Pedro López Lara
Por arrabales últimos (Antología poética)
Selección y prólogo de José Cereijo
Sevilla. Renacimiento, 2025.
Los poetas que comienzan a
publicar cuando alcanzan la jubilación, o cercanos a ella, tienen mala prensa;
los que publican más de un libro al año, generalmente por medio de algún
concurso o mediante las diversas formas de la autoedición, la tienen aún peor.
El primer título de Pedro López Lara, nacido en 1963, es de 2021. Cuatro años
después es autor de once libros, de doce si contamos Por arrabales últimos, antología
a cargo de José Cereijo. Es un récord difícilmente superable y que no
predispone precisamente a favor del autor. Comenzamos a leer con cierto
prejuicio una poesía que no busca además el halago inmediato del lector:
desdeña la fácil sonoridad, la metáfora brillante, los desahogos del corazón. A
propósito de “Lo emotivo”, escribe en el poema así titulado: “Debe ser
expatriado y volver luego, / merodear por los confines del poema. / Pero
sabiéndose proscrito”.
Todo lo tenía en contra Pedro López Lara, pero termina
ganando la partida. Es un nombre a añadir a la nómina de la poesía española
contemporánea, donde abundan tanto los autores de libros de versos, que son
incontables, como escasean, ahora igual que siempre (aunque no falten quienes
piensan que más que nunca), los poetas que son algo más que mejores o peores
(por lo general, peores) versificadores.
Pedro López Lara es un artista conceptual. Sus poemas se
escriben a partir de una idea, no de una anécdota biográfica o de una emoción.
Dan la impresión de haber sido escritos en frío, pero a menudo queman. Hablan
de lo mismo que tantos poetas: del tiempo que nos hace y nos deshace, del
absurdo vivir, del sinsentido de morir. Pero lo hacen de otra manera.
El último poema de la antología –son solo tres versos,
abundan los de dos y los de uno-- nos
puede servir de ejemplo. Se titula “Desvinculados” y dice así: “Qué sentirá mi
padre muerto al enterarse / de que he muerto. / De que soy como él y nada ya
nos une”.
La paradoja final caracteriza los poemas de López Lara: “soy como él y nada ya nos une”. Una paradoja solo aparente: los muertos siguen
viviendo en los vivos que los recuerdan, y solo cuando estos desaparecen mueren
ellos de verdad. Nada nos une a los muertos cuando nosotros muramos, aunque
parezca lo contrario.
No parece haber evolución en la poesía de López Lara.
Quizá comenzó a escribir, como suele ser habitual, en la juventud, pero toda la
poesía suya que ha dado a conocer casi simultáneamente es obra de postrimerías;
su punto de vista es el barojiano “desde la última vuelta del camino”. Todos
sus libros –que podríamos considerar parte de un mismo libro-- se titulan con
una única palabra que, en la mayor parte de los casos, podría servir para
denominar a la poesía completa: Destiempo, Escombros, Filacterias, Incisiones,
Escolios… Se busca la sequedad expresiva, incluso a veces la grisura del
lenguaje académico, con su léxico peculiar, tan ajeno al lenguaje poético. Un
ejemplo extremo lo encontramos en uno de los poemas de Cápsulas. “Sobre
lo que está sucediendo / --un amor en su transcurso, por poner un ejemplo--, /
no existen todavía más versiones. / La labor filológica y la erección del
stemma / son siempre una sevicia posterior”. La palabra “stemma”, en castellano
“estema” (“en la crítica textual, esquema de la filiación y transmisión de
manuscritos o versiones procedentes del original de una obra”), debe de ser la
primera vez que aparece en un poema.
Consciente de la aparente monotonía formal y temática a
la que le aboca su poética, López Lara busca el correlato objetivo de obras
literarias o cinematográficas en los libros Museo e Iconos y en
la serie “Cultismos” de su última entrega, aparecida este mismo año, y
significativamente titulada Epílogo, como si con ella quisiera dar por
concluida su labor. Museo, de título tan manuelmachadiano, cultiva la
écfrasis en poemas como “El Cristo de Velázquez” o “Las tentaciones de San
Antonio”, pero también se acerca a obras literarias o incluso a
interpretaciones de obras literarias, como en “La Celestina de Gilman”. Un
ejemplo del peculiar acercamiento de López Lara a obras ajenas lo encontramos
en “Primavera tardía”, que parece limitarse a contar el argumento de la
película de Yasujiro Ozu: “La historia es simple: / un padre que envejece / y
una hija que habrá de cuidarlo. / Yasujiro Ozu rueda la tristeza, / que es una
cosa muy sencilla. / Lo prodigioso es ese personaje secundario / que poco a
poco va ganando cuerpo, / hasta hacerse al final protagonista / y argumento
diáfano: la vida”.
En el prólogo a la antología (en absoluto prescindible,
contra lo que suele ser habitual), José Cereijo caracteriza la obra poética de
López Lara como “el intento de racionalizar, de comprender, algo cuya raíz no
es ni racional ni comprensible, para darle de ese modo otro alcance, el sentido
final que, por excesiva inmersión en el presente, no acabó de lograr en su
día”.
No es pues una mera anécdota biográfica que esta poesía
se publique tardíamente: solo podría escribirse cuando la vida, la propia vida,
parece ya cosa del pasado. Pero solo lo parece porque toda ella resulta
contenida en el presente, como el mañana lo estaba en el ayer. Y solo en
apariencia resulta fría: es fuego helado es hielo abrasador, para decirlo con
dos oxímoron muy del gusto barroco.