Charlas de café
Santiago Ramón y
Cajal
Edición de Francisco
Fuster
Fondo de Cultura
Econónica. Madrid, 2016.
Aparte de su obra científica, Santiago Ramón y Cajal es
autor de varias obras literarias de desigual valor. Las más interesantes de las
mismas son Mi infancia y juventud,
que no fueron las que esperaríamos en quien estaba destinado a ser uno de los
grandes investigadores de todos los tiempos, y estas Charlas de café, que ahora reedita Francisco Fuster, con el añadido
de un breve prólogo y unas escuetas notas informativas (no señala un clamoroso
error del autor –atribuirle a Manuel Machado una afirmación de su hermano
Antonio– y deja escapar errores de escaneo: un “hondero”, p. 243, se convierte
en “heredero”).
Charlas de café es una miscelánea de
“pensamientos, anécdotas y confidencias” –según se lee en el subtítulo– que fue
modificándose desde la primera edición, de 1920, hasta la última, de 1932, que
es la que Fuster reproduce. ¿Respeta así la voluntad del autor? Aparentemente
sí, en realidad no, como trataré de demostrar.
Santiago
Ramón y Cajal era un hombre sabio, muy atento a las críticas, muy dispuesto a
cambiar de opinión. De haber vivido algunos años más, uno de los capítulos de
su libro, el titulado “Sobre el amor y las mujeres”, le habría irritado, y en
algunos casos ofendido, tanto como irrita y ofende a los lectores de hoy.
Un “absurdo
anacronismo” considera Francisco Fuster “querer juzgar ideas expresadas hace
casi un siglo, valiéndose para ello de una ideología o mentalidad igualitaria
que, evidentemente, no existía en un momento –años veinte– en el que
‘feminismo’ era una palabra que apenas empezaba a sonar en nuestro país”.
Dejando
aparte lo erróneo de esta última afirmación (ya Emilia Pardo Bazán fue una
activa feminista), no se trata de juzgar a nadie de acuerdo con una determinada
ideología contemporánea, sino de la necesidad de reeditar un conjunto de
observaciones sobre el amor y las mujeres que resumen todos los peores tópicos
de la época. Este capítulo constipe, a mi parecer, un peso muerto que está a
punto de hacer naufragar el libro; después de leerlo, es difícil tomarse en
serio lo que viene a continuación.
Y sin
embargo Charlas de café podría
incluirse entre los grandes libros de aforismos españoles. El capítulo más
original resume lo aprendido por Cajal en sus más de cuarenta años de
asistencia a las españolísimas tertulias, “Acerca de la conversasión, la
polémica, las opiniones, la oratoria”. Las tertulias de café, sin las que no se
entienden ni la política ni la literatura del XIX y buena parte del XX, son ya
historia, pero las observaciones de Cajal –en las que las afirmaciones
generales alternan con pinceladas costumbristas– continúan vigentes; se leen
con provecho y a menudo con una sonrisa.
Sobre otros
muchos temas, sobre los grandes temas tratados por Marco Aurelio o Montaigne,
tratan los apuntes de este libro, sobre la amistad, la vejez, la ingratitud, la
política, la educación. No le importa demasiado, como no importa a ningún
escritor verdaderamente original, coincidir con algún antecesor. Piensa Cajal,
con razón, que los pensamientos verdaderamente significativos siempre se le han
ocurrido a más de uno. Él se cuida de indicarnos en nota su coincidencia con
algún clásico, o con algún contemporáneo, cuando es consciente de ello.
También
nosotros encontramos inesperados ecos suyos, seguramente casuales, en
escritores posteriores. “La meta es el
olvido. / Yo he llegado antes” le hace decir Borges a un poema menor. Pone así ingeniosamente en verso una idea que
ha había expresado Ramón y Cajal: “La gloria no es otra cosa que un olvido
aplazado”. También Quevedo había dicho algo semejante. Las ideas
significativas, las ideas esenciales, son de todos y no son de nadie, o solo son
del que acierta a expresarlas mejor.
Sorprendente
precursor de Borges, también lo es Cajal de algún pasaje de Ángel Gónzalez,
como aquella “máxima mínima” –la expresión viene de Jardiel Poncela– que habla
de la “dudosa superioridad” de la virtud que
paga sobre el vicio que cobra.
Resultar un
manido tópico, un lugar común entre los escritores españoles, criticar la
obsesión de lo políticamente correcto, que lleva incluso a censurar obras de
otro tiempo. Pero las obras de otro tiempo tienen un doble valor. Por un lado,
todas son un documento histórico y como tal deben ser respetadas y estudiadas
en su integridad; pero por otro, solo algunas de ellas conservan interés para el
lector contemporáneo, no únicamente para el estudioso y, si se trata de
misceláneas, pueden conservar vigencia nada más que en alguna de sus partes:
esas son las que deben reeditarse.
Eliminar
las páginas dedicadas al amor y las mujeres de Charlas de café, no es censurar el libro, ni mutilarlo, sino hacer
posible que lo veamos –sin penosas interferencias epocales– como lo que verdaderamente
es: un breviario de sabiduría que debería estar en todas las manos.
Gracias por tu reseña, José Luis. La versión que he editado -la cuarta- es de 1932, no 1934 (ese es el año de la muerte de Cajal). Yo sí creo que se respeta su voluntad reeditando esa porque es la última que él revisó. Lo que no puedo hacer como editor es ejercer de adivino y eliminar capítulos enteros del libro en función de lo que yo creo que le hubiese gustado más o menos a Cajal si hubiese vivido más. Ese capítulo, nos guste más o nos guste menos, resume el pensamiento de Cajal sobre ese tema en el momento en que se publicó el libro. Y claro que Pardo Bazán era feminista, pero nada que ver con el feminismo posterior y, mucho menos, con el actual. Yo, como editor, no siento autorizado para añadir o quitar un capítulo de un libro en virtud de que molestar más o menos al lector actual. Lo que sí puedo hacer (y eso intento en el prólogo) es tratar de explicarlo y de contextualizarlo. Un abrazo y lo dicho: mi agradecimiento de nuevo por tu lectura.
ResponderEliminarTienes toda la razón. El asunto es complejo. Esas páginas benefician poco a Cajal. No dan ganas de seguir leyendo. Quizá lo mejor sería publicar una selección de sus aforismos y anotaciones. Para eso sí estamos autorizados. Función del editor es presentar al lector actual lo que sigue vivo de los escritos de ayer. Y este libro es una miscelánea, no una obra unitaria (novela, poema) que haya de respetar en su integridad. Ahora bien, esas páginas que yo censuro deberían ser estudiadas para saber de dónde venimos y cómo se puede ser un científico ilustre y un hombre lleno de prejuicios discriminatorios en los aspectos fundamentales de la vida.
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Una selección de aforismos y anotaciones también me parece una buena idea, para un público más general (menos lector).
EliminarRecuerdo que, cuando yo estaba en la universidad, el profesor James Flath nos enseñó una vez un poema de un contemporáneo de Kipling que parodiaba mordazmente su famoso canto a las bondades del imperialismo inglés. La época no es una excusa para equivocarse. No estoy yo muy de acuerdo con lo de quitar esa parte del libro. A fin de cuentas, a Cajal no se le lee por su literatura (no científica). Si ese libro tiene interés, es, entre otras cosas, por ser reflejo de una época, con todo lo bueno y lo malo de ella. Esas páginas deben leerse más bien como un eco, y no como la voz propia del gran científico.
ResponderEliminarPues a Cajal se le debe leer hoy por su literatura no científica: era un hombre sabio, no solo un investigador. Este libro es admirable y podría estar en todas las manos. Le lastra ese capítulo que solo vale como reflejo de las miserias intelectuales de una época (parece que la inteligencia desaparecía cuando se trataba de opinar sobre la mujer).
EliminarJLGM
No he leído el libro; pero supongo, dada la índole de los otros sustantivos, que donde dice "Acerca de la CONVERSIÓN, la polémica, las opiniones, la oratoria”, el original dirá "Acerca de la CONVERSACIÓN", etcétera.
ResponderEliminarRespecto a la posible eliminación de las páginas referentes "al amor y las mujeres", no sé yo si no sería mejor solución advertir en una nota de la supresión y los motivos por los que el autor de la edición piensa que el libro gana con ella, pero, en lugar de hacerlo desaparecer completamente, relegarlo a un apéndice que el lector pueda consultar si lo desea.
La idea del apéndice es muy adecuada; yo también le he pensado como posibilidad.
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