martes, 25 de junio de 2013

Andrés Trapiello: Crónica familiar, malvados retratos y muchas cosas más

Miseria y compañía
Andrés Trapiello
Pre-Textos. Valencia, 2013
  
Familiar, en el doble sentido de la palabra, resulta la nueva entrega de los diarios que Andrés Trapiello viene publicando, primero cada año, después cada dos años, desde 1990, Tras tantos miles de páginas, familiar nos resulta su manera de entender el género del diario, que él quiere aproximar a una dilatada novela por entregas; estamos más que acostumbrados a sus X que velan los nombres propios, a sus paseos por el Rastro, a su retiro extremeño de Las Viñas, a sus bromas y veras sobre la vida literaria.
            Pero también son estos diarios, y muy especialmente Miseria y compañía, una crónica familiar en el más estricto sentido de la palabra. Su mujer, a la que denomina M., y sus hijos, R. y G., resultan protagonistas. Unos hijos ejemplares, una mujer modélica (a ratos nos recuerda a la Paola de las novelas de Donna Leon protagonizadas por el comisario Brunetti). Juntos hacen un viaje a Italia, visitando las villas de Palladio a la orilla del Brenta, y esas páginas viajeras constituyen uno de los capítulos más representativos del libro.
            Miseria y compañía es, entre otras muchas cosas, un libro de viajes, la mayor parte de ellos profesionales, debidos a una conferencia o la promoción de alguna novela del autor. El lector habitual sabe que en la crónica de estos viajes –a Munich, a Bruselas, a Milán–  no suele faltar la burla de los anfitriones ni tampoco impresionistas evocaciones que, a menudo, van más allá de la consabida postal turística.
            La guerra de guerrillas literarias se encuentra, como siempre bien representada, para malicioso regocijo de determinados lectores (quizá los mismos a los que aburre el exceso de rosadas intimidades familiares) y para irritación de otros. Reprocha Trapiello al autor de “cierto libro sobre el mundo de los editores del que forma parte” que elogie sus diarios sobre todo por sus “malvados retratos”.
            Esos “malvados retratos”, esas vengativas semblanzas, abundan en este tomo tanto como en los otros, pero su extensión se reduce. Aparte de Jorge Herralde (que no quiso publicar la primera entrega de los diarios), aparecen los habituales Gimferrer y Gil de Biedma, Carlos Castilla del Pino, Javier Marías (a través de La fiera literaria), Víctor de la Concha, Luis María Anson… En unos casos con sus iniciales, otras veces tras una X o sin indicar el nombre, pero siempre con los suficientes datos como para que puedan ser identificados (se habla, por ejemplo, del “cura relapso que ahora dirige la Academia”).
            Tiene razón Trapiello cuando se queja de que se reduzcan su diarios a esas llamativas, y con frecuencia injustas, “maldades”; abundan también las semblanzas de amigos y maestros (ejemplares resultan las páginas que este tomo dedica a Ramón Gaya, Muñoz Rojas, Rosa Chacel). Pero no la tiene cuando afirma que las personas a las que censura o caricaturiza aparecen “siempre como parte de una ficción, veladas por su X”. El nombre de los personajes de una novela no suele ocultarse; el que se oculta a veces en crónicas o reportajes, para evitar problemas, es el de las personas reales.
            Las incómodas y caprichosas X no convierten a estos diarios en ficción. Demuestran por ello más conocimiento de los géneros literarios los vecinos de Trujillo, cuando se quejan de ciertas alusiones malévolas, que el propio autor al defenderse con la peregrina razón de que lo que escribe es una “novela” (una novela de no ficción, en todo caso, aunque no falten las fantasiosas imaginaciones).
            “El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona” afirmó Hölderlin. El Andrés Trapiello que teoriza –sobre los diarios o sobre cualquier otro asunto– resulta inferior al que se limita a hacer literatura, con frecuencia espléndida literatura, como ocurre con los intermedios líricos o aforísticos que separan los fragmentos más narrativos de sus diarios.
            Al lector de Miseria y compañía le sorprende encontrarse con una curiosa innovación tipográfica: “Tendría que estar prohibido ponerle a las calles el nombre de militares, de alcaldes, de aristócratas, de polític*s, de reyes y reinas, de obispos y de escritor*s”. En la solapa del volumen el autor la explica así: “L*s lectores de este libro hallarán también aquí esta estrella o asterisco manipulado, que hemos dado en considerar nueva vocal o vocal doble, tras haber descartado por diferentes razones el empleo de sucedáneos y equívocos, como la arroba o la xuá. El autor, tipógrafo aficionado, considera que el uso de un lenguaje inclusivo, no es ocioso ni mucho menos nocivo para la literatura escrita ni para la literatura en general. El hecho de que esta * sirva para lo escrito y no para lo hablado, no quiere decir sino que se contenta con ser leída, lo que no es poco trecho, en un camino tan largo aún”.
            ¿Y cómo puede “ser leída” esa “estrella o asterisco manipulado”?, le preguntaríamos al autor de pronto converso al feminismo linüístico. ¿”Ele”, “estrella”, “ese” lectores de este libro? ¿De “politic”, “estrella”, “ese”?
            El asterisco que propone Trapiello no es una “nueva vocal” o “vocal doble” sino una manera gráfica de representar a la vez a dos vocales, la “o” y la “a”, o la “e” y la “a”, cuando sirven para diferenciar masculino y femenino, pero la pronunciación no puede ser simultánea, por lo que de poco vale esa pintoresca abreviatura. Si rechazamos utilizar el masculino como género no marcado (que incluya al masculino y al femenino), podemos hacer lo que siempre se ha hecho cuando nos dirigimos a un auditorio mixto: decir “señoras y señores” (y no solo “señores”, que gramaticalmente –pero no socialmente– sería igualmente correcto).
            Recuento del año 2004, con su brutal atentado y sus elecciones y su boda principesca, crónica familiar y cuaderno de ejercicios de un escritor capaz de los más hondos lirismos, pero que no desdeña las trapacerías de la literatura comercial ni los enredos de los premios literarios, Miseria y compañía no defraudará ni a los partidarios ni a los detractores de Andrés Trapiello, cada vez más numerosos los primeros y no enteramente inmerecidos los segundos.

lunes, 17 de junio de 2013

Antonio Gamoneda, un poeta a contracorriente


Antología poética
Antonio Gamoneda
Selección e introducción
de Tomás Sánchez Santiago
Alianza Editorial. Madrid, 2013
  
Comienza Tomás Sánchez Santiago, excelente poeta él mismo, el prólogo a la Antología poética de Antonio Gamoneda aludiendo a su “caso”, “insólito en los usos habituales del mundo literario español”. Y ciertamente Antonio Gamoneda es un poeta insólito, pero quizá no por las razones que Sánchez Santiago señala.
            Anecdótico resulta el mayor o menor encaje del poeta con su generación (la del cincuenta, la de los niños de la guerra), sus declaraciones contra este y aquel (Benedetti, José Hierro, Ángel González), su decidida toma de partido en la lucha de banderías en que a veces se convierte la vida literaria, o una aireada marginación que no resulta incompatible con la obtención de los más altos galardones oficiales.
            Antonio Gamoneda es un poeta insólito por otras muy diversas razones. Se trata (pocos casos más hay en la historia literaria) de un poeta a contracorriente de sí mismo, de un poeta que ha hecho lo mejor –y quizá también lo menos logrado de su obra– luchando contra su tendencia natural al realismo, al dolido testimonio autobiográfico.
            Durante muchos años pareció que Antonio Gamoneda iba a ser autor de un único libro, Sublevación inmóvil, correctamente impersonal, muy en la línea de la colección Adonáis en que apareció. Antes y después había escrito más poemas, pero durante diecisiete años solo se le conocería por sus críticas de arte y su eficaz labor cultural en la diputación leonesa. La colección Provincia, que dirigía, le había puesto en contacto con los nuevos poetas españoles, y esa misma colección reapareció convertido en un poeta distinto. Descripción de la mentira había comenzado a escribirse a finales de 1975, poco después de la muerte de Franco, pero era un libro que prescindía de la anécdota, que enlazaba con el nuevo clima estético –más proclive al hermetismo y al irracionalismo– que habían puesto de moda los novísimos.
            Descripción de la mentira llamó la atención de los más avisados; Blues castellano, aparecido en 1982 en una editorial gijonesa de muy limitada difusión, defraudó a los mismos que habían admirado el libro anterior: directo, emocionante, contundente, constituía un buen ejemplo de la poesía social, que entonces parecía superada para siempre (renegaban de ella algunos de sus más conspicuos cultivadores, como José Agustín Goytisolo).
            Todo el trabajo posterior de Antonio Gamoneda va en contra de la línea representada por Blues castellano, pero él, sin embargo, ha querido mantenerlo tal cual, corrigiendo algún poema (eliminando, por ejemplo, redundancias e imprecisiones), pero sin desvirtuar su sentido ni su intención, al contrario de lo que gusta hacer con sus textos anteriores a Descripción de la mentira.
            Lápidas, de 1986, es un libro de transición y una obra que nos permite entrar en el laboratorio del poema. La mayor parte de los poemas tienen un origen circunstancial: el catálogo de un pintor, el prólogo amical a un libro de poemas, un homenaje, un libro sobre León en el que participan también José María Merino y Luis Mateo Díez. Al reunirlos en volumen se reduce al mínimo ese pretexto, se busca un máximo de universalidad. Pero queda la huella del origen y el autor la aclara en las notas finales. Tras leerlas, volvemos al libro y muchas brumas se disipan.
            En la parte tercera de Lápidas evoca Gamoneda el León de su infancia y su infancia misma, con todo su dolor y su desvalimiento. Al lector le llega, para decirlo con palabras de Antonio Machado, “confusa la historia / y clara la pena”. La misma historia, pero ya sin ninguna veladura, y sin ninguna muestra de piedad hacia sí mismo, se nos cuenta en el volumen de memorias Un armario lleno de sombra (alguna anécdota cruel ya se nos había contado en Blues castellano).
            Tras los anteriores titubeos, Antonio Gamoneda, se reinventa y se reescribe (una de sus tareas favoritas) en Edad (1987). Críticos como Miguel Casado le ofrecen la justificación teórica, y el propio Gamoneda intenta teorizar su rechazo del realismo en libros como El cuerpo de los símbolos.
            En la edición de su poesía completa, Esta luz, desaparecen las referencias al origen de los poemas de Lápidas, como si el poeta –que, sin embargo, tanto gusta de las minuciosas precisiones–  tratara de borrar pistas.
            Libro de frío (1992) y Arden las pérdidas (2003) ejemplifican a la perfección la estética que el poeta ha querido hacer suya: eliminación de la anécdota, irracionalismo metafórico, poesía que no quiere ser “literatura” sino aproximarse a la capacidad de sugerencia y falta de referencias de la música.
            En sus ejemplos más extremos, Antonio Gamoneda recuerda a aquella paloma de la que hablaba Kant, una paloma que soñaba con eliminar la resistencia del aire para poder volar más libremente, sin darse cuenta de que era precisamente esa resistencia lo que la permitía volar.
            Antonio Gamoneda ha querido huir del realismo, borrar cualquier referencia concreta, moverse en el terreno del símbolo que se simboliza a sí mismo, que no remite a nada externo. Pero la realidad le alcanza y titula Cecilia, el nombre de su nieta, un hermoso libro, que no se avergüenza de su origen, de la emoción tan común y tan humana que le da origen.
            Esa aceptación de sí mismo continúa en Canción errónea, donde ya no se tachan los nombres que dan origen al poema (“Hoy he visto a Cecilia. Su melena está llena de luz”) y el lenguaje se hace a menudo directo, coloquial, cercano al de tantos otros poetas de su denostada generación realista: “Has cruzado despacio la ciudad. / Por una vez, tú no vas a trabajar / ni a comprar una medicina ni a entregar una carta: / has salido a la calle para estar en la noche”.
            No quiere esto decir que el mejor Gamoneda sea el de Blues castellanos o el de Canción errónea, aunque en este último libro estén algunos de sus más conmovedores poemas. Gamoneda da lo mejor de sí mismo cuando trata de reescribir sus versos para eliminar de ellos toda la ganga, para dejar que las palabras vuelen solas, para esconder cualquier referencia a la prosaica realidad que está en su origen, y no lo consigue del todo. Si lo consigue, el poema se le escapa de las manos, se aleja del lector de poesía y ya solo sirve como pretexto para las elucubraciones de su corte de críticos afines.

martes, 11 de junio de 2013

Blas de Otero, poesía e historia


Blas de Otero
Obra completa (1935-1977)
Edición de Sabina de la Cruz y Mario Hernández
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores
Barcelona, 2013

No deja de resultar sorprendente que un poeta tan reconocido y admirado como Blas de Otero, un poeta que muy pronto adquirió la condición de clásico contemporáneo (algo tuvo que ver con ello una resonante lección inaugural de Emilio Alarcos), dejara tanta obra inédita. Solo en 2012 –habían pasado ya treinta años largos desde su muerte– se publicó el más extenso y, para muchos, el mejor de sus libros, Hojas de Madrid con La galerna, y no se agotaba con ese título final y magistral el arca de los inéditos, como tendrán ocasión de comprobar quienes se acerquen a su recién aparecida Obra completa.
            Una Obra completa que, afortunadamente, no es completa ni tampoco una edición crítica. Sabina de la Cruz y Mario Hernández, editores y prologuistas, se han resistido a los malos usos de las habituales ediciones académicas y nos ofrecen un volumen ejemplar, lo más cercano posible a las intenciones del autor, lo más respetuoso posible con el lector de poesía.
            Una Obra completa no debe incluir todo lo que escribió el autor, lo hiciera o no con intención literaria, se tratara de borradores o de textos acabados, sino solo aquello que dio o habría dado –la seguridad nunca es total– por válido. Los actuales editores de Fernando Pessoa tienen mucho que aprender de Sabina de la Cruz y de Mario Hernández.
            Cierto que en un poeta tan exigente, y que comenzó a publicar relativamente tarde, hay muchos poemas de interés que quedaron fuera de sus libros. Una selección de ellos se nos ofrece al final como “Complemento”. Habría sido un error colocarlos en el lugar cronológico correspondiente, algo habitual en los estudiosos que carecen de sensibilidad literaria y de respeto por las intenciones del autor.
            Lo que habitualmente se entiende por una edición crítica suele ser la peor de las ediciones posibles: aquella en la que un aplicado doctorando nos informa a pie de página de las erratas de ediciones anteriores, de las variantes que encuentra en borradores, para amontonar luego toda la información que logra acarrear de diccionarios y enciclopedias. El resultado es un poema sepultado por erudiciones varias, y a menudo impertinentes, del que resulta imposible hacer una lectura estética.
            La nota a la edición nos aclara cuanto es necesario saber sobre la intervención de los editores, siempre razonada y respetuosa. Los poemas se ofrecen luego limpios en la página para que se defiendan solos ante el lector.
            ¿Los poemas? Sí, esta Obra completa es, fundamentalmente, unas poesías completas. Aparte de sus poemas, Blas de Otero escribió muy pocas cosas y algunas de ellas –como unas conferencias pro pane lucrando–  no figuran aquí porque él no habría querido que figuraran. Cierto que también negó que Historias fingidas y verdaderas –ahora complementadas con Nuevas historias fingidas y verdaderas– fuera una colección de poemas en prosa. Pero lo sean o no lo sean, no desentonan junto a sus poemas: tienen la misma tensión, brevedad, intensidad. Prueba de ello la encontramos en “El espectro de Neruda”, un texto en prosa que forma parte del libro inédito Poesía e historia, aunque no encaja en su cronología, pero que igualmente podría formar parte de las Nuevas historias fingidas y verdaderas.
            Algo similar podría decirse de la Historia (casi) de mi vida, otra de las sorpresas del volumen, una magistral autobiografía escrita con las idas y venidas, con la mezcla de tiempos y lugares, de tantos poemas autobiográficos.
            Blas de Otero, el poeta más admirado de la posguerra española, pasó a su muerte, como suele ser habitual, un tiempo de purgatorio. El rechazo de la poesía social afectó a una parte de su obra.
            Y sigue afectándola, aunque mínimamente. Hay un Blas de Otero propagandista de los logros del socialismo real, panfletario y doctrinario. Es el Blas de Otero de “Entrada al comunismo”, con versos como “Entonces Lenin anunció / el primer plan quinquenal de la economía socialista” o “Una tercera parte de la humanidad / construye el socialismo”.
            Pero incluso en la etapa más comprometida con la directrices del Partido (así, con mayúsculas), la etapa que se inicia con Pido la paz y la palabra y sigue con En castellano, Que trata de España y el inédito Poesía e historia, el poeta puede al ideólogo y al propagandista, y los poemas se llenan de juegos de palabras, de referencias literarias, de segundas y terceras intenciones, de intensidad y magia.
            Los años le fueron añadiendo a Blas de Otero sabiduría y humor. Al melodramático poeta inicial, que ahuecaba un poco la voz, al cantor de los logros de China, la Unión Soviética o Cuba, les sucedió un maestro que gustaba de disimular su maestría, que parecía dejar que los poemas se hicieran solos, que citaba una y otra vez a su Machado y a su Rubén, a su Cervantes y a su Fray Luis, que hacía lo que quería con el soneto y con cualquier estrofa, con el verso y con la prosa.
            El mejor Blas de Otero es el de los últimos años en Madrid, el que vuelve derrotado y apaleado, aunque siguiera hasta el fin fiel a sus ideas, de sus andanzas por los países comunistas, como un don Quijote que tardíamente recobra la cordura. Pero en todos sus libros hay motivos de asombro y maravilla.
            Completan esta Obra completa unas pocas traducciones indirectas –una curiosidad, la traducción no formaba parte del trabajo de Blas de Otero–  y una serie de entrevistas que nos permiten seguir su evolución a lo largo de los años; en ellas nos habla de su vida y de su obra, defiende la poesía social, se nos muestra como un hombre de su tiempo.
            Un hombre de su tiempo fue Blas de Otero, con sus errores y sus aciertos, y un poeta de cualquier tiempo. Esta ejemplar edición de su Obra completa nos lo muestra por fin en toda su plural grandeza. “¿Dónde está Blas de Otero?”, se preguntaba a sí mismo en un poema famoso. Está, por fin, donde debe estar, junto a los clásicos que tenía siempre en la punta de la lengua. Y con la inmensa mayoría, como siempre quiso estar.

            

miércoles, 5 de junio de 2013

Fernando Pessoa y la independencia de Cataluña


Fernando Pessoa
Iberia. Introducción a un imperialismo futuro
Traducción, introducción y notas de Antonio Sáez Delgado
Epílogos de Humberto Brito y Pablo Javier Pérez López


Fernando Pessoa no solo fue el gran poeta que todos conocemos; también fue un intelectual atento a los problemas del tiempo turbulento que le tocó vivir. Sus reflexiones sobre los más diversos asuntos, sus apuntes filosóficos, sociológicos, políticos, económicos –sobre todo lo humano y lo divino–, solo muy tardíamente se han ido dando a conocer. Y aún no los conocemos en su integridad, debido a su carácter fragmentario y a la dificultad de organizar adecuadamente el selvático archivo del escritor.
            En 1980, en el volumen Ultimátum e Páginas de Sociología Política, se publicaron por primera vez, bajo el título “Da Ibéria e do iberismo”, unas sorprendentes reflexiones sobre las relaciones entre las diversas naciones peninsulares.
            “De los problemas que hoy agitan la indisciplinada vida europea –escribe Pessoa en torno a 1918–, el problema del separatismo catalán es tal vez el que más flagrantemente aborda el conflicto fundamental que se desarrolla hoy en el mundo y, por tanto, el que más enseñanzas curiosas contiene”. Para Pessoa no hay ninguna duda de que “Cataluña es una nación, un país con carácter propio”, una verdadera nación y no “una pseudo-nación como, por ejemplo, Bélgica o Suiza”.        
            En 1930, al final de la dictadura de Primo de Rivera, considera que la situación de España, es muy semejante a la de Portugal en 1910, poco antes de la proclamación de la República. Pero junto a esas semejanzas habría una importante diferencia: “Portugal es un país completamente unificado” mientras que España no sería “siquiera un país”, sino “por lo menos” cuatro: Castilla y las otras provincias donde se habla español, “aunque sea notablemente dialectal en algunas de ellas”, Cataluña, las Provincias Vascas y Galicia.
            Lo que mantiene unidos a esos diversos países es la monarquía. Por eso, tras la proclamación de la República, considera Pessoa que “la desintegración de España es un hecho definitivo” y, para compensarlo, propone, no una Federación Ibérica, sino la fragmentación de la Península en naciones independientes, entre las cuales se establecería una alianza “ofensiva y defensiva”, otra cultural, a la vez que abolirían las fronteras aduaneras.
            No es de extrañar que las reflexiones iberistas de Pessoa despertaran un interés especial en Cataluña, donde ya en 2007 aparecieron con el título de Escrits sobre Catalunya i Ibèria. A portugueses y a catalanes siempre les unió su rechazo al “imperialismo” español o –en su origen– castellano.
            Por España mostró siempre Pessoa poca curiosidad y menor simpatía, y los escritores españoles de su tiempo que se interesaron por las cosas de Portugal –Miguel de Unamuno, Eugenio d’Ors, Ramón Gómez de la Serna–  le ignoraron por completo.
            En el prólogo a Iberia. Introducción a un imperialismo futuro (el original portugués, que añade numerosos inéditos a los textos ya conocidos, se publicó en 2012), Antonio Sáez Delgado hace un minucioso repaso a las relaciones de Pessoa con la cultura española. Si los grandes nombres le dieron la espalda, Adriano del Valle le conoció en Lisboa y, a través de él, mantuvo correspondencia con algunos poetas ultraístas. Pero se trata de contactos que no tuvieron ninguna trascendencia y que solo dejaron un mínimo eco en algún diario provinciano.
            Antonio Sáez Delgado, que no deja escapar ninguna minucia erudita, muestra ideas un tanto confusas en lo que se refiere a la periodización literaria. Pessoa, afirma, “fue contemporáneo, al menos, de tres grandes momentos generacionales de la literatura española”: modernismo y 98 (“con Unamuno a la cabeza”), “el tiempo de la vanguardia histórica, marcado por el signo del ultraísmo, y el momento generacional del Veintisiete”. Pero los poetas del ultraísmo y los poetas del 27 forman dos grupos distintos –con varias coincidencias–, no dos generaciones distintas. La otra generación con la que coincidió Pessoa sería la de los novecentistas –Gómez de la Serna, Ortega, d’Ors–, sus estrictos coetáneos.
            Señala Pessoa que no hay en España “una figura que destaque por su genialidad: lo más que hay son figuras de gran talento: un Diego Ruiz, un Eugenio d’Ors, un Miguel de Unamuno, un Azorín”. Sáez Delgado, que se ocupa de anotar nombres bien conocidos, deja al lector con la incógnita de quien sería ese “Diego Ruiz”, que para Pessoa tenía la misma importancia de Unamuno y que no pasaba de un pintoresco médico y publicista de la época (primero afirmaba ser de origen gitano, luego judío y descendiente de los Álvarez de Toledo), hoy olvidado. La presencia de ese nombre junto a los otros nos ilustra bien sobre el poco preciso conocimiento que Pessoa tenía de la literatura española de su tiempo.
            Atinadas una veces, sorprendentes y paradójicas otras (“solo separados estamos unidos”, dice de los pueblos peninsulares), confusas a menudo, estas divagaciones pessoanas sobre Iberia y el imperialismo cultural se dirigen a un público bastante más restringido que sus poemas, ortónimos o heterónimos, y las prosas del Libro del desasosiego.
            Una algo enrevesada “nota filológica”, firmada por Jerónimo Pizarro, pretende “hacer explícitos algunos criterios editoriales”. Lo consigue a medias, muy a medias. Según nos indica, “se ha tenido a bien revisar la edición original del volumen Ibéria, sopesar la inclusión de algunos apéndices y preparar una edición más comercial del libro que salió en Portugal, el cual, en muchos aspectos, se puede describir como una edición crítica, algo que esta no pretende ser”. No se nos indica cuáles son exactamente esas revisiones, ni quedan claras las diferencias entre una edición “comercial” y una edición crítica. El resultado se queda a medio camino entre una edición para especialistas y una edición para todos los lectores, y quizá por eso no satisfaga ni a unos ni a otros.
Los apuntes incompletos y contradictorios para un libro que no se llegó a escribir que constituyen Iberia son una buena muestra de la plural curiosidad de Pessoa y un excelente recordatorio para los desmemoriados de que “la cuestión catalana” no es un invento reciente de los nacionalistas periféricos, sino un problema aún sin resolver de la historia peninsular.