Diario anónimo (1959-2000)
Edición de Andrés Sánchez Robayna
Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2011
Hay libros que interesan por sí mismos, al margen de quien sea un autor, y otros que interesan solo si nos interesa su autor. Este Diario anónimo –raramente diario y en absoluto anónimo— que acaba de ser rescatado de entre las "virutas de taller" (para decirlo con una expresión de Machado que le gusta utilizar a Miguel d'Ors) dejadas por José Ángel Valente constituye un buen ejemplo de lo segundo. No es una obra literaria concebida como tal que aparece tras su muerte, al modo de los Fragmentos para un libro futuro, sino una heterogénea serie de apuntes redactados a lo largo de cuarenta años. No quiere eso decir que carezca de valor. Para los admiradores de Valente ningún placer mayor que acercarse a su mesa de trabajo, rebuscar entre sus papeles, escuchar algunas pungentes confidencias.
No todos los textos incluidos son inéditos: abundan los fragmentos de Notas de un simulador y no escasean los poemas de Fragmentos para un libro futuro. Quizá hubiera sido mejor eliminarlos o, al menos, señalar en nota, su publicación anterior. El editor, Andrés Sánchez Robayna, ejemplar por lo demás, ha preferido reproducir íntegro el contenido azaroso de estos cuadernos, salvo “más de cincuenta páginas de referencias bibliográficas de todo tipo” y “cuatro anotaciones –unas veinte líneas en total, todas ellas relacionadas con el medio literario— que estamos seguros que el autor no hubiera deseado ver impresas”. No estoy yo tan seguro de que al autor le preocupara mucho la divulgación de sus opiniones sobre el medio literario; en sus últimas entrevistas arremetió con contundencia contra los escritores que detestaba, en especial José Hierro y los poetas del cincuenta, y Gabriel Celaya y señora no se libran de algún exabrupto en estos apuntes.
¿Qué encontramos en estos “cuadernos de trabajo”, mejor que diario? En los primeros años, muchas citas de textos en inglés y en francés, preparatorias unas de sus trabajos críticos de entonces (los reunidos en Las palabras de la tribu, por ejemplo) y muestras todas de una curiosidad intelectual y de una pluralidad de intereses poco común entre los escritores españoles de aquel tiempo. También las notas de un viaje a Cuba, a finales de 1967, que me parecen entre los núcleos de interés del volumen. Valente es uno de los jóvenes intelectuales agasajados por el régimen. Se aloja en el hotel Habana Libre, en “una espléndida habitación con vistas al mar, del lado del malecón”. Como regalo de bienvenida encuentra “ron, tabaco y una caja de bombones” (estos últimos “horrendos”, precisa). Le llevan y le traen, junto a los otros invitados. Le entregan “un sobre con dinero” (no nos dice si pago de su trabajo como jurado en el premio Casa de las Américas o por otros servicios). Conoce a Heberto Padilla. “Tiene un aire inteligente y mordaz, que me agrada” es su primera impresión; luego lo encuentra “inquieto, áspero, cargado de críticas”. Charla a menudo con Lezama Lima, una de sus grandes admiraciones desde entonces. Sobre el problema de los homosexuales (su represión por el régimen) opina que “es un mecanismo de descarga de la agresividad colectiva, montado sobre el sustrato del machismo cubano”. Encuentra admirable la postura de quienes, como Rodríguez Feo, resisten “contra viento y marea, teniendo todas las posibilidades de dejar Cuba”. Encuentra reconfortantes los criterios de Haydée Santamaría sobre la creación artística y le emociona la emoción con que habla “en el espíritu del Che”. Por dos veces charla con Castro en la recepción que se ofrece a los congresistas en el Palacio Presidencia. El idilio de Valente con la revolución cubana termina, como el de tantos otros, con el caso Padilla. En un artículo publicado en la revista Triunfo en junio de 1971 escribe: “Cuantas más declaraciones hace Padilla, cuanto más asume el papel que le han impuesto, más denuncia la vulgaridad del modelo represivo por el que el gobierno cubano ha optado”.
Acá y allá, algún apunte para la polémica literaria, en la que tan activo estuvo en los últimos años. Bien conocida es su fobia al “manido y fraudulento tema de las generaciones”, sobre el que, sin embargo, no podía dejar de volver una y otra vez: “Dice el bueno de Ángel González que conoció a Barral en 1955. Yo los había conocido a todos antes. En esas fechas, yo me fui a Inglaterra y ya no volví. De su encaje en la llamada generación del 50 escribe: ‘Podría decirse de nosotros que teníamos una forma parecida de vivir y de beber, cosas ambas que unen mucho’. Ni en el vivir ni en el beber tuve nunca nada en común con ese grupo”. Quizá no en el vivir ni en el beber, pero sí en su manera de concebir la literatura, al menos en los primeros años, cuando realizó la inicial antología del grupo y no tenían inconveniente en aceptar las invitaciones del régimen cubano.
El intelectual y el polemista dejan paso, en los años finales, a las confidencias del hombre enamorado y del hombre herido por la trágica muerte –sobredosis— de su único hijo. Es otro Valente, un inesperado Valente, el que encontramos aquí, Tras un fin de semana en París con su gran amor de los últimos años escribe: “Su sonrisa, su cuerpo, la proximidad de su boca y de su hálito –de su espíritu, de la calida humedad de su espíritu—, disuelven todos los fantasmas. Coral, si alguna vez lees estas páginas, cuando yo ya no esté, sabe que te quiero”.
No falta el recuento de enfermedades y cotidianidades (Rosa Navarro le invita a una lectura de poemas en Barcelona, Ángel Campos a otra en Badajoz), muy acordes con la más banal concepción del diario.
El trasfondo de alguno de sus poemas lo leemos ahora sin literatura. Uno de los fragmentos de No amanece el cantor dice así: “Un hombre lleva las cenizas de un muerto en su pequeño atadijo bajo el brazo. Llueve. No hay nadie. Anda como si pudiera llevar su paquete a algún destino. Se ve andar. Se ve en una paramera sin fin. Al término, el ingreso devorador lo aguarda del ciego laberinto”. El 28 de febrero de 1990 escribe: “Hoy, hacia la una y media, recogí las cenizas de Antonio en Saint Georges. Caía una lluvia menuda y fría. Volví a sentir un intensísimo dolor. Hace ocho meses exactos de su muerte”. En estos casos, sobra cualquier literatura.
Anticipando las críticas que se podrían hacer a la publicación de estos apuntes, Valente cita a Robert Musil: “Lo más frecuente es que las obras póstumas evoquen de forma sospechosa las liquidaciones y los saldos”.
Algo de liquidación, saldos y rebajas hay en este Diario anónimo, pero eso no disminuye su interés –todo lo contrario— para quienes se interesan por el poeta esencial y hondo, por el inquieto pensador, por el exigente fustigador de inercias intelectuales que fue José Ángel Valente.
Feliz Navidad.
ResponderEliminarLeeré el libro de Valente. Excelente tu artículo.