Demostración a Teófilo
Edición y traducción
de
Josep Rius-Camps y Jenny Read-Heimerdinger
Fragmenta Editorial.
Barcelona, 2012
Los textos sagrados que están en la base de la mayoría de
las religiones –la Biblia ,
el Corán, el Libro del Mormón– son, al margen de su aura mítica, textos, y como
tales pueden y deben ser analizados según las reglas de la lingüística, de la
crítica literaria, de la ecdótica, aunque los creyentes más fanáticos confíen
tan poco en ellos que, como don Quijote con el yelmo de Mambrino, prefieran no
someterlos a ninguna prueba.
Josep
Rius-Camps y Jenny Read-Heimerdinger nos proponen una nueva lectura de uno de
los evangelios, el de San Lucas, que no sería sino la primera parte de una obra
más amplia, a la que ellos han titulado Demostración
a Teófilo. La segunda parte de esa obra unitaria estaría constituida por
los Hechos de los apóstoles.
Se basan
para ello, además de en el minucioso análisis textual, en un manuscrito
distinto del que ha sido tomado como base en las ediciones canónicas: el códice
Beza. Un calvinista francés, Teodoro de Bèze, lo encontró en el Cenobio de San
Ireneo de Lyon en 1581. Lo salvó de la destrucción, pero prefirió ocultarlo
para no escandalizar con sus lecturas divergentes. No sería publicado hasta
1883. Se trata de un códice bilingüe –griego, latín– que data de finales del
siglo IV. Pero diversos papiros atestiguan la versión que reproduce del Nuevo
Testamento era la más extendida en el siglo II. Lo más probable es que algunos
misioneros de Asia y Frigia la llevaran consigo a las Galias, donde la
tradujeron al latín. El aislamiento de ese territorio evitaría las influencias
de la versión canónica que llegó a ser mayoritaria en las iglesias de Oriente y
Occidente.
Las
evidencias internas nos indican que el autor de la Demostración a Teófilo, aunque helenizado, es no solo
un judío, sino un rabino que conoce perfectamente la tradición hebrea. La
primera parte de su obra se incluye tradicionalmente entre los evangelios
sinópticos, pero los nuevos editores consideran que no es propiamente un
evangelio, sino que pertenecería a un género literario distinto: el de la demostración.
El destinatario de esa demostración, el “excelentísimo Teófilo” mencionado en
las primeras líneas, lo identifican los editores con el tercer hijo del sumo
sacerdote Anás, que ocupó este cargo desde el año 37 hasta el 41 d. C. Pero esa
ya es una hipótesis no verificable.
Lo que
pretende demostrar Lucas, a petición de Teófilo, a quien le han llegado
noticias al respecto, es que Jesús es el Mesías prometido al pueblo de Israel.
El prólogo explicita su intención: “Dado que muchos han emprendido / la tarea
de poner en orden un relato / sobre los hechos / que se han verificado entre
nosotros, / tal como nos los transmitieron / los que desde un principio fueron
testigos oculares / y llegaron a ser garantes de la palabra, / he decidido
también yo, / que he ido siguiendo de cerca / todos los acontecimientos desde
el comienzo, / escribírtelo con rigor y de manera ordenada, / excelentísimo
Teófilo, / para que compruebes, / referente a los informes que te han llegado a
los oídos, / su certeza”.
Lucas, de
quien no sabemos más que lo que se puede deducir de su propio texto, pretende
escribir “con rigor y de manera ordenada”; no es un iluminado, ni un místico;
trata de razonar a un judío –Teófilo– que los hechos de la vida de Jesús no son
más que el cumplimiento de las antiguas profecías y que sus discípulos han
difundido su mensaje fielmente y de acuerdo con sus indicaciones.
Los textos
del Nuevo Testamento, como cualquier otra obra que ha circulado durante siglos
en manuscritos, presentan múltiples variantes. Una buena edición es la que nos
ofrece un texto lo más cercano posible a la intención del autor, esto es, a la
versión más antigua, menos adulterada por copistas posteriores. En los textos
sagrados hay un autor divino que cuenta con un intérprete autorizado, la
organización religiosa correspondiente, que es la que determina cual es la
versión canónica y cuál la apócrifa, independientemente de su antigüedad.
Pero esos
textos –como cualquier otro texto de los considerados sagrados por una
determinada comunidad– pueden y deben ser estudiados en sí mismos, al margen de
su valor religioso. El análisis científico discurre por otra ladera, ni
desmiente ni confirma lo que es cuestión de fe.
La nueva
traducción y edición que Josep Rius-Camp y Jenny Read-Heimerdinger realizan del
evangelio de San Lucas y de los Hechos de
los Apóstoles nos permiten leer esas obras –una sola en su
interpretación– con renovada emoción, como
si las leyéramos por primera vez.
Contribuye
a ello la división del texto en “esticos”, en breves líneas a manera de versos
determinados por las pausas de sentido. La disposición en la página nos invita
así a leer de otra manera, menos apresurada, a ir pronunciando mentalmente cada
palabra, a ir saboreando a la vez su sonido y su sentido, como en la poesía. Y
apenas hay línea –“mirad los lirios del campo…”– que no despierte una serie de inagotables
resonancias en nuestra memoria personal y cultural.
La lectura
religiosa desde la fe cristiana no es la única posible de los textos del Nuevo
Testamento, ni siempre la más adecuada. También pueden leerse como leemos las
fábulas paganas, los diálogos socráticos, las enseñanzas de Buda, los poemas de
Omar Kayyam. Y su belleza y su verdad no quedan empañadas por el mal uso que a
veces se haya hecho de ellos.
Se echa en falta un estudio riguroso del cristianismo (de la figura histórica de Jesús, de los orígenes de la religión cristiana, de las biografías de sus primeros difusores, de su extensión por el mundo...) desde una perspectiva estrictamente histórica y académica, como otro hecho histórico estudiado por las ciencias sociales. O sea, un estudio en que sólo se pongan estrictamente de manifiesto los datos históricamente contrastados y verificados, al margen pues de interpretaciones, leyendas, dogmas y tradiciones eclesiásticas.
ResponderEliminar(Estamos de acuerdo, por otro lado, en el valor literario del relato evangélico.)
Bueno, se echa en falta un estudio riguroso del cristianismo si no se lee a José Montserrat Torrents. Creo que la erudición de este autor y su rigor, así como su brillante análisis de la constitución del cristianismo como religión "universal" por Pablo de Tarso o de la curiosa expresión "Jesús histórico" (o "figura histórica de Jesús". No se habla de "el Napoleón histórico" o "el Julio César histórico") son tan clarificadores que llama la atención el que sea tan poco citado. Desconocía el libro reseñado y me lo apunto de inmediato. Gracias.
ResponderEliminar