viernes, 3 de abril de 2020

Ernesto Cardenal, poesía e historia



Poesía completa
Ernesto Cardenal
Edición de María Ángeles Pérez López
Editorial Trotta. Madrid, 2019.

A propósito de Fernando Pessoa, escribió Octavio Paz una de sus frases más citadas y también más dudosamente verdaderas: “Los poetas no tienen biografía”.
            Los poetas tienen biografía, incluso en el caso del reconcentrado (“como un ovillo vuelto hacia dentro”) Pessoa  e incluso algunos parecen ir quedando reducidos a su biografía, como ocurrió con Lord Byron, como quizá ocurra con Ernesto Cardenal.
            Monje trapense, militante antisomocista, sacerdote, fundador de la comuna de Solentiname, ministro de Cultura, partidario de la compatibilidad entre marxismo y cristianismo, abroncado públicamente por el papa Juan Pablo II, disidente del sandinismo de Daniel Ortega… Su biografía llena la segunda mitad del siglo XX.
            Poco antes de morir, en 2020, dejó lista la que quería que se considerara edición definitiva de su poesía completa, más de mil doscientas apretadas páginas que asustan un poco al lector.
            Los primeros poemas que le hicieron famosos, los epigramas en los que reescribe a Catulo y Marcial, siguen estando entre los que menos han envejecido. El amor y la sátira política se entremezclan en versos de apariencia ligera, escritos como en estado de gracia. Algunos se han hecho populares, ya sin el nombre del autor, como quería Manuel Machado: “Si tú estás en Nueva York / en Nueva York no hay nadie más / y si no estás en Nueva York / en Nueva York no hay nadie”.
            Las preferencias de Ernesto Cardenal se inclinaron luego por el poema “documental”, así lo llamó él, cada vez de mayor extensión, que miraba más hacia fuera que hacia dentro del poeta y que, en buena medida, estaba hecho con retazos de textos ajenos.
Uno de los libros más famosos de esa tendencia, El estrecho dudoso, se publicó en España en 1966 y tuvo cierta influencia entre nosotros, especialmente en la nueva poesía épica de Fernando Quiñones. En el epílogo a Las crónicas de mar y tierra, la primera de su dilatada serie de crónicas, José Hierro señaló como antecedente el poema “Conquistador”, de Archibald Mc Leigh, y “los últimos poemas históricos de Ernesto Cardenal”, aunque Quiñones busque algo distinto: “Cardenal hace algo realmente más narrativo, quedándose, en cierto modo, fuera de su poema. Los textos se acumulan en un collage, como temas diversos a los que faltan las variaciones del poeta (entiéndase esto de una manera poco estricta). Cardenal es el negativo de un poeta medieval. Si este convertía el poema en crónica, él convierte las crónicas en poemas. Pero uno y otro seleccionan más que crean”.
            Los en un tiempo tan aclamados poemas-crónicas de Ernesto Cardenal ( a veces una más o menos conseguida antología de cronistas de Indias) hoy, en buena medida, se nos caen de las manos. La primera edición de El estrecho dudoso llevaba como prólogo una extensa carta de José Coronel Urtecho, que se reproduce en esta edición, y esas páginas, al menos hasta que comienzan a hablar del poema, nos interesan tanto o más que los versos.
            A Ernesto Cardenal el poema extenso, a pesar de que fue convirtiéndose cada vez más en su preferido, da la impresión de que siempre le queda demasiado grande, de que favorece en exceso su tendencia a la dispersión, a la digresión y a la acumulación de material ajeno. El mejor Cardenal no es el del ambicioso e inabarcable Cántico cósmico (más de cuatrocientas páginas en esta edición, más de dieciséis mil versos), sino el de los poemas de su experiencia trapense, Gethsemny, Ky, el de la reescritura contemporánea de los salmos bíblicos, el de Oración por Marilyn Monroe y otros poemas.
            En Los ovnis de oro (Poemas indios), desafortunado título y subtítulo, reescribe y glosa textos de los pueblos indígenas americanos. Nada que ver con –por citar solo un ejemplo-- la espléndida recreación de Miguel Ángel Asturias en su Poesía precolombina,de 1960.
            La distensión expresiva de Ernesto Cardenal llega al extremo en Pasajero en tránsito, donde escasos poemas breves, como “Viajando en bus por Estados Unidos”, alternan con crónicas viajeras, que leídas como artículos no dejan de tener interés, pero que al estar escritas en verso (o en prosa cortada como verso) crean unas expectativas en el lector que pronto resultan frustradas. El mejor ejemplo de ello lo constituye “Viaje a Nueva York (1973)”, minucioso recuento de una visita a Nueva York que no gana nada al ser incluido en un libro de poemas. Lo mismo diríamos de la “Visita a Alemania (1973)”, donde nos refiere que en la Feria del Libro de Frankfurt encuentra algún póster suyos, que le piden autógrafos y otros insignificantes pormenores anecdóticos, entre anotaciones de interés..
            Cierto que Ernesto Cardenal nunca quiso ser lo que comúnmente se entiende por un poeta lírico, que no en vano la corriente estética en que quiso incluirse recibió el nombre de “exteriorismo” por dar a la realidad exterior (con su belleza y su fealdad) el protagonismo del poema. Lo que nos disuena en Ernesto Cardenal no es el prosaísmo, tan común en la poesía contemporánea, que abomina de lo convencionalmente poético, sino la dispersión, el escribir como dejándose ir, el dar la impresión de que sus divagatorios poemas collages (al principio sobre la conquista y la opresión de las dictaduras latinoamericanas, luego sobre la evolución, las galaxias y el origen del Universo, un poco a la manera de Teilhard de Chardin), lo mismo podrían terminar a los cien versos que a los doscientos o continuar indefinidamente después del medio millar.
            ¿Devoró el personaje al poeta? No me atrevería a afirmar tanto, pero no resulta demasiado aventurado afirmar que de los setenta años que Cardenal pasó escribiendo poemas sobra casi todo lo que escribió en las últimas cuatro o cinco décadas, o al menos sobra para el lector más interesado en la poesía que la historia y en el personaje.


1 comentario:

  1. DECIDIDO

    Decidió morir sin querer a nadie.
    Nadie le quería y fue desdeñoso.
    Todos y nadie eran uno
    que abrazaba con pescozones.

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