martes, 22 de enero de 2013

Ferran Planes: La historia y otras bromas pesadas


Ferran Planes
El desbarajuste
Traducción de Carlos Manzano
Libros del Asteroide
Barcelona, 2012


Las ilusiones republicanas, la derrota de la guerra civil, las desventuras del exilio se han contado muchas veces, pero nadie las ha contado como Ferran Planas en un libro de expresivo título, El desbarajuste, publicado en 1969, olvidado después, y rescatado recientemente, primero en su catalán original y ahora en la traducción al español.
            A Ferran Planas la censura le cortó solo algunos párrafos, restituidos en las nuevas ediciones, quizá engañada por el humor y el distanciamiento con que trata los acontecimientos de la guerra civil y la República.
            Ferran Planas (1914-1985) no era un escritor profesional. Además de este libro solo publicó otro, Caminos (1976), en el que hace repaso de sus andanzas viajeras. Pero cuenta su vida como cualquier buen narrador cuenta una historia, alterando la cronología, despertando el interés del lector desde el principio.
Comienza inesperadamente en Delle, una pequeña localidad francesa cercana a la frontera suiza, en 1940. Luego refiere cómo había llegado hasta allí, esto es, cómo había salido de España tras la derrota republicana, y prosigue narrándonos las peripecias del exilio. Un exilio breve, termina en 1943, pero en el que hay tiempo para cárceles, trabajos forzados, una novelera evasión y un período de vida rural y de felicidad campestre, en el sur de Francia, al margen de la historia.
            No hay primores de estilo en la narración de Planas; no hacen falta. Con el desenfado barojiano, pero sin rencor ninguno, nos cuenta sus idas y venidas, sus esfuerzos por sobrevivir. Los cuatro años del exilio ocupan más de un tercio del volumen. Y no hay en ellos ninguna concesión al tópico. Planas cuenta lo que ha visto, lo que ha vivido. Se calla algunas cosas, según nos advierte en el prólogo: “No os diré toda la verdad, pero os prometo que nada de lo que os contaré será mentira”. Y calla parte de la verdad para no “envenenar” sus palabras, para no hacer daño a quienes todavía viven.
            Cuando cuenta su vida, Planas acierta siempre, y acierta cuando reflexiona con buen sentido sobre el “desbarajuste” de la historia de España. Pero comete algunos curiosos errores en hechos concretos (también le atribuye la expresión “burgos podridos”, de Marcelino Domingo, a Manuel Azaña) como señalar que “el lunes, día 13, un emisario del Palacio Real fue a la cárcel para parlamentar con los republicanos presos y disponer los detalles del traspaso de poderes” (sabido es que esa entrevista entre Romanones y Alcalá Zamora tuvo lugar en casa de Gregorio Marañón). Otro mínimo error, que nos indica que no es un historiador el que escribe: “El rey Alfonso XIII, entre otros, pudo coger tranquilamente, en la estación de El Escorial, el tren que lo llevó a París”. De sobra sabemos que lo que cogió fue un barco en Cartagena.
            Lo que importa es su visión de la guerra, nada heroica, nada idealizadora del ejército republicano. Ferran Planas vivió los desmanes de los meses iniciales como una “tragedia”. “Y es inútil consolarse –añade– pensando que en el bando de los ‘buenos’, de los ‘nacionalistas’, pasaba algo parecido. Yo lo sabía o lo supe, pero no lo vivía”.
            En los primeros momentos, como secretario de Ayuntamiento en el pueblo de Súria, le encargaron convertir el convento de monjas dominicas de la localidad en hospital. Allí, en una celda, encontró un paquete de cartas que una de las monjas le había escrito a otra. “Era un documento humano impresionante”, indica. Aunque señala que entonces las leyó y releyó “con morbosidad”, ahora las comenta como una muestra de “la candidez y la inocencia de dos mujeres alejadas del mundo, pero que no podían disimular su condición humana”. Cita algún fragmento: “¿Te acuerdas de aquel día en que nos vimos en el jardín? Tú estabas pálida y triste. Yo te miraba para ilusionarte con mis ojos y demostrarte que te quería. Por las noches soñaba contigo…”
            Buena parte de la guerra la pasó en Andalucía, como jefe de una batería que apenas si llegó a disparar. No disimula el poco heroico final. El día 2 de abril en la plaza Mayor de Guadix se escenifica la llegada del nuevo régimen: “Mi familia y yo asistimos, pero antes me había arrancado cobardemente las insignias de teniente rojo que, paradójicamente, eran de color dorado. Estábamos acostumbrados a mantener los puños cerrados y costó un poco estirar la mano”. Como todos cantó el Cara al sol y se unió a los gritos de verdadero o falso júbilo: “Solo las piedras de la calle y los que estaban escondidos lloraban”.
            La tercera parte del libro, la más breve, se titula “La República”. En ella se nos cuenta, por fin, la infancia del protagonista, sus dos años en el seminario, su precoz iniciación política. Como militante de Esquerra Republicana, participó lleno de entusiasmo en la fugaz proclamación del Estado catalán dentro de una inexistente República Federal Española en octubre del 34. Izó la bandera catalana con la estrella en el balcón del Ayuntamiento y redactó la proclama que terminaba con un “¡Viva la República catalana!”. Pero no vivió más que unas horas, y el hombre que escribe tantos años después, en la España franquista, considera “muy sensato” aquel rápido final. El joven de veinte años acabó la aventura llorando “de tristeza, vergüenza, asco y rabia”.
            Quizá la censura franquista dejó pasar este libro, con pequeños cortes, porque no parecía dejar en demasiado buen lugar al catalanismo; quizá por eso estas espléndidas memorias no volvieron a reeditarse hasta 2010.
            Están escritas con inteligencia y sentido común. Sin las pequeñas historias de quienes no fueron protagonistas de nada, salvo de su propia vida, no se entiende la gran historia. O mejor, no se entiende la historia. Ni el tiempo presente. 

4 comentarios:

  1. Otro joven idealista víctima de utopías que no son más que basura como lo fue la II República española.

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  2. Mi completo desacuerdo con el comentario anterior. La república (no me gustan las mayúsculas para según qué cosas) fue muchísimas otras cosas, además de basura, que también (como cualquier obra humana), y en todo caso infinitamente mejor que la tristísima dictadura que la siguió. Pero no escribo por eso, sino para señalar una errata: "Ezquerra" Republicana es, creo, "Esquerra", con ese. Lo otro parece un cruce con el euskera ("Euzkadiko Ezkerra").

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  3. Ya está corregida la errata. Y por lo demás completamente de acuerdo en que la República no fue solo basura y en que fue bastante mejor que lo que vino después.

    JLGM

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  4. No existen las utopía, sólo voluntad para conseguir objetivos. Y está claro que la República no fue basura, fue ilusión que se deshizo por el malhacer de unos y otros. Lo que vino después no sé si fue mejor o peor, no creo que ni uno ni otro. Y por supuesto, lo que sí fue es el origen de lo que tenemos ahora, que no me gusta nada. Un saludo y creo que buen libro.

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