viernes, 2 de mayo de 2014

Villena, Marzal, Vilas: De poetas y poéticas


Segunda Poesía con Norte
Lorenzo Oliván (ed.)
Pre-Textos. Valencia, 2014

A los poetas, cuando se les incluye en una antología o han de participar en una lectura de poemas, se les suele pedir que hablen de su poesía en particular y de la poesía en general. Esas reflexiones reciben el nombre de “poéticas” y constituyen un subgénero peculiar en el que toda vaguedad tiene su asiento, abunda la pretenciosidad y rara vez escapan al naufragio en el mar de las buenas intenciones.
            Es cierto que algunas de las reflexiones más inteligentes que se han hecho sobre la poesía –de Eliot a Antonio Machado, de Auden a Octavio Paz–  son obra de poetas, pero esa es la excepción, no la regla.
            Buena parte de los más destacados poetas contemporáneos han sido reunidos por Lorenzo Oliván en los dos tomos de Poesía con Norte para que nos ofrezcan su personal concepción de la poesía. No todos salen con bien del intento, y el resultado son unos volúmenes que quizá tienen más interés para el analista o entomólogo de la poesía española contemporánea que para el curioso lector. 
            En la segunda entrega, recién aparecida, encontramos algunas muestras de que es posible hablar de la propia poesía y, sin embargo, no resultar tedioso ni borrosamente pedante.
            Un buen ejemplo de ello lo constituye Luis Antonio de Villena, quien en el capítulo inicial traza un brillante autorretrato del artista adolescente. No es que no nos hubiera contado nunca lo que aquí nos cuenta, ni que prescinda de sus habituales manierismos, pero consigue mezclar con encomiable alacridad lo personal y lo generacional, la anécdota y la categoría. La prehistoria del mejor Villena, la del que va de Himnica (1977) a Huir del invierno (1981) es la que reflejan estas páginas. Un paganismo nuevo tituló la antología que resume esa época y titula también sus reflexiones. De las tres características que él buscaba aportar con sus poemas –inmediatez, modernidad, cultura–, las dos últimas eran rasgos generacionales, pero la primera –carnalidad y germanía– constítuía una aportación personal que no tardó en encontrar incontables seguidores.
            Carlos Marzal acierta cuando, para hablar de su obra, deja de lado teorizaciones y generalizaciones y nos habla de una casa, “la casa de la vida”, como titula utilizando la afortunada expresión de Mario Praz. Se trata de una casa de campo, en Serra, que compró su bisabuelo y que guarda la biblioteca y lo mejor de la memoria personal y familiar. La biblioteca, enorme y desordenada, “resulta inabarcable para una sola vida”. Esa casa –y el paisaje en que está situada– han sido siempre para él “un tema literario fundamental y un lugar de inspiración”, representa “una particular idea de la acción del tiempo sobre los hombres y las cosas”, una forma de entender la vida y la literatura. De ahí que Marzal, al describirla minuciosamente, trace a la vez un autorretrato y la mejor imagen de su poesía.
            Josep María Rodriguez reúne una serie de notas dispersas, “Cuaderno de viaje” las titula. Comienza en un café de Bruselas, donde se reunían los surrealistas amigos de Magritte, y termina con la proyección en Nueva York, el invierno de 1929, de un cortometraje inspirado en el Ballet mécanique de Fenand Léger (uno de los asistentes es Lorca). En medio hay lugar para el haiku, la caligrafía oriental, el aforismo (“Los poetas jóvenes tienen piel de tambor; siempre hacen más ruido los que están más huecos”) y los apuntes autobiográficos. Cierto que a veces incurre en la ingenuidad: “Cuando pienso en la historia de la literatura, a menudo tengo la sensación de que he llegado demasiado tarde. ¿Queda algo que Cervantes o Shakespeare no dijeran? ¿Qué se puede escribir después de Juan Ramón, de Eliot, de García Lorca?”. No se da cuenta de que la segunda pregunta hace inútil la primera. Después de Cervantes y Shakespeare, quedaba al menos por decir lo que escribieron Juan Ramón, Eliot, Lorca.
            Se agradece el sentido común y el gusto por lo concreto de Josep María Rodriguez: “Al escribir, hacer sitio al lector. Dejando que intervenga, que haga suyo el texto. Pero sin jeroglíficos. Porque si dinamitamos todos los puentes nos quedaremos solos en nuestra orilla”.
            Manuel Vilas, a mediados de los años noventa, tuvo su particular caída del caballo, una peculiar experiencia que le transformó por completo. Al comienzo de su colaboración en este libro explica esa “iluminación”: “Vi la grandeza de cualquier vida. Vi todos los resortes carnales de la sagrada vida humana. Me quedé fascinado ante la vida. Sentí una euforia casi destructiva”. El resultado fue la creación de un personaje –al que llama Gran Vilas o San Vilas– que desde entonces protagoniza toda su obra literaria y que le ha proporcionado un notable reconocimiento entre críticos y lectores. Lo que dice importa menos que el tono provocador y gesticulante con que lo dice. El delicado poeta cernudiano que era Manuel Vilas antes de su “conversión”, el de los primeros libros, resultaba correctamente aburrido; el nuevo Vilas se esfuerza en ser incorrecto y no es nunca aburrido. No lo es en esas observaciones sobre “Poesía y realidad”, aunque a menudo muy discutibles, o precisamente por ello. E incluye en ellas dos poemas muy representativos de la manera de hacer que le ha dado nombradía: la elegía a un coche, excelente, y el dedicado a un McDonald’s, que no se sabe si está escrito en serio o en broma, si es un ditirambo, una sátira o simplemente una payasada (lo mismo ocurre en casi toda la obra de Manuel Vilas, y a ello se debe la mayor parte de su encanto).
            Tampoco hay que desdeñar –en otro orden de cosas– las inteligentes observaciones de Ada Salas sobre el uso que los poetas hacen del lenguaje: “El poeta no usa el lenguaje descansando en él, lo usa como si fuera a desaparecer bajo sus pies, como si fuera una amenaza”.

            

2 comentarios:

  1. Por cierto, si no me engaño, Lorenzo Oliván es el coordinador de una serie de encuentros poéticos en Santander, todos los viernes desde finales de abril, y por donde han pasado poetas como Vicente Gallego, Adela Sainz Abascal, Antonio Colinas, Antonio Gamoneda y van a pasar Eloy Sánchez Rosillo ( el día 14 de mayo), José Luis Piquero y Guillermo Balbona(viernes 30), Laura Casielles y Martín Bezanilla (10 de junio), Jaime Siles (13 junio), Álvaro García y Regino Mateo (27 de junio). Lo digo por si a alguien le puede interesar y además puede acercarse a esa ciudad.

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