Poesía incompleta I (1972-1988)
Edición de Pedro López Lara.
Hiperión. Madrid, 2025.
Todavía
hay quien piensa, y no solo dentro del periodismo cultural, habitualmente solo
bien informado de los intereses de los grandes grupos editoriales, que un poeta
alcanza la categoría de clásico cuando se editan sus poemas acribillados de
notas, cuantas más mejor, y precedidos de una amplia biografía y un repaso a
todo lo que se ha escrito sobre él, incluidas las más insignificantes reseñas
periodísticas. También en el mundo universitario, tan proclive al acrítico
acercamiento a la actualidad literaria, abunda esa idea.
Con criterio más acertado se ha
acercado Pedro López Lara, poeta y filólogo al margen de las servidumbres del
escalafón académico, a la poesía de Jesús Munárriz, un autor bien conocido,
sobre todo por su actividad de editor, pero quizá no todo lo valorado que
debiera.
A mi entender, es uno de los nombres
fundamentales de la poesía del último medio siglo —su primer libro se publicó
precisamente en 1975--, pero le ha perjudicado en su consideración la
versatilidad y la dispersión de sus publicaciones.
Respecto a lo primero, a la
versatilidad y variedad de tonos, me gusta citar una frase de Alfonso Reyes:
“Quien solo canta en do de pecho no sabe cantar, quien solo trata en verso las
cosas sublimes no vive la verdadera vida de la poesía y las letras, sino que
las lleva postizas como adorno para las fiestas”.
La poesía para Jesús Munárriz no es
un adorno para las fiestas, sino el pan de cada día. A los grandes libros de su
primera etapa, Esos tus ojos (1981) o Camino de la voz (1988),
les acompañan otros como Viento fresco, un homenaje al postismo y al
“Taller de literatura potencial” de Raymond Queneau, y juguetones poemas
ocasionales o “poemas-chiste”, coincidiendo con (o anticipándose a) Ángel
González.
No exhibe Jesús Munárriz, a la
manera de Antonio Carvajal y otros virtuosos de la métrica, sus habilidades
formales, pero ni la retórica clásica ni los viejos o novísimos
experimentalismos tienen secretos para él, tampoco el coloquialismo o el decir
llano y sin alzar la voz.
Hay en este libro de libros un
puñado de sonetos que no desmerecen junto a los del siglo de oro o los de Blas
de Otero. Y anotaciones paisajísticas, apuntes impresionistas, que recuerdan al
mejor Juan Ramón. También poemas que juntan a Leopardi con Unamuno sin resultar
por ello, en ningún caso, miméticos ni epigonales. Citaré “Serranía de Cuenca”,
un ejemplo entre muchos: “Soledad absoluta. El infinito / se ha concentrado
aquí: / peñascos rojinegros, verdes pinos, / grisáceos nubarrones, viento /
norte. / Solo rompe el silencio, intermitente, / un hacha leñadora / a la que
suele responder el grajo, / y el manantial, murmullo y borboteo / que remansa
en la fuente. / De monte a monte, el cielo se atropella / batido por el viento,
leves gotas / caen para fundirse en la humedad / que todo vivifica. / De
pronto, un claro / ilumina el silencio. El infinito / se contempla a sí mismo.
Y se sonríe”.
No publicó poco Jesús Munárriz,
aunque no de manera demasiado ordenada, pero escribió más. Otros poetas
aprovechan la reunión de sus versos, cuando la obra está ya hecha en lo
fundamental, para eliminar lo más perecedero, para prescindir de hojarasca,
borradores y textos menores. Jesús Munárriz ha preferido lo contrario: no solo
no quitar nada, sino añadir libros inéditos. Quiere mostrarse entero y
verdadero, lo mismo cuando se esfuerza en dar el do de pecho que cuando entona
una melodía ligera o incluso parece desafinar.
En una antología de poesía erótica,
irían algunos de los poemas de este volumen y en una de la poesía social o de
la poesía satírica o de cualquier otro género que se nos ocurra. Jesús Munárriz
sabe ser “sublime”, pero ni quiere ni puede ser sublime sin interrupción. Y los
lectores se lo agradecemos, incluso cuando cultiva los “Limmericks”, esas
gracietas con pedigrí anglosajón.
Pedro López Lara sabe que el trabajo
de “editor” es invisible, como el de corrector de erratas solo se nota cuando
se equivoca. ¡Y cómo se equivocan los presuntos especialistas en la edición de
clásicos o de contemporáneos como si fueran clásicos! La afamada colección de
Cátedra “Letras Hispánicas” abunda en ejemplos que podrían figurar en cualquier
Museo Provincial de Horrores. López Lara ha cotejado todas las variantes, pero
tiene el buen gusto de ofrecernos un texto limpio, acorde con la voluntad del
autor. Ha retirado los andamios que le han llevado hasta allí.
Los talleres de lectura son tan
necesarios como los de escritura. Enseñar a leer es algo más que enseñar a
leer. Solo los malos lectores y los estudiosos de la literatura (que suelen
coincidir más de lo que sería conveniente) leen las recopilaciones poéticas de
la primera a la última página y poema tras poema. Son libros para tener al
lado, para picotear en el momento oportuno (no todos lo son), para no acabar de
leerlos nunca cuando se trata de un poeta verdadero. Y Jesús Munárriz, que
ahora publica el primer tomo de sus Poesías incompletas (seguirán otros
dos y aún quedarán títulos dispersos), lo es. Un poema plural y
verdadero, un poeta completo.