.
Esas labores
tradicionalmente femeninas, las labores domésticas (“de profesión, sus labores”
se leía en el carnet de identidad de la mayoría de las mujeres), sirven de
falsilla para la imaginería de muchos de los poemas. “Orear el dolor / antes de
doblarlo / con esmero / y colocarlo en el montón de la colada / aún por
planchar”, se lee en “Economía doméstica”, y en “Espacio practicado”: “De algún
modo esta mesa es el alambique en que se condensan / todos mis miedos: / quedar
relegada a una cocina, / las plagas, / no saber, / no entender, / no estar a la
altura de quienes me han precedido”.
Para
Patricia Gonzalo de Jesús, como para buena parte de la poesía contemporánea,
escribir es reescribir, sin que eso suponga en su caso incurrir en el pastiche
ni en el mimetismo. “Museo interior” continúa uno de los más conocidos poemas
de Wallace Stevens (“Trece maneras de mirar aun mirlo”): “Hay una decimocuarta
manera / de mirar / a un mirlo”, comienza.
“Orígenes
de las sombras y direcciones de los puntos de fuga” incluye una serie de citas
(algunas valen como poemas exentos) a las que compara con los remiendos en un
pantalón o con las anotaciones en un manual de supervivencia: “Nunca lamentes /
tu desnudez / si la alternativa es la mortaja / de la normalidad”, dice una cita
anónima; Saul Bellow firma otra: “Inesperadas intrusiones de belleza. / Eso es
la vida”.
En el poema
“Juliana de Norwich”, la mística que es considerada como la primera escritora
de lengua inglesa, se alude a Virginia Wolf y se reproduce una conocida afirmación
suya (irónica en el contexto del libro) que ya había incluido Eliot en el
último de sus Cuatro cuartetos: “All
shall be well, and all shall be well, and all manner of thing shall be well”.
“Jacob” es la
poco convencional elegía (con mucho tiene de autoelegía) a un perro bastardo,
“raro, roto y multialérgico”, que nada tenía que hacer “en este mundo de perros
/ de exposición”.
A Juan
Ramón Jiménez le sonaba la poesía de Cernuda, del Cernuda que se había alejado
de su magisterio, a poesía traducida. La poesía de Patricia Gonzalo de Jesús
nos suena a poesía esencialmente traducible, a una poesía cuyo efecto depende
menos de las sonoridades y efectos de una lengua concreta que de su
arquitectura interior.
Estupendo descubrimiento, y un consuelo para quienes hemos empezado a escribir tarde. Yo tengo 35 años y este año publicaré mis primeros poemas en revistas. ¡Ojalá algún día sea un libro entero!
ResponderEliminarEN UN BELLO PAÍS...
ResponderEliminarHay lugares propicios
al crecimiento de hongos.
Como los del cuerpo, no se ven
pero están ahí.
Hay quien los deja campar a sus anchas,
pues muchos son inocuos para el cuerpo.
Otros, más racionales,
aplican fungicida.
En el 6.º verso, donde dice "cuerpo" debe decir "Cuerpo".
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