Cerrar los ojos para verte
Premio Asturias Joven de Poesía
Editorial Universos, Mieres, 2011
Pocas veces al buen lector de poesía le habrá sorprendido tanto un primer libro como Cerrar los ojos para verte, de Rodrigo Olay. Aparece cuando el autor tiene veintidós años, comenzó a escribirse cuando tenía dieciséis, y no hay en él nada del desbordamiento sentimental, de la nebulosa rebeldía, de los tropezones con la sintaxis y la sindéresis, de la ingenua y torpe gracia que esperaríamos en un poeta de esa edad. Tampoco encontramos ningún involuntario mimetismo, ningún dejarse llevar por una voz ajena, aunque al lector apresurado le pueda parecer lo contrario, ya que pocos textos no sirven de pretexto para un deliberado homenaje.
Comienza y termina el libro con un ejercicio erudito que aúna erudición y buen humor. El prólogo lo firma un apócrifo Gonzalo de Berceo y está escrito en la monorrima cuaderna vía y en un remedo del castellano medieval. Ya el adolescente Rubén Darío hizo algo semejante parafraseando la historia de la poesía española desde sus arcaicos balbuceos. Y Rubén Darío (también Baudelaire) no deja de estar presente en este poema circunstancial que ya sirve para marcar distancias con cualquier otro principiante.
El epílogo, “Appendix probi”, podría haberlo escrito un Jorge Luis Borges que hubiera leído a Víctor Botas y fuera un buen conocedor de la poesía española contemporánea. Hacen falta muchas lecturas para desentrañar todas las claves de la bibliografía, una pieza satírica que no habría desentonado en las crónicas de Bustos Domecq.
De las muchas y bien asimiladas lecturas de Rodrigo Olay no nos queda ninguna duda: aquí están Antonio Machado (en el comienzo de “Constantes vitales” y en el soneto a él dedicado), Víctor Botas (“Historia antigua”), Gil de Biedma (“¿Existe una razón para volver?”, “Canción de aniversario”, “Según sentencia el tiempo”), Javier Almuzara (“Por la secreta escala”, “L’amour de loin”), Vicente Gaos (“porque si Dios no existe, existes tú”, escribe Olay; “existe al menos tú, si Dios no existe”, Gaos), Omar Jayyam (“Amor que no devasta no es amor”), Lope de Vega (“Cuando es amor, quien lo probó lo sabe”), Juan Manuel Bonet (“La patria oscura”), Borges (“A un poeta menor de 1989” y un poco, acá y allá, por todas partes), Kipling (“Soldado cobarde”), Miguel d’Ors (“Fatvm”)… Cito solo, al pasar de las páginas, las referencias más evidentes. En unos pocos casos se explicitan en el título: “Apostilla a un haiku de Aurora Luque”, “Con Pedro Salinas, contra Santa Teresa”.
El lector apresurado, ya lo dije antes, podría pensar que nos encontramos solo ante un brillante ejercicio escolar. Si fuera así, no sería poco. Resulta escasamente habitual que el poeta que comienza a dejar de ser inédito demuestre que conoce bien su oficio, que ha hecho los deberes. Rodrigo Olay no ignora los secretos de la métrica, jamás se le escapa un verso mal medido o un acento fuera de sitio (aunque en algún caso quiera aparecer cuidadosamente despeinado).
Pero la sorpresa mayor que nos ofrece Cerrar los ojos para verte es encontrarnos con un puñado de poemas sabios y verdaderos, que nos asombrarían y conmoverían igualmente aunque no supiéramos la edad de su autor. Son poemas que podrían figurar en cualquier antología de la poesía española actual, y que sin duda están destinados a permanecer en las antologías.
En algunos casos se trata de textos breves, como algunos de los haikus y cantares o, muy especialmente, los epitafios de “Según sentencia del tiempo”. El modelo es menos la Antología palatina (aunque también) que Kipling y Borges. No desmerece, junto a sus maestros, la memorable concisión emocionada de más de unos de estos epigramas.
Si en “El manco” tantea Olay la técnica de engaño-desengaño estudiada por Bousoño en su Teoría de la expresión poética (el poema nos hace creer que nos habla de Cervantes hasta que el último verso nos descubre que se trata de un personaje de La guerra de las galaxias), en el poema “Operación triunfo” la lleva a la perfección. Todo el poema parece que nos cuenta el auge y caída de una estrella del rock. Acá y allá se van dejando algunas pistas (“empeñado en cargar su cruz a cuestas”), pero solo el último verso (más la palabra final del penúltimo) nos desvelará quién habla y de quién habla.
Otros poemas que merecen subrayarse: “La verdad en el arte es la belleza” (“Pero no acostumbrarme, pero nunca / olvidar el milagro”); “El retrato”, soneto alejandrino (“Una sombra se escurre sobre aceras mojadas…”); “Fatvm”, sobre lo que habría ocurrido “si Aquiles no se hubiera ido a la guerra”; algunos de los poemas de amor…
La mayoría de los primeros libros, incluso cuando no se trata de un prematuro borrador, valen más que por ellos mismos por lo que permiten intuir de lo que el autor podrá llegar a ser. Cerrar los ojos para verte nos asombra por lo que su autor ya es.
Rodrigo Olay es un genio, un maestro, un ejemplo admirable. Y sus poemas exquisitos al paladar. Muy buena y sincera crítica.
ResponderEliminarMe has abierto tanto el apetito que he tenido que pedirlo a una librería de Gijón, pues aquí en Bilbao me ha resultado imposible conseguirlo.
ResponderEliminarPues espero que no resultes defraudado.
ResponderEliminarJLGM
Lo estoy leyendo, bueno más bien degustando y me parece impresionante, exquisito, toda una delicatessen.
ResponderEliminarMe alegro mucho por mi paisano (yo soy de Oviedo).
Excelente reseña, por cierto.
Saludos!!
¡Ja, ja, ja! Historia de la mierda, de Akal.
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