Julio Escribano
Historia viva en las cartas de Pedro Sainz Rodríguez 1897-1986
La esfera de los libros. Madrid, 2011.
Recorrer el epistolario de Pedro Sainz Rodríguez, ordenado, prologado y anotado por Julio Escribano, es asomarse al siglo XX desde una perspectiva a menudo inédita o no demasiado bien conocida. Las cartas abarcan desde 1916, cuando el autor tenía diecinueve años, hasta casi la misma fecha de su muerte. Sainz Rodríguez fue, en primer lugar, un gran estudioso de la literatura española, catedrático de la universidad de Oviedo con poco más de veinte años, pero sus intereses políticos no resultaron menores y predominan en esta selección de cartas. Dos grandes núcleos encontramos en ella. El primero, más breve, lo ocupa su paso por el ministerio de Educación Nacional entre 1938 y 1939; el segundo abarca casi cuarenta años y refleja su etapa de exiliado en Lisboa y de conspirador monárquico al servicio de don Juan de Borbón.
La correspondencia como ministro muestra su constante intervención en asuntos menores, a favor de unas personas, “de clara significación derechista”, y procurando la rápida depuración de otras. “Me parece vergonzoso –nos dice en una carta de 1937, cuando aún no era ministro— que a ese señor se le conceda la más mínima beligerancia y creo que debería ser objeto de sanción y depuración. No sé los trámites que son precisos para esto, pero yo estoy dispuesto a hacer lo que fuera menester para que no prevalezcan estos personajes turbios y arribistas”. Ya ministro, no se muestra muy propicio a flexibilizar la rigidez de las sanciones. A una joven que le ruega desde Cádiz se suspenda la separación de su padre del cargo de maestro nacional, le responde: “Siento manifestarle que no es posible acceder a su petición, dados los informes que obran en la Comisión Depuradora y a la propia confesión de usted en su carta de referencia, al decir que su padre se había apuntado en la Masonería un mes antes del Movimiento”.
La indefensión de los profesores, incluso de los partidarios, queda clara en la información que le da, “confidencialmente”, a Queipo de Llano por si “cree conveniente intervenir”: “Recibo de Sevilla una carta del catedrático del Instituto don Enrique Báncora Sánchez en la que me comunica que, por haberse negado a rectificar una nota, el teniente coronel de Estado Mayor Sr. González Pons, vestido de uniforme, le apaleó y abofeteó a la salida del Instituto. No entro en el fondo de la cuestión ni tampoco en el fundamento que tendría este teniente coronel para proceder así, pero como sé que usted es hombre que sabe imponer su autoridad a todos le comunico el caso para que se informe de lo ocurrido y vea si la conducta de ese señor teniente coronel puede tener justificación. Desde luego, y visto el caso desde fuera y sin antecedentes suficientes me parece un abuso de poder el proceder así yendo vestido de uniforme, por cuyas circunstancias el apaleado no podría repeler la agresión sin incurrir en gravísimas responsabilidades de índole delicadísima”.
Sorprende el empeño de Adolfo Alas, uno de los hijos de Clarín, en lograr por mediación de Sainz Rodríguez una buena colocación a Asturias, pocos meses después de que su hermano, rector de la Universidad , hubiera sido ejecutado. En carta al marqués de Vega de Anzo leemos: “Me escribe don Adolfo Alas Argüelles, diciéndome que hay dos cargos vacantes en Asturias muy apropiados para él y para cuya designación sería muy conveniente la atención por parte de usted. Uno de estos cargos es el de Inspector de los servicios de venta y depósito de explosivos y superfosfatos de las provincias de Asturias y León; el otro, el de director de la Compañía de Gas y Electricidad de Gijón”.
Solicitar y conceder favores fue, a juzgar por estas cartas, la actividad principal de Sainz Rodríguez como ministro. Poco antes de su cese, contento porque le han informado de que irá de embajador a Buenos Aires, escribe al marqués de la Eliseda : “Si tienes algo que pedir a este ministerio, hazlo pronto y serás complacido, pero a mi vez quiero pedirte una cosa, que es el único remordimiento que me queda de mi paso por el Poder: que coloques a Emilio López Bisbal”. Obviamente, el tráfico de influencias no estaba ni penalizado ni mal visto en aquellas fechas.
Pero a Sainz Rodríguez no le nombran embajador en Buenos Aires ni le dan ningún otro cargo. Desengañado, marcha a Lisboa y las largas cartas que escribe desde allí, muchas de ellas con nombres en clave, están destinadas a coordinar una oposición monárquica capaz de desalojar a Franco del poder. En el exilio ha descubierto, como escribe a Pemán (cuyo nombre clave es “Q”) que “la fuerza de Franco no dimana de ninguna habilidad política, sino del hecho de poseer un ejército y una numerosa policía en los que se gasta el 60 por ciento del Presupuesto nacional. La fórmula mágica de Franco es la violencia policial”. Por una carta de 1976 sabemos que sus desencuentros con el dictador vienen de muy atrás: “Efectivamente, estábamos juntos cuando nos dieron la noticia de que había sido elegido Franco, y yo me puse furioso porque tenía la seguridad de que ‘ni con agua caliente’ (así lo dije casi a voces) soltaría el puesto, ni daría el puesto mientras viviera a la Monarquía ”. Pero esa seguridad no le impidió aceptar, poco después, el nombramiento de ministro.
Para el interesado en la historia reciente de España esté libro ofrece pequeños detalles exactos que ayudan a entender los acontecimientos al margen de prejuicios ideológicos. Los de Julio Escribano están muy claros y asoman acá y allá de la más pintoresca manera. En la entrada de uno de los capítulos (las cartas se agrupan siguiendo, aproximadamente, las distintas etapas históricas) escribe: “Al ascenso de El País durante el primer año de publicación ha seguido un descenso, presentando con frecuencia un periódico superficial, agrio y mal informado. Se observa pérdida de crédito ante los lectores y menos ejemplares vendidos”.
También el curioso de vidas y hombres puede encontrar en este nutrido volumen materia inagotable, como en unos nuevos episodios nacionales. Luis María Anson –muy elogiado en diversos pasajes y quizá su inspirador— lo prologa con sus mejores modos retóricos.
Ya sabíamos que no todo fue blanco y negro durante el régimen de Franco. Algunos de los más cualificados franquistas, como José María Pemán, parece que no lo fueron tanto, aunque a pesar de ello lo fueran demasiado.
Intrigante, vividor y sabio, Pedro Sainz Rodríguez resulta todo un personaje. Este epistolario –que no oculta sus sombras— lo confirma.
Estimable José Luís, ¿no le parece que, cuando el tiempo apremia, parece que es perderlo dedicarse a leer estas tonterías y libros supérfluos?
ResponderEliminarSi la incultura no siguiera siendo tan atrevida como para leer comentarios como el suyo,tal vez aprendería usted, entre otras cosas, que la palabra superfluo carece de tilde, es decir, de acento.
EliminarHoy se abofetea a los maestros (y a los médicos) sin necesidad de uniforme...
ResponderEliminarEstimado Joaquín, no me parece que sea perder el tiempo conocer un poco mejor la intahistoria de mi tiempo. Pero cada uno tiene sus intereses.
ResponderEliminarJLGM