Miguel Sánchez-Ostiz
Las naves quemadas
(Antología de prosas de no ficción 1985-2024)
Selección y prólogo de Alfredo Rodríguez
La Isla de Siltolá. Sevilla, 2025.
Hay una industria editorial,
que no se ocupa solo de publicar literatura, y una multitud de escritores, la
mayoría, que quedan al margen, unos voluntariamente, otros a pesar de todos sus
esfuerzos para formar parte de ella.
Alfredo
Rodríguez puede considerarse incluido en el primero de esos grupos. Ha
publicado libros de poemas, pero lo que le distingue de sus coetáneos es la
capacidad de admiración. Contra lo que suele ser habitual, dedica la mayor
parte de su esfuerzo, no a promocionarse, sino a promocionar a los maestros en
su opinión marginados. El primero de todos, José María Álvarez, con el que ha
conversado en varios tomos, como si de un nuevo Borges se tratara, y del que ha
preparado varias antologías, especialmente interesante la que dedica a sus
prosas sobre Venecia. Tras la estela de Álvarez –su devoción mayor-- ha seguido
con Miguel Ángel Velasco, Julio Martínez Mesanza y Antonio Colinas. Ahora le
toca el turno a Miguel Sánchez-Ostiz, nacido como él en Pamplona, del que
primero preparó una antología poética, Geografía de la ventura, y luego
la que ahora comentamos, Las naves quemadas, una “antología de prosas de
no ficción”.
Miguel Sánchez-Ostiz es un escritor todo terreno, uno de
los más prolíficos de la literatura actual, que comenzó publicando en pequeñas
editoriales y en la prensa regional y que pronto dio el salto a las grandes
editoriales y a la prensa nacional. A finales del pasado siglo, era uno de los
nombres que no podían faltar en los más exigentes recuentos literarios. Luego,
no sabemos muy bien por qué, las cosas se torcieron y él siguió publicando, a
veces más de un libro al año, pero en lugares cada vez menos visibles. Su
prosa, aunque alguna vez condescendiera a la queja y no desdeñara el
improperio, seguía siendo en los mejores momentos inconfundiblemente heridora y
cautivadora.
Para preparar esta miscelánea, Alfredo Rodríguez ha
tomado como modelo Opiniones y paradojas, la selección debida a Sánchez-Ostiz
de la obra de no ficción de Pío Baroja. A Baroja, por cierto, le ha dedicado
Sánchez-Ostiz una parte considerable de su labor de estudioso y biógrafo. Su Pío
Baroja a escena, que él subtitula “una biografía a contrapelo”, puede
considerarse una obra maestra del género, escrita desde la distancia adecuada,
sin los toques hagiográficos habituales y sin la animadversión de algún
biógrafo como Gil Bera.
Pero para reivindicar adecuadamente a un escritor, para
tratar de sacarlo del ostracismo, no bastan las buenas intenciones ni el
entusiasmo, cosas ambas de las que el generoso Alfredo Rodríguez anda más que
sobrado.
En Opiniones y paradojas, Sánchez-Ostiz indica al
final de cada fragmento la fecha y la obra de la que procede; Alfredo Rodríguez
prescinde de esas precisiones, sin duda por considerarlas propias de ediciones
académicas, no de las destinadas a todos los públicos como las suyas. Pero no
es ese el reproche que podemos hacerle a Las naves quemadas, sino otro
que invalida muchos de los fragmentos. Miguel Sánchez-Ostiz, que organiza su
selección en forma de diccionario, coloca al comienzo del párrafo, entre
corchetes, el tema al que se refiere Baroja. Copia, por ejemplo, la siguiente
frase: “Leerlo me parece ir sobre una mula caprichosa y resabiada que marcha
con un trotecito incómodo y hace maniobras amaneradas a estilo de caballo de
circo”. Al comienzo, añade: “Pereda, José María”.
Alfredo Rodríguez no cree necesarias esas precisiones, ya
que organiza temáticamente su selección, sin darse cuenta de que, en más de un
caso, resulta imprescindible. Uno de los breves fragmentos dice así: “Un
escritor, a quien siempre he admirado, además de por muchas páginas, por haber
entregado, sin reservas, su vida a la literatura”. ¿Y quién es ese escritor al
que Sánchez-Ostiz ha admirado? No lo sabemos. Otro ejemplo: “Son una gente
espléndida, de una bonhomía rara”. ¿Pero quién es esa gente? El aforismo no
necesita del contexto para ser entendido; los fragmentos de Sánchez-Ostiz
seleccionados, a menudo breves como aforismos, no se entienden sin el contexto
del que han sido caprichosamente extraídos. Otro ejemplo: “Tiene una elegancia
antigua, una elegancia ya anacrónica”. ¿Pero quién, Alfredo, quién tiene esa
elegancia antigua?
Al antólogo parece que se le ha ido la mano con las
tijeras y ha dejado inservible buena parte de la selección. No toda,
afortunadamente. Se salvan perfiles tan precisos como los que se dedican a
Carlos Edmundo de Ory o a Ramón Irigoyen, escrito uno con tintes oscuros y el
otro desde la admiración. Y los pasajes que refieren paseos por los bosques,
pequeños poemas en prosa sin nada del pegajoso lirismo habitual del género.
De buenas intenciones está empedrado el infierno dicen
que dijo André Gide. Para criticar a los grandes grupos editoriales, que solo
buscan el beneficio económico, André Schiffrin habló de “la edición sin
editores”. Pero esa falta es todavía más notable en muchas pequeñas editoriales
en las que nadie se ocupa de revisar el texto que el autor entrega, como si se
tratara de una autoedición.
La escritura literaria suele ser individual, aunque no
escaseen las excepciones (sobre todo en el teatro), pero la edición es un
trabajo colectivo. Intervienen en ella un buen puñado de profesionales de los
que a menudo no sabemos ni el nombre y cuya labor resulta invisible: solo se
nota cuando falta o falla. Alguien debería haberle dicho a Alfredo Rodríguez
que evitara repeticiones, que no llenara el libro de falsos aforismos, que
mostrara los diversos tonos del escritor en sus mejores páginas.
A Miguel Sánchez-Ostiz puede calificársele de desigual y
algo atrabiliario, sin duda, pero es uno de los grandes nombres de su
generación. Para que los lectores del siglo XXI se den cuanta de ello, sigue
necesitando el editor y el crítico adecuados que pongan orden en su inmensa
obra, que separen el grano de la paja, la vida convertida en literatura del mero
desahogo.
"Ostracismo", otra expresión deportiva. Dicese del jugador relegado al banquillo o ni siquiera convocado.
ResponderEliminarNo te molestaré mucho más porque voy a dedicarme a las crónicas deportivas. Del Sporting de Gijon.
Ostracismo viene de ostra, igual fue José Maria García el primero en usarlo...habría que mirar.
Pero esas frases, José Luis, no se necesita saber a quién se refieren. Da igual, no aporta nada saberlo. Lo importante es la frase en sí. Eso es lo que a mí me alimenta. Esa frase la destaco para apropiármela de algún modo y aprovecharla en un futuro referida a ota persona.
ResponderEliminarNo hay que confundir una selección de la prosa de un escritor para divulgarla entre quienes no la conocen con un cuaderno donde uno va copiando las frases que le han llamado la atención, Alfredo. Ese creo yo es el error conceptual que limita tu libro, a mi entender. Faltó un "editor" (en el sentido inglés) que lo advirtiera y te guiara. De ahí el título de mi reseña: la edición sin editores.
ResponderEliminarPero es que yo no soy un editor, ni pretendo serlo, José Luis. Tampoco un estudioso, ni un crítico literario, ni un intelectual ni un académico. Soy solo un poeta y un lector, que no es poco. Y este tipo de libros que me gusta preparar constituyen lo que yo llamo ''trabajos de lector'', y nacen no por un afán de promocionar a nadie, como dices, sino por una deuda de gratitud como lector.
Eliminar"Preparar ese tipo de libros", amigo Alfredo, es trabajo de editor, en una de las acepciones de la palabra, y ese trabajo, antes de darlo a conocer al público, debería ser revisado y aprobado por el otro editor, el de La Isla de Siltolá. Las deudas de gratitud se pagan ayudando a difundir la obra del escritor admirado, esto es, preparando una buena selección de su obra y editándola adecuadamente. No publicamos para nosotros mismos, sino para los lectores, que merecen un respeto total.
EliminarYo creo que es un muy buen libro, José Luis.
EliminarYo creo que es un gran escritor, Alfredo.
EliminarPor cierto nunca ha estado Sánchez Ostiz en el ostracismo para mi. Cuando viví en Pamplona lo primero que leí fueron sus libros sobre la ciudad.
ResponderEliminarPero eso no importa.