jueves, 30 de septiembre de 2010

Luis Alberto de Cuenca: Frivolidad y desolación

Luis Alberto de Cuenca
El reino blanco
Visor, Madrid, 2010
El Cuervo y otros poemas góticos
Reino de Cordelia, Madrid, 2010



Hay muchas maneras de entender la poesía, y cada una de ellas tiene sus riesgos. Para Luis Alberto de Cuenca “la poesía no ha de ser un tedioso / festín esencialista e incomprensible para / los miembros de una secta”, sino “una fiesta alegre / y comunicativa en que quepamos todos / los hombres y mujeres del planeta”, según nos dice en uno de los homenajes de El reino blanco a Agustín de Foxá.
No todos sus poemas pueden considerarse como “una fiesta alegre”, pero no hay ninguno que no sea “comunicativo”, que no busque la claridad expresiva. El riesgo de esa manera de entender la poesía es la banalidad y el prosaísmo. A veces parece olvidarse de que está escribiendo un poema y lo confunde con un artículo que no desdeña el tópico ni la frase hecha. “La más alta poesía que surgió de su pluma / figura en esas páginas” nos dice a propósito de El almendro y la espada, de Agustín de Foxá. Y en el poema siguiente: “Foxá, que lleva muerto tantos años, / seguirá vivo en Cui-Ping-Sing, su obra / maestra, que escribió en el 38 / y dio a la luz un par de años después”.
Nada perdería El reino blanco si tacháramos medio centenar de los textos que incluye. O quizá sí: ganaría en concentración expresiva, pero perdería parte de su encanto. Porque lo que caracteriza a Luis Alberto de Cuenca es tocar todos los registros, no desdeñar ningún tema, por frívolo o melodramático que pueda parecer.
Comienza el libro con un conjunto de “Sueños”, de relatos oníricos que cuentan historias confusas de la más clara manera; muchos de los poemas de Luis Alberto de Cuenca, no solo los que se incluyen en esta sección, tienen una estructura semejante. Destacan el “Sueño de mi padre” y “La maleta perdida”; “Sueño turco” incurre en el humor absurdo.
“Hojas de otoño” incluye algún retórico soneto, un buen poema, “La muerta enamorada”, en la línea que se antologa en El Cuervo y otros poemas góticos, y “La maltratada”, una muestra de que al autor ningún tema le es ajeno; en este caso uno que es noticia casi diaria: la violencia de género.
“Puertas y paisajes” termina con un “Elogio del sujetador”: “Sujetadores negros, rojos, verdes / (como en Irma la Douce), sujetadores / que realzan el busto, maravillas / de encaje, seda, blonda, tul o raso, / máscaras que, al caer, dejan las pomas / del pecho temblorosas e indefensas, / no habéis dejado de inspirarme nunca”. La poesía rococó del siglo XVIII ha encontrado en el Luis Alberto de Cuenca juguetón, decorativo y fetichista su mejor heredero.
“Fetichista” es el adjetivo que aplica a las cinco seguidillas que, junto unos cuantos haikus asonantados, integran la sección siguiente. No dejan de tener gracia: “¿De qué armario de diosa / mesopotámica / sale tu lencería / de seda grana? / —De un millonario / que es quien ha renovado / mi vestuario”. Otro poeta dudaría en incluir esas chistosas ocurrencias junto a sus poemas mayores. Y no dudaría en tachar algún haiku: “El dinosaurio / de tus sueños se ha vuelto / vegetariano”.
“Caprichos” y “Homenajes” se titulan las dos secciones siguientes; caprichos y homenajes son buena parte de los poemas de Luis Alberto de Cuenca. En la primera abundan las historias disparatadas, las mujeres perversas, las fábulas sin moraleja; uno de esos poemas, “Las cuatro heridas”, parece propio –como tantos otros suyos— de un Campoamor postmoderno, de un Campoamor guionista de Almodóvar. Los “Homenajes” hablan del placer de la lectura, del gozo de la biblioteca (a Luis Alberto de Cuenca le gusta llenar sus poemas con minucias de bibliófilo sobre princeps e incunables), pero también de muchas otras cosas. “La chica de la moto” es uno de los más conseguidos homenajes al goethiano “eterno femenino” de un poeta que ha hecho de la fascinación por la mujer uno de sus principales temas; “En la tumba de Joker” y “En la tumba de Soseki”, dos emocionados epitafios a su perro y al gato de Sánchez Dragó. “La casita de chocolate” recrea, a la manera de Amalia Bautista, el mundo de los cuentos infantiles; “Verano eterno” nos muestra al Luis Alberto de Cuenca más despojado: “Mientras el cuerpo aguante / cantaremos canciones para olvidar el frío. / En las canciones es verano siempre”.
“El cuervo” es un extenso poema publicado, además de en El reino Blanco, en la antología de poemas góticos a la que da título (muy bien ilustrada por Miguel Ángel Martín). Luis Alberto de Cuenca ha llevado a la poesía el mundo de la serie negra, de los tebeos, de los cuentos de terror, de las películas populares. Los alejandrinos y el detallismo de “El Cuervo” suenan a prosa. El poeta lee “The Raven” en “una edición / vulgar, sin interés, de esas que abundan / en los expositores de los Vips. (Recordé / haber leído también la traducción francesa, / hecha por Mallarmé, del poema de Poe, / y fui en su busca. Nada. Ni rastro de ese libro: / lo había extraviado para siempre jamás.)”.
“Recuerdos” se titula la sección siguiente, y aquí están algunos de los más conmovedores poemas del libro, los que vuelven la mirada a la infancia desde los umbrales de la tercera edad. Subrayo dos de ellos, la “Carta a los Reyes Magos” y “La bruja”.
A la sección final, “Paseo vespertino”, le da título un poema de amor que podría servir también como dedicatoria del libro. Aunque la imaginería no pueda ser más tópica (“Tú y yo, amor, a caballo, por las suaves / laderas de un crepúsculo dorado”), como de videoclips o anuncio televisivo, la magia del autor consigue que olvidemos lo consabido y nos llegue intacta la emoción.
Desolado y frívolo, obsesivo y abierto a cualquier incitación temática, minuciosamente virtuoso y descuidado improvisador, sin la menor concesión a la autocrítica, Luis Alberto de Cuenca es uno de los poetas más divertidos y memorables del último medio siglo. Qué importan las prescindibles páginas de El reino blanco si no escasean las que son una alegría –una heridora alegría, a menudo— para siempre.

3 comentarios:

  1. No quisiera parecer pijotero, pero lo que (al parecer) pretende decir la última frase, ¿no quedaría mejor expresado si, en lugar de "prescindibles páginas" (que parece apuntar a que todas en el libro lo son), se hablase de "páginas prescindibles" -es decir, las que no son esa "alegría..." que se comenta?

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  2. Muy bien visto el matiz. Quedaría menos ambiguamente dicho con el adjetivo pospuesto. Pero creo que se entiende lo que quiero decir.
    Gracias por la observación

    JLGM

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  3. En efecto, para Luis Alberto de Cuenca la vida es prosa más o menos aburrida, creo recordar que dice uno de sus versos, y pretende hacer de la poesía todo lo contrario incluso en lo tocante a lo serio. Una manera de entender su poesía, y en ella su voz se reconoce. Ojo, esto tiene mérito extraordinario, pues si nos paramos a pensar, ¿a veces unas voces no suenan igual que otras, y cuál es cuál? ¿Y en qué se diferencian? ¿Y qué es lo que nos aportan de nuevo? El lector que compra un libro de este señor sabe qué cosa sea ese libro. Sabe lo que espera.

    Yamila.

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