Solo se puede tener fe en la duda
Jorge Wagensberg
Tusquets. Barcelona,
2018.
Jorge Wagensberg, fallecido recientemente, era doctor en física y profesor de “Teoría de
los procesos irreversibles” (asusta un poco el nombre de la asignatura) en la
Universidad de Barcelona, goza de bien ganada fama como divulgador cultural,
director de museos dedicados a la ciencia y prolífico autor de aforismos.
No seré yo
quien ponga en cuestión todos esos méritos, pero su última entrega aforística, Solo se puede tener fe en la duda,
suscita algunas perplejidades. Comienza con una “Brevísima teoría del aforismo”
en la que afirma con rotundidad que “el aforismo es el género literario más
científico”, ya que se ajusta como ningún otro a los tres principios que
fundamentan el método científico: objetividad, inteligibilidad y dialéctica.
Pero abrimos al azar su libro y nos encontramos con el siguiente ejemplo: “No
conozco a ningún fascista que hable más de tres idiomas”. Pues muy bien, nunca
le han presentado, por ejemplo, a ningún diplomático franquista. Claro que el
lector adivina en seguida que lo que se quiere decir va más allá de un
irrelevante dato biográfico, como confirman otros aforismos: “La escuela como
fábrica de fanáticos: enseñar dogmas en un solo idioma equivale a inocular un
virus de por vida; crear el hábito del espíritu crítico en tres idiomas
equivale a una vacuna permanente”. ¿Y no se puede enseñar el espíritu crítico
en un solo idioma o en dos? ¿Y no es posible enseñar dogmas en tres idiomas o
en cuatro? Habría que recordarle aquella frase atribuida a Unamuno a propósito
de Madariaga: “Es tonto en cuatro idiomas”.
Otras
afirmaciones de la introducción nos confirman que este divulgador científico no
siempre practica el rigor de la ciencia. No sin asombro leemos la siguiente
afirmación: “Una novela puede extenderse hasta mil páginas, quinientas o
doscientas, pero atendiendo solo a su peso, diríamos que la más científica es
la última”.
Nos
frotamos los ojos, volvemos a leer. No nos hemos equivocado: lo que menos pesa
es lo más científico y como en general “un cuento pesa menos que una novela, un
poema menos que un cuento y un aforismo menos que un poema” pues de ahí se
deduce que el aforismo es el género más científico.
Wagensberg,
sin salir de la introducción “teórica”, nos deja otras estupendas afirmaciones
sobre la literatura: “El humor se lleva francamente mal con la poesía y se
dosifica con prudencia en los demás géneros literarios. Pero un aforismo, por
serio que sea, necesita cierta dosis de humor para sobrevivir”.
¿Habrá oído
hablar Wagensberg, no ya de Jon Juaristi o de Miguel d’Ors, sino ni siquiera
del Lope de Vega de las Rimas de Tomé
de Burguillos o de Campoamor? ¿Habrá oído hablar de Cervantes y de Chesterton,
de Jardiel Poncela y de Ramón Gómez de la Serna?
La
afirmación de que, sin ciertas dosis de humor, no hay aforismos invalida la
mayor parte de su libro. Baste un ejemplo: “Los números racionales (como el
cociente de dos números enteros) resuelven la mayor carencia de los enteros,
pero no siempre sirven como solución de una ecuación algebraica (como la raíz
cuadrada de dos) o de una relación geométrica: sean, pues, los números reales”.
Un aforismo, seguimos con la introducción, puede
inspirarse en “palabras habladas o escritas” ajenas, pero, según Wagensberg,
“nadie aceptaría tal cosa si se trata de un poema, de una novela o de un
ensayo”. ¿Nadie aceptaría tal cosa? Pues se ha cargado de un plumazo la mayor
parte de la poesía latina, renacentista, barroca, neoclásica, la novela
picaresca, la novela detectivesca en la estela de Poe, toda la novela moderna
de estirpe cervantina; se ha cargado, nada más y nada menos, que la tradición
literaria.
Pero
dejemos la introducción teórica y vayamos a la práctica. El número 62 dice así:
“Lo dulce es natural, lo amargo un contrapunto cultural”. ¿Solo hay sustancias
de sabor dulce en la naturaleza? ¿No las hay de sabor amargo? Pero Wagensberg no quiere decir lo que dice,
como deducimos del aforismo siguiente, sino que “el gusto por lo dulce es
natural mientras que el aprecio de lo amargo es cultural”.
Hay más
ejemplos de imprecisión, lo que refuerza la impresión de que este libros (como
tantos otros que se publican ahora que el aforismo se ha puesto de moda) tiene
mucho de acrítica acumulación de ocurrencias. El número 656 dice así:
“Corrupciòn: amarás lo público casi como a ti mismo”. Pero ¿amar lo público es
sinónimo de apoderarse del dinero público? No me lo parece.
A
Wagensberg, como a cualquier aficionado al aforismo, le gustan las afirmaciones
rotundas, no importa si son fácilmente rebatibles. Un ejempl:. “No existen
sustancias tóxicas, solo dosis tóxicas”. O sea que, en la dosis adecuada, beber
lejía es tan saludable como beber agua.
Que
Wagensberg sabe poco de recursos literarios, lo demuestra publicando esta
obviedad: “Dos palabras bastan para montar una contradicción, por ejemplo cazador deportivo”. O “fuego helado”, “nieve
ardiente” o, en plan humorístico, “música militar!, “pensamiento navarro”, etc,
etc. Es lo que se llama oxímoron.
Hay claro
está también muchos aforismos memorables perdidos en el conjunto. El que yo
prefiero es el único ajeno que cita, uno del físico Steven Weinberg: “Con o sin
religión, siempre habrá gente buena haciendo cosas buenas y gente mala haciendo
cosas malas, pero para que la gente buena haga cosas malas hace falta la
religión”.
Con un
doctorado en física o sin él, siempre habrá gente que confunda la ciencia con
la divulgación de la ciencia y el pensamiento crítico con hablar tres idiomas.
La ciencia es una asignatura que dejamos aparcada a veces, y es un error. La divulgación científica siempres es atrayente, si es amena
ResponderEliminarUn abrazo
Nadie ha destacado nunca lo humilde que es el profesor García. Apuesto a que si presentara todas sus publicaciones en la universidad iba a obtener un montón de sexenios y promociones. Pero él prefiere sacrificarse y ser el último del escalafón. En mi admirado Estados Unidos también ofrecen puestos de ese perfil en la universidad. Son los "janitor". ¡¡Gracias por publicarme!!
ResponderEliminarSólo una nota informativa sin relevancia en relación a la crítica de su libro: J. Wagensberg falleció el pasado 3 de marzo.
ResponderEliminarUn poco raro que hable del autor en presente, cuando murio en marzo de este año.
ResponderEliminarMe sorprende que hable del autor como si siguiese vivo y dando clases en la Universidad. Murió en marzo de este año.
ResponderEliminarSí, nada más terminar la reseña me enteré de la noticia de su muerte y me pareció poco oportuno publicarla. Lo hago ahora porque lo que cuenta es el libro, que sigue en las librerías.
ResponderEliminarRetoco el comienzo de la entrada: cambio un "es" por un "era".
ResponderEliminarLa lejía se puede usar para desinfectar (y potabilizar) agua. Así que en dosis adecuadas sí se puede beber.
ResponderEliminarBeber una gota de lejía disuelta en litros de agua no es exactamente beber lejía. Pero se agradece la precisión.
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