Jorge Barco Ingelmo
Jailhouse Rock
Isla Elefante. Palma de Mallorca,
2024.
El
término “poesía de la experiencia”, como es bien sabido, lo empleó por primera
vez, para referirse a cierto tipo de poesía que él y sus compañeros de
generación pretendían practicar, Jaime Gil de Biedma. El término, pero solo el
término, lo tomó del título de un libro de Robert Langbaum, The poetry of
experiencia, donde el crítico inglés lo utilizaba para diferenciar la
poesía del romanticismo de la poesía neoclásica. El término se presta a cierta
confusión que Gil de Biedma trató una y otra vez de aclarar: “Poesía de la
experiencia no es poesía confesional. No tiene nada que ver con lo que diga el
poema, sino con la forma de decirlo. Ni quiere decir que lo que narra el poema
te haya sucedido a ti”.
Pero si toda poesía es ficción, la
llamada “poesía de la experiencia” adopta con frecuencia la forma de la
autoficción: crea un personaje que se parece al autor y a veces lleva su mismo
nombre, pero que no establece el pacto de verdad con el lector que la
autobiografía supone. Lo que cuenta es verdad, pero de una manera que no
implica la fidelidad en el dato anecdótico.
Jailhouse Rock –el título
procede de una canción de Elvis Presley-- está escrito desde el punto de vista
de un funcionario de prisiones. En la contraportada se nos indica que ese es el
trabajo de su autor, Jorge Barco Ingelmo. ¿Lo leeríamos de la misma manera si,
como suele ocurrir en las novelas, el narrador en primera persona no se
correspondiera con el autor? Probablemente no.
Es
frecuente que el personaje real que narra sus experiencias en primera persona
–sea un presidente de gobierno, un náufrago como el famoso de García Márquez o
el príncipe Enrique-- no coincida con la persona que las ha redactado, un
profesional denominado ghostwriter o escritor fantasma. Pero en cuanto
menos sepamos de su existencia, más eficaz resulta el libro. Necesitamos de ese
engaño –en poesía y en prosa-- para creernos lo que nos cuentan.
No sabemos si Gil de Biedma
consideraría o no a los poemas de Jailhouse Rock “poesía de la
experiencia” en el preciso sentido que él le da al término. El lector común sí
la considera así y eso le añade un motivo de interés al libro. Nos ayuda a ver
la vida desde otro punto de vista, que es una de las funciones de la literatura
(y no solo: también del cine). Pero Jailhause Rock no tiene únicamente
un valor costumbrista y documental (nada desdeñable, por cierto: ayuda a que se
lea sin el educado tedio con que suelen leerse los libros de poesía), alterna
humor y emoción, no abusa de los efectos patéticos, aunque a veces –como
resulta casi inevitable dado el tema-- se aproxime a ellos. “Signos
incompatibles con la vida”, uno de los pocos poemas que no se ajustan estrictamente
al ámbito carcelario, puede ejemplificarlo: “Como elegir al hombre equivocado.
/ Como que no denuncies. / Como que lo perdones y que vuelvas / a estar con él
creyendo que ha cambiado. / Como que no hagan caso a tus denuncias. / Como que
tus vecinos se acostumbren / a oír los gritos sin que les importen. / Como que
los defiendas y disculpes. / Ahora te has convertido en otro número. / 47 en lo
que va de año”. La elipsis final salva al poema.
Llenos de pequeños detalles exactos,
de apuntes costumbristas están los más característicos poemas del libro, los
que lo hacen diferente de cualquier otro libro de poemas. “Díptico permanente
revisable” contrapone, hábilmente, dos visiones de un mismo personaje,
incompatibles entre sí e igualmente verdaderas: la del psicópata asesino que
aparece en las noticias y la del preso, tiempo después, al que todos llaman
Luisito y “es gracioso, cuenta chistes”. Otro poema –si puede llamarse así,
igualmente podría incluirse en un libro de microrrelatos-- se limita a ir yuxtaponiendo párrafos de un
artículo de Javier Marías con noticias de prensa.
Abundan las notas de humor, y no
siempre de humor negro: “Dile adiós al bibliotecario”, “Demandadero”, “Cárcel
de amor”. Uno de ellos, “La chispa de la vida”, juega con un eslogan
publicitario: “Quince años de condena / y en el economato solo venden Pepsi, /
no me jodas. / Quince años me esperan sin probar la chispa de la vida”.
También hay poemas que prescinden de
la anécdota: “No todo cabe en un libro. / Fuera queda la vida. / Todo acaba al
cerrar un libro. / Dentro queda la vida”.
Dentro de este libro, que no
pretende ser sublime sin interrupción, hay mucha vida, no solo una vida que
morbosamente nos repele y nos atrae, la de los privados de libertad, la de
quienes se ocupan de ellos, también la vida de todos, con su cara y su cruz, con
sonrisas que a veces nos ponen un nudo en el corazón.
En
Jailhouse Rock la experiencia de un funcionario de prisiones se hace
poesía, pero “el juego de hacer versos”, afortunadamente, no siempre deja de
ser un juego, aunque a veces juegue a la brevedad sentenciosa. “Qué difícil ser preso / a los ojos del
mundo. / Y eso que hay presos en sus casas / creyéndose más libres. / Porque al
menos lo mío / solo es cuestión de tiempo”. Como lo de todos, si bien se mira.