Falange y literatura
José-Carlos Mainer
RBA Libros.
Barcelona, 2013.
Más de cuarenta años ha tardado José-Carlos Mainer en
reeditar, muy revisado y ampliado, su primer libro, Falange y literatura, pero en todo ese tiempo no ha hecho otra cosa
que prepararse para ello con fundamentales estudios sobre la España del primer tercio de
siglo.
Sorprendió aquel volumen, en el
remoto 1971, porque el joven investigador que lo llevaba a cabo partía de
presupuestos ideológicos opuestos y, sin embargo, trataba de entender y
valorar, aunque no de justificar, la labor de unos escritores que trajeron el
fascismo a España y que luego, en buena medida, se sintieron defraudados por el
régimen que habían contribuido a establecer.
El fascismo español fue un
movimiento en buena medida literario. Un escritor notable, al menos en su
primera etapa, fue quien presumía de ser el pionero del fascismo entre
nosotros, Ernesto Giménez Caballero, y su figura más destacada, José Antonio
Primo de Rivera, escribió poemas y una novela que no llegó a concluir, y en sus
artículos y ensayos mostraba un garbo estilístico heredado de Ortega.
La nueva versión de Falange y literatura, al igual que la
anterior, es un estudio-antología. El ensayo preliminar –cerca de doscientas
páginas– incide quizá más en aspectos sociológicos e ideológicos que
estrictamente literarios. Esas consideraciones se dejan para la introducción
que precede a cada una de las partes en que se estructura la antología.
José-Carlos Mainer es un erudito minucioso y un estudioso ponderado, pero no
ahorra juicios de valor. Así, por ejemplo, el estilo de Eugenio Montes lo
considera “siempre en el borde la cursilería y del pastiche” y a su
nacionalismo lo califica de “querulante y encendido” (pero no es más
“querulante”, más dado a la paranoia victimista, que cualquier otro
nacionalismo).
La primera sección de la
antología se titula “Los precursores” y comienza con un capítulo de Tras el águila del César, el libro que a
comienzos de los años veinte dedicó el arcaizante Luys Santa Marina a
glorificar la legión. Contrastan esas páginas toscamente misóginas con las Notas marruecas de un soldado, de un Ernesto
Giménez Caballero que aún no había descubierto el fascio, noticiosas y
denunciadoras de la situación en el norte de África.
A las memorias generacionales se
dedica la segunda sección. Agustín de Foxá y los fragmentos de su novela Madrid de Corte a checa son lo más
destacado de ella. Le acompañan Rafael García Serrano, bronco y lírico, uno de
los pocos que fue fiel a su falangismo hasta el final, y Samuel Ros, aplicado
discípulo de Gómez de la Serna. El
capítulo final, “Los caminos del humor y de la fantasía”, dejará constancia de
que no fue el único que siguió ese camino del humor absurdo y la fantasía un
tanto atrabiliaria y aparentemente descomprometida.
“La guerra y los héroes” se
titula otro de los capítulos. La exaltación de la violencia resulta uno de los
ejes fundamentales del fascismo. No olvidemos que una de las frases más
repetidas del fundador, José Antonio Primo de Rivera, hablaba de la “dialéctica
superior de los puños y de las pistolas”. El canto a la camaradería viril
bordea a veces, consciente o inconscientemente, el homoerotismo. Muy
conscientemente en el caso de Felipe Ximénez de Sandoval, autor de una Biografía apasionada de José Antonio y
difusor del mito de la estrecha y secreta amistad entre el creador de la Falange y García Lorca.
Tras la guerra civil, o ya
durante ella, con la apropiación y desnaturalización de los ideales falangistas
por parte de Franco, la mayor parte de estos escritores sufrieron una crisis en
su fervor político. La más radical y significativa fue la de Dionisio Ridruejo,
quien comenzó renunciando a sus puestos oficiales por no ser el régimen de
Franco suficientemente totalitario y acabó convirtiéndose en uno de los
abanderados de la democracia. Muy distinto el desengaño de Luys Santa Marina,
quien en un poema con ecos manriqueños lamenta que la épica guerrera se diluya
en el prosaísmo de la paz: “Los que hicieron a diario cosas propias de
arcángeles, / los niños hechos hombres de un estirón de pólvora, / los que con
recias botas la vieja piel de toro / trillaron, en los ojos quimeras y
romances, / ¿dónde están ahora? –decidme– ¿qué se hicieron?”
En “Nuevos caminos para el arte”,
Torrente Ballester se ocupa de teatro y Federico Sopeña de música. De Eugenio
d’Ors, quien, contra lo que pudiera parecer, influyó menos que Ortega en el
pensamiento falangista, se publica una de sus más ingeniosas glosas: aquella, de
1926, en que simplemente enumera los libros “de un mozo de dieciocho años,
ejemplar, muy selecto, de la generación que ahora va a entrar en la vida”; la
simple enumeración de libros y autores le basta para un atinado retrato
generacional.
“Conquistar el poder político no
es solamente dominar el presente de un pueblo, sino también conquistar el
pasado”, comienza la introducción a “La nostalgia de la historia”. Eugenio
Montes, que venía de la vanguardia ultraísta (y a la relación entre vanguardia
y fascismo se dedican muy precisas elucidaciones), es el maestro en la
evocación histórica. Sus artículos, reunidos en unos pocos libros, entre los
que destaca El viajero y su sombra,
siguen conservando intacta su capacidad de seducción, aunque José-Carlos Mainer
parece poco sensible a ella.
Tres nombres destacan en “La
nostalgia burguesa”, tres nombres principales de la literatura española, al
margen de su adscripción ideológica: Agustín de Foxá, algo más que un rezagado
modernista, Rafael Sánchez Mazas, novelista y poeta, además de plural
ensayista, y Julian Ayesta, autor de obra breve, tan breve, que casi se reduce
a una obra maestra, Helena o el mar del
verano.
Falange y literatura es, como su título indica, literatura, a veces
gran literatura, y algo más. José-Carlos Mainer –algo más que un investigador,
un maestro del ensayo– nos ayuda con este libro felizmente rescatado y rehecho
a entender quiénes somos, de dónde venimos, qué incestuosas relaciones se
establecen entre el arte y la ideología.
Silencio en la nieve de Gerardo Herrero , estupenda película sobre la División Azul y Falange . La mitad de combatientes de la D.A. Lo fueron por necesidad y dejar clara su posición para evitar represalias de todo tipo ,
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