jueves, 31 de mayo de 2012

Stephen Gundle: Un crimen de ayer, una historia de hoy


Stephen Gundle
La muerte y la dolce vita
Seix Barral. Barcelona, 2012

Paseando un domingo por el mercado de Porta Portese, en el Trastevere, el historiador Stephen Gundle se encontró con un paquete de revistas y recortes de periódicos atados con una cuerda. Todos ellos hablaban de una mujer, Wilma Montesi, que había aparecido muerta en extrañas circunstancias. Pero docenas de mujeres eran –y son–  asesinadas y sin embargo apenas merecen unas pocas líneas en el diario del día siguiente.
            La muerte de Wilma Montesi parecía destinada a no tener apenas resonancia fuera del ámbito familiar. Una joven de veintiún años sale a dar un paseo, no regresa a cenar y a los dos días se encuentra su cadáver en una playa de la costa cercana a Roma. Se piensa en un suicidio o en un accidente.
            Aquel crimen –todavía no resuelto– marcó una época, dio origen a varios libros y a una película que escandalizó a la sociedad bien pensante: La dolce vita, de Federico Fellini.
            Los recortes periodísticos que Stephen Gundle encontró en el Trastevere, unido a su interés por el cine y la historia contemporánea, le llevaron a investigar un crimen que conmocionó a la sociedad italiana de su tiempo, que fue noticia en todo el mundo (un entonces joven periodista, Gabriel García Márquez, le dedicó varias crónicas) y que a punto estuvo de acabar con el gobierno de la todopoderosa Democracia Cristiana.
            El resultado es un libro minuciosamente documentado y escrito con la agilidad del mejor periodismo, La muerte y la dolce vita, cuyo subtítulo resulta el más adecuado resumen: “La cara oscura de Roma en la década de 1950”.             La cara oscura de aquella Roma hedonista e hipócrita que comenzaba a dejar atrás la miseria de la posguerra, que estaba fascinada por el cine, por el milagro económico, por los secretos de alcoba de la gente guapa.
            La pregunta sobre quién mató a Wilma Montesi, que acaba quedando sin resolver, va perdiendo poco a poco importancia. A nosotros, lectores de ahora, nos importan más otras cosas, las mismas que ya sedujeron a los lectores de entonces.
            Debemos agradecer a Stephen Gundle que con tan fascinante material en su mano haya resistido la tentación de escribir una novela. El caso de Wilma Montesi, muerta en 1953, tiene mucho en común con el asesinato de otra joven, Elizabeth Short, cuyo cadáver mutilado apareció en un descampado de Los Ángeles en 1947. Acaba de publicarse una de las novelas inspiradas en ese suceso, Confesiones verdaderas, de John Gregory Dunne. A pesar de los retóricos elogios que Rodrigo Fresán le dedica en el prólogo (“nutrido elenco de secundarios de primera, diálogos como disparos a quemarropa y silencio como shots de bourbon”), a las pocas páginas lamentamos que lo que podría haber dado lugar a una rigurosa crónica se desperdicie en una novela. Novelizar una apasionante historia real es como ir al mercado, comprar los mejores productos de la temporada y luego servirlos muy cocinados y embadurnados de más o menos convencionales salsas.
            Stephen Gundle no cae en ese error. Su libro es una crónica de sucesos y muchas cosas más, entre ellas la historia de dos calles, Via Margutta y Via Veneto, que representan dos mundos, el de la bohemia artística y el de los ricos y famosos, dos mundos con algo en común: el desafío a la moral convencional.
            El caso Montesi contribuyó en gran medida al desarrollo de cierto tipo de prensa, la escandalosa prensa del corazón, la que vivía de los secretos de alcoba, la que propició la aparición de los paparazzi, incansables fotógrafos indiscretos (el nombre se lo dio Fellini).
            En la Italia de los años cincuenta, donde la iglesia católica imponía su moral y mantenía sus privilegios gracias a la Democracia Cristiana, el partido comunista tenía una gran fuerza, era un rival peligroso. El caso Montesi amenazaba un sistema político que era una garantía para el mundo libre. De ahí que Estados Unidos se preocupara tanto como el Vaticano por conseguir que las cosas no llegaran demasiado lejos.
            No llegaron. Pagaron los periodistas que habían desvelado el escándalo, también algunos testigos, pero todos los acusados quedaron en libertad sin cargos. Los principales era Ugo Montagna, un marqués siciliano, bien relacionado con la Mafia, que hacía sustanciosos negocios a base de invitar a partidas de caza en su finca de Capocotta a las más destacadas personalidades de la política (también les facilitaba drogas y fáciles jovencitas), y Piero Piccione, músico de jazz, hijo de un ministro del gobierno (vivía en casa con el padre), y amante de Alida Valli, la vengativa condesa Silvia de Senso. Las presuntas o no tan presuntas orgías de Capocotta (tan semejantes a las que luego haría famosas Berlusconi) fascinaron a la imaginación popular. La democracia cristiana salió fortalecida de aquel envite. A Giulio Andreotti, ministro del Interior, todavía le quedaban muchos gobiernos que presidir.
            La cara oscura de Roma en la década de 1950 no es la cara oscura de la Roma de hoy (o de la España de hoy), al menos aparentemente. Muchas cosas han cambiado. Pero, como se afirma en la famosa novela de Lampedusa, a veces es necesario que muchas cosas cambien para que todo siga igual.

1 comentario:

  1. Sí. La mejor forma de que toda siga igual es el cambio continuo. Después de leer tu reseña, me apetece mucho leer el libro.

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