Cuentahílos. Elogio del editante
Santiago Hernández Zarauz
Trama Editorial. Madrid, 2024.
De las
buenas intenciones de Santiago Hernández Zarauz no cabe ninguna duda. Le
entusiasma el mundo de la edición, el trabajo de los editores, que es “vocación
y sacerdocio”, que requiere “fe, entrega, pasión, sacrificio”, según el
prologuista, Jesús Ruiz Mantilla, quien llega a afirmar que nunca ha visto a
ningún editor hablar mal de otro ni de ningún autor (o pocos editores conoce o
se pasa de diplomático).
Cuentahílos
se subtitula “Elogio del editante”. El término lo aclara el autor en uno de los
capítulos con sintaxis algo peculiar: “Entiendo a quien piense que ensayar un
término como editante está, cuando menos, fuera de lugar. Ante tantos
años de tradición y lucha comprendo que haya personas que no puedan imaginarse
ese término en una tarjeta de presentación. Pero más allá de la pretensión de
imponer el término, me parece que el neologismo en gerundio ayuda a entender
que la práctica editorial contemporánea es sumamente porosa, incómoda y en
constante movimiento”.
No
sabemos cómo puede ayudar a entender ese neologismo la porosa práctica
editorial contemporánea, pero sí entendemos de inmediato que este teórico de la
edición parece ignorar lo que es un gerundio.
También
ignora lo que es un incunable. Según él, Poggio Bracciolini descubrió “el texto
escondido en las páginas de un antiguo incunable del famoso De rerum natura de
Lucrecio”. Pero el humanista lo encontró en un manuscrito medieval, no en un
libro editado en el siglo XV, esto es, en la cuna de la imprenta, que es lo que
significa “incunable”.
Por
otra parte, su manera de redactar resulta, cuando menos, curiosa: “Aunque
estaba convencido de la importancia y el valor de su obra, Lampedusa escribió a
su esposa y a Gioacchino Lanza Tomasi que hicieran lo posible porque su novela El
Gatopardo encontrara algún sello editorial que la publicase después de que
casas como Einaudi y Mondadori la rechazaron”. ¿Sabrá Hernández Zarauz lo que
significa “aunque”? ¿Habrá querido decir realmente que Lampedusa quiso que se
publicara su obra “a pesar de” estar convencido de su importancia? Errores de
redacción así hay casi uno en cada página. Otro ejemplo: “Ahora, dedicado
totalmente al cultivo de la tierra, la publicación atenta del catálogo y la
administración de la distribución de libros, Atalanta es una editorial con
lectores a lo largo de todo el mundo y también es un espacio que defiende la
presencia del libro físico”.
A los errores de redacción, que se
habrían solucionado con un buen corrector de estilo, se añaden los de
información. De rerum natura –nos aclara-- es “un libro cultivado y muy
celebrado por los filósofos griegos”. Nos imaginamos a Epicuro y Demócrito
saliendo de sus tumbas para aplaudir a Lucrecio. Es un libro, además, que
“proclama la realidad del universo a través de definiciones cantadas”.
¿Definiciones cantadas? Curiosa manera de decir que está escrito en verso.
Cuentahílos, editado por el
autor en Amazon o en cualquier imprenta sin revisión ninguna, quizá habría
tenido alguna justificación. Pero no, ha sido editado por Trama, “un sello al
que uno se acerca con frecuencia para repensar los orígenes y entrar en la
conversación vigente alrededor de la hechura de los libros”. A Trama dedica Santiago
Hernández Arauz abundantes elogios. La define como “un punto de reflexión, un
espacio en el que se mira con detalle desde la gestación de una idea hasta la
gestación y los derechos de un libro impreso”. No parece, sin embargo, que su
original se mirara ni con mucho ni con poco detalle antes de editarlo.
“La
edición sin editores”, por citar el título del famoso libro de Schiffrin, no se
da solo en los grandes grupos; también parece que la practican las editoriales
independientes, esas que “entienden y asumen una responsabilidad ética con las
librerías para conservar el equilibrio del ecosistema del libro”.
Sobre el oficio de editor, una
palabra ambigua en español, se podrían decir muchas cosas al margen de los
manidos tópicos habituales, lo mismo que sobre la convivencia de la edición en
papel y de la edición electrónica o sobre la desaparición de unas librerías y
la aparición de otras más adaptadas a los nuevos tiempos (lo mismo ocurre con
cualquier negocio). Pero para eso hace falta tener algunas ideas claras, y
Hernández Zarauz no las tiene. Ni tampoco buena información, como ya hemos
indicado: cuenta a medias, basándose en las primeras informaciones de prensa,
el paso de los libros de Louise Glück de Pre-Textos a Visor, tras la obtención
del Nobel. Y se cree cualquier cosa que le cuentan. Hablando de Pessoa con un cliente
de su librería (es editor y librero), este le dice: “A mí Pessoa me cuesta
mucho trabajo leerlo… En ocasiones llegaba muy borracho a casa de mis abuelos”.
Resulta que su abuela fue, al parecer, Ofelia Queiroz, de la que Pessoa estuvo
tan enamorado. Pero Ofelia se caso en 1938, tres años después de la muerte de
Pessoa, así que difícilmente puso presentarse borracho en casa de los abuelos
del presunto nieto.
El negocio editorial es un negocio,
con sus peculiaridades, pero un negocio. El editor en tanto que empresario
invierte para obtener un beneficio; el editor, en el otro sentido de la
palabra, se ocupa de ofrecer un producto al lector –el libro impreso o digital--
en las mejores condiciones. Y lo primero para ello es seleccionar bien el texto
a editar. Si eso falla –como el guion en una película-- falla todo. Entre una
editorial y sus lectores se establece un pacto de confianza. Puedo no saber
nada de un autor que publica en Anagrama o en Acantilado, pero sé de antemano
que no es un aficionado o un principiante.
Si lo es, si en una editorial como Trama dedicada exclusivamente al libro y la
edición, me encuentro con un borrador bien intencionado y desinformado tengo
derecho a pensar en que, de algún modo, se trata de una estafa. Evitarlo es una
de las funciones del editor en el otro sentido del término, y lo mismo da que
se trate de un texto impreso o en versión digital. Lo que cambia en esos casos
es solo el soporte, cada uno con sus ventajas y con sus inconvenientes y por
eso tantas obras aparecen de las dos maneras.
El trabajo de editor en el sentdo anglosajón parece que está desapareciendo, al menos de los periódicos. Nadie revisa los textos y así vemos errores sintácticos, ortográficos, párrafos repetidos... En mi juventud un redactor jefe y después un corrector no te dejaban pasar ni una y los periódicos llegaban al kiosko a su hora.
ResponderEliminarMe ha sorprendido que un "editante" no sepa lo que es un gerundio mientras está "editando". En casa del herrero...