La Fuente del
Encanto
Poemas de una vida
(1980-2021)
Andrés Trapiello
Fundación José Manuel
Lara, Sevilla, 2021.
Ningún escritor es de una pieza y menos que ninguno Andrés
Trapiello. Como su admirado Unamuno, seduce tanto como irrita, y a veces a los
mismos lectores. En La Fuente del Encanto, autobiografía y antología,
hay algunas de las páginas más hermosamente conmovedoras de la literatura
reciente y un puñado de poemas memorables con esa originalidad y esa verdad
inconfundibles que solo brotan de las aguas vivas de la tradición.
Escrito el
libro casi como un impromptu, como una improvisación (madurada, sin
embargo, durante más de cuarenta años), al lector no le importan demasiado ciertos
lapsus fácilmente corregibles ni tampoco los habituales caprichos tipográficos
en abreviaturas nombres propios, a los que uno se acaba acostumbrando. Son como
esos pequeños lunares que le dan gracia a un rostro.
Hay otros
reparos más importantes, a los que volveré luego. Pero antes quiero destacar
las páginas en las que el autor recrea su infancia, una infancia de otro siglo
–en sentido literal y figurado-- y una infancia al margen del tiempo, como lo
son todas las infancias. Costumbrismo y magia hay en esas páginas, que desde ya
forman parte de la gran literatura, muy azorinianamente espolvoreadas de
palabras perdidas, pero que aún perduran en la memoria de unos pocos y en los
libros viejos. Andrés Trapiello –como hacía Azorín-- las rescata y brillan como
joyas en esta prosa que huye de cualquier énfasis retórico.
Otro núcleo
del libro –su reescritura de Las confesiones de un pequeño filósofo, AMDG o
El jardín de los frailes-- está dedicada a la educación en diversos
colegios religiosos. Andrés Trapiello escribe con humor y sin acritud. No
idealiza aquellos tiempos, pero se muestra agradecido a unos maestros a los que
debe el fundamento de su formación intelectual y, aunque resulte sorprendente,
algunas devociones literarias, como la de Unamuno, que le han acompañado
durante toda la vida.
La poesía de la modernidad, que nace
con Baudelaire, es fundamentalmente urbana, según se acostumbra a repetir. En
tal caso, Andrés Trapiello sería radicalmente antimoderno. Pocos escritores con
tanto sentido de la naturaleza. La infancia en una aldea leonesa enlaza con los
años de madurez vividos en gran parte en un rincón extremeño, Las Viñas, en el que
firma muchas de sus mejores páginas y que tan bien conocen los lectores de sus
diarios. El canto de los pájaros, la noche estrellada, el sucederse de las
estaciones, el frescor de una fuente, las labores del jardín y del huerto, las
horas solitarias con la luna por toda compañía, son tópicos que enlazan a
Trapiello con Fray Luis y con el romanticismo inglés, con el locus amoenus
renacentista y con Leopardi, pero sin por ello convertirle en un autor
arcaizante. Su vuelta a la naturaleza resulta más novedosa y tentadora que
tantas apolilladas modernidades.
Andrés Trapiello no fue un poeta
precoz. Su primer libro, Junto al agua, de 1980, no era todavía poesía,
sino desvaída literatura. El gran salto lo dio con Acaso una verdad, de
1993. Solo a partir de entonces es uno de los nombres imprescindibles de la
poesía española, y uno de los más originales, a pesar de que insista tanto en
su rechazo de la originalidad. Como prosista, fue mucho más precoz y enseguida
nos dio artículos magistrales y los felices remansos, auténticos poemas en
prosa, de un elefantiásico diario que no escasea en aguas turbulentas.
Poemas en prosa, en el buen sentido
de la palabra (que lo tiene malo, y muy malo), son bastantes pasajes de La
Fuente del Encanto, un título que, contra lo que pudieran pensar algunos,
no es un homenaje a Villaespesa; procede del nombre de una fuente real, que
cumple su función en el libro. Hay momentos en que el autor evoca las
situaciones que dieron lugar a uno de sus poemas experienciales y esa prosa
llega a opacar el verso. Véase, por ejemplo, el poema “Tiempo del aire” (página
113) y las líneas que lo preceden.
El libro ganaría dejando para otro volumen
ciertas consideraciones sociopolíticas del autor, bien aireadas por la prensa,
en las que no voy a entrar ahora. “El hombre es un dios cuando sueña y un
mendigo cuando reflexiona”, escribió Hölderlin. Andrés Trapiello es un dios
cuando se deja llevar por el entusiasmo poético o por el fervor de la acrítica
admiración –casi culto de latría-- hacia autores como Juan Ramón Jiménez o
Chaves Nogales, y un mendigo cuando pretende hacer historia de la literatura o
dar lecciones de historia. Habría que discutir punto por punto sus afirmaciones
y no es este el lugar adecuado. Me limitaré a un ejemplo. Saca pecho una vez
más, lo hace a menudo, con que gracias a él y a Juan Manuel Bonet, ciertos
autores que habían sido arrumbados en la posguerra, por no ser de izquierdas,
volvieron a las librerías y a los manuales. El autor que está más orgulloso de
haber rescatado es, por supuesto, Juan Ramón Jiménez. “Un poeta catalán muy
influyente”, Jaime Gil de Biedma, había dicho que era “un señorito de casino de
pueblo” y, “por esas mismas fechas”, un crítico importante “lo excluyó de sus
antologías como si lo hubiera llevado a darle un paseo”. Y es entonces
cuando llegaría Andrés Trapillo, nuevo San Jorge, a rescatarle de las garras
del doctrinarismo izquierdista. Pero el cuentecillo heroico no se sostiene. El
artículo de Gil de Biedma era una deliberada provocación que se publicó en
1981, en un número de homenaje al poeta de la revista Camp de l’Arpa.
Ese mismo año del centenario se publicaron incontables homenajes, cientos de
artículos elogiosos, y una reedición de cada uno de sus libros, prologados por
los mejores críticos y poetas del momento. Y la famosa antología de Castellet
que lo excluyó (pero incluyó a García Nieto, por ejemplo) es de 1960 (reeditada
en el 65) y si tuvo eco no se debió al acierto de inclusiones y exclusiones,
sino por lo que el prólogo tenía de manifiesto generacional. Gil de Biedma
quiso poner algunos reparos al unánime ditirambo y fue acremente combatido por
ello. Entre esos infinitos homenajes a Juan Ramón Jiménez –pueden verse
enumerados en la bibliografía de Antonio Campoamor-- hubo uno, el de la revista
Poesía, que Trapiello considera, muy injustamente, snob y mejor por fuera que por dentro, de
forma que de fondo. Pero el fondo –una antología de textos juanramonianos, bastantes
de ellos poco conocidos, una tabla cronológica, un disco con la voz del poeta,
un álbum con los recortes que él iba guardando, docenas y docenas de
ilustraciones, muchas de ellas inéditas-- no desmerece en nada a la forma. ¿Y
qué decir de la alusión a Gil de Biedma, una de sus obsesiones, como “un poeta
pederasta que alardeó con cinismo de sus conquistas”, cuando de todos es sabido
que solo póstumamente se atrevió a declarar su condición homosexual y a
confesar –nunca mejor dicho-- un episodio de juventud del que no se sentía
precisamente orgulloso?
Andrés Trapiello tiene muchas
virtudes –es uno de los grandes de la literatura española y La Fuente del
Encanto lo demuestra sobradamente--, pero, lastrado por la ideología, no
parece poseer ni la falta de prejuicios ni la obsesión por el dato exacto ni la
capacidad de integrarlo en un contexto que caracterizan al estudioso.
Excelente reseña José Luís. Equilibrada y justa. Las últimas tres líneas definen con exactitud el lastre que también yo he advertido con frecuencia en Trapiello. No será lo que más agrade de tu texto, porque la crítica argumentada, que busca decir con claridad y fría precisión lo que de bueno y de malo advierte en el texto que examina, sin concesiones a la hagiografía, es inesperada por infrecuente y descoloca y molesta. Por lo general, la sinceridad en estas cosas se encomia y reclama más de lo que se tolera cuando aparece. Felicitaciones.
ResponderEliminarUn saludo desde la otra orilla.
Perdón: omití involuntariamente mi nombre "Sergio Sánchez" y mi comentario apareció firmado "Unknown"
EliminarMuy de acuerdo con la reseña. Trapiello es un excelente escritor, pero sus ideas son confusas, arbitrarias y de corte reaccionario; además, su prepotencia de descubridor de mediterráneos frente a una pretendida crítica académica sectaria e izquierdista resulta indefendible. Tampoco es de recibo esa jactancia fanfarrona de “uno no es historiador”; se nota que no lo es. Desde luego, la pulcritud del dato, de la fuente y un análisis objetivo de cada personaje en su circunstancia histórica no son el fuerte de Trapiello. Incluso su apasionante ensayo “Las armas y las letras” está plagado de errores fácticos y apreciaciones sectarias. Es absurdo, por ejemplo, descalificar totalmente a Alberti usando una crítica de Ramón Gaya, en donde al parecer este pintor favorito de Trapiello dice que en “Sobre los ángeles” sobran ángeles. Como si este juicio negativo sobre Alberti que comparte Trapiello fuera de una autoridad indiscutible. O insinuar que Alberti era un frívolo porque en una fotografía suya de miliciano escribió algo así como “la edad de oro.” O enfrentar malamente a Miguel Hernández con Alberti y señora por un presunto arrebato del oriolano contra los cobardes de la retaguardia. Es el chisme elevado a categoría para desacreditar al adversario. Cuando a Trapiello se le mete alguien entre ceja y ceja no ceja y cae en una total falta de objetividad: a degüello. Acumula juicio negativo sobre juicio negativo de manera retorcida, sin dejar ni respirar, sin permitir otra opinión más favorable o simplemente neutral. Es malo porque lo digo yo y porque “todos” (todos los que cita) piensan como yo. Lo mismo con Max Aub, que “había pensado mucho en la Academia.” Malévola insinuación. ¿Y qué? ¿No era Max Aub escritor? Normal que pensara en la Academia, no iba a pensar en montar una pescadería. A Cela le recuerda una vez más la carta maldita de 1938 calificándola de “monumento a la vileza.” Ian Gibson, el mejor biógrafo de Lorca, sale también malparado por el asunto de la búsqueda de los restos de Federico. Sender es un escritor “poco atractivo.” Así, sin más. En cambio, Juan Ramón, Gómez de la Serna, Chaves Nogales etc son maravillosos. Y cualquier escritor fascista de tercera o cuarta categoría es para Trapiello un monumento literario (quizá para colgarse alguna que otra medalla por su “descubrimiento” providencial). Trapiello parece creer que sus filias y fobias son hechos más que opiniones, lo que resulta abusivo. En este sentido, me parece un investigador nada fiable, demasiado pagado de sí mismo y lleno de prejuicios literarios e ideológicos. No juega nada limpio en este aspecto.
ResponderEliminarAhora, que como escritor Trapiello es magnífico. Su estilo clásico tiene una gran tersura y encanto. Además, es brillante y a menudo divertido. Al César lo que es del César.
Saludos.
Sr o Sra Pol: extraordinaria reflexión. Suscribo totalmente su comentario. Cuando JLGM puso aquí esta entrada pensé escribir algo así pero no acabé de dar con el tono y la pereza hizo el resto. Usted lo ha hecho por mí. Gracias
EliminarRespire hombre, que aún le va a dar algo!
EliminarAhora, si se ha quedado más a gusto, bendito sea Dios!
Ahora que lo que dice de AT es una tergiversación de quien no alcanza a entenderlo, por prejuicios y falta de competencia.