viernes, 19 de septiembre de 2014

Leopoldo María Panero, prosa y paradoja


Prosas encontradas
Leopoldo María Panero
Edición de Fernando Antón
Visor Libros. Madrid, 2014.
  
Leopoldo María Panero es una figura paradójica por varias razones. Para muchos lectores, y para no escasos estudiosos, constituye el paradigma del poeta de nuestro tiempo; radical, rupturista, al margen del sistema. Túa Blesa, profesor de la Universidad de Zaragoza, destacado teórico de la literatura, le denomina “el último poeta” en el subtítulo del libro que le dedica.
            Pero esta figura marginal, “el último poeta” (signifique lo que signifique esa afirmación), ha ocupado, desde sus inicios, un lugar no precisamente marginal en la escena literaria española. La edición que Fernando Antón ha preparado de sus artículos periodísticos nos informa que se publicaron en los principales medios: primero, durante los últimos años del franquismo, en el diario Pueblo; luego en El País y en revistas como Triunfo, Cuadernos para el diálogo o Ajoblanco. Leopoldo María Panero ha sido el único escritor español que contó, durante largos años, con sección fija en el monárquico Abc, representante de la tradicional derecha española y españolista, y en el diario Egin, portavoz, mientras la legalidad lo permitía, de la izquierda abertzale.
            Fernando Antón propone acercarse a esta prosa dispersa en los más diversos e influyentes medios no como antesala de su poesía “sino como una estimulante experiencia intelectual”. No parece que haya sido muy leída de esa manera, ni quizá de ninguna otra manera. Explica ello que, según afirma el recopilador, varios de los artículos que aparecieron en Abc se publicaron repetidos sin que lo advirtieran ni la dirección del diario ni ninguno de los lectores. “Un ejemplo más de la picardía del autor para conseguir dinero”, comenta el recopilador.
            Rara vez se tomó en serio nada de lo que decía Leopoldo María Panero, en seguida convertido en una especie de bufón o fenómeno mediático, en un personaje del que importaba más la apariencia y el gesto que el contenido intelectual de sus palabras, si es que tenían alguno. Por eso podía proclamar su “odio a España” en un manifiesto “anti español” leído en París y ser luego llamado a colaborar regularmente en el diario monárquico.
            Solo una vez se le tomó en serio y fue cuando publicó una antología de sus contemporáneos en Poesía, la revista más prestigiosa y lujosa del momento, dirigida por Gonzalo Armero y publicada por el Ministerio de Cultura. Ahí aprendió Panero, tan aficionado a transgredir los límites, que con la vanidad de los poetas no se juega. “Última poesía no española”, que tal es el título de su selección poética, desde las primeras líneas mostraba su carácter de boutade o de broma, si bien involuntaria. Decía cosas como que Dámaso Alonso “se creyó en la obligación de traducir Góngora al español”, que a Aleixandre “su edición francesa lo ha descubierto como lo que es, poeta menor para una antología” o que Féliz de Azúa “es un poeta muy guapo y muy creído”. Los lectores de Poesía se rieron con las cosas de Panero, que por una vez olvidaba el psicoanálisis, la antipsiquiatría y la escatología, pero Guillermo Carnero (al que se presenta como uno de los imitadores de Gimferrer) le replicó con una feroz andanada, “No dar pie con bola”, que Fernando Antón tiene el acierto de reproducir en este volumen. Termina con estas palabras: “Eróstrato era un patán que prendió fuego al Templo de Diana en Éfeso para darse celebridad. La enfermedad del joven Panero se llama erostratismo, es decir, la clase de locura que lleva a cometer barbaridades para hacerse famoso. Está claro que en lo de tener opinión en literatura, el joven Panero no toca pito. En cuanto abre la boca se mea fuera de tiesto. Más le vale escurrirse del asunto a cencerros tapados y hacer curso de cultura general por correspondencia, para que no tengamos que ponerle otra vez de cara a la pared y con orejas de burro”.
            A una referencia de pasada, quizá algo despectiva, responde Valente en El País con “Nueve aforismos para un neojoven”: “Poco hay peor que el joven persistente y el repetido gesto del payaso abolido”.
            En la entrevista a Gil de Biedma, realizada en colaboración con Biel Mesquida, y que es una de las piezas destacadas del volumen, a poco de comenzar a hablar Panero (“Ten en cuenta que la trampa en que hemos caído todos los poetas es que nuestro discurso, al no pasar por esta simbólica abstracta que rige la sociedad, no es leído, está proscrito simbólicamente por la sociedad y, por tanto, este discurso del inconsciente que es la poesía, la literatura y el delirio, esta discurso analógico…), le corta el entrevistado: “Mira, yo estoy muy poco à la page: elabora tu discurso a otro nivel…”
            Y a otro nivel –el de Gil de Biedma, el de la lucidez, el sentido común y la inteligencia– transcurre luego la entrevista, gracias sobre todo a Biel Mesquida.
            Destaca en esta recopilación, entre otras páginas de valor autobiográfico, impactante monólogo que lleva el título de “Déjame que me tome un cuba libre” (apareció en la revista Estaciones en 1981). No parece un texto escrito por Panero, sino declaraciones recogidas por algún periodista: “El desencanto es una película desastrosa, sobre todo para mí, una película que me hundió en la medida en que me convirtió en un payaso que yo no era. Yo era muy serio, escribiendo mis cosas, inventando mis cosas, perfeccionándolas, sin la película; escribía para pocos. Tenía libros publicados, pero escribía para pocos, para los que me leían y que no fueron la cantidad de miles de payasos que me empezó a ver como un payaso después de la película”.
            Pronto el autor se sentiría a gusto en ese papel mediático que la sociedad le había asignado y le sacaría toda la rentabilidad posible: importaba el personaje, no lo que escribiera.
            Tampoco el prologuista parece preocuparse demasiado de la coherencia de sus afirmaciones: “Prosas encontradas reúne alrededor de doscientos textos de Leopoldo María Panero […], de los que más de la mitad permanecían inéditos hasta hoy en libro. En la presente edición, por tanto, se ha prescindido de todo aquel material que ya había aparecido previamente publicado en otros volúmenes”. Si se ha prescindido de los textos publicados anteriormente en volumen, ¿cómo es que solo más de la mitad sean inéditos en libro? No es el único caso en que el estudioso se contagia de la falta de rigor del autor estudiado. Indica que en “Textos enfrentados” publica una crónica de Martín Vilumara, “pseudónimo de un gran librero y editor que prefiere seguir en el anonimato”, a la que responde Panero, y luego reproduce esas páginas firmadas por el verdadero autor, José Batlló.
            Entre 1970 y más o menos 1980, Leopoldo María Panero fue uno de los escritores más significativos de la nueva literatura; a partir de entonces, aunque siguió escribiendo y publicando con profusión, se convirtió en otra cosa. El valor literario de sus textos dejó de tener importancia, tanto para él, como para sus admiradores, que acabaron siendo legión.

4 comentarios:

  1. la vida es un simulacro de espejos.que con la pátina no se reconocen,unos por gregarios y otros por agotarse en su individualidad su máscara.Saludos.

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  2. He leído con muchísimo interés la reseña del libro y he de admitir que las dos críticas del penúltimo párrafo son totalmente legítimas. Sería injusto y mezquino, además de cobarde, esconderme detrás del equipo de maquetación de Visor –sobre el que siento un sincero agradecimiento- y atribuirles a ellos posibles fallos que no son más que descuidos míos. Sí, soy el único responsable de los dos errores que en el citado párrafo se apuntan.

    El primero no es tanto un problema de coherencia sino de una manifiesta incapacidad de explicarme. Intentaré enmendar el error. El volumen originalmente pretendía sacar a la luz la totalidad de los textos teóricos de Leopoldo María Panero, aunque según fui avanzando en la recopilación comprendí que era una empresa imposible, puesto que Leopoldo jamás llevó ningún tipo de control sobre sus textos ni mucho menos sobre los medios en los que estos se publicaban. Así que, a pesar de pretenderlo, tuve que descartar una posible edición de los textos completos puesto que había muchas posibilidades de que alguien pudiera tener en su haber algún texto que yo había sido incapaz de encontrar. Y esto a pesar de contar con la valiosísima colaboración de las dos personas que mejor conocen su obra: Túa Blesa y J. Benito Fernández. Llegado a este punto me vi forzado a tratar de dar una explicación que diera unidad a todo lo iba a publicarse en el volumen. Y ésta fue la siguiente: salvo el primer texto del libro –la “Poética” publicada en la antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles– el resto no había aparecido originalmente publicado en libro, sino que, o bien se trataban de conferencias, o bien de textos publicados en prensa, revistas, catálogos de exposiciones, folletos de obras de teatro, etc. Esto no quita que, a posteriori, algunos de ellos, básicamente los publicados en ABC, vieran la luz en algunas antologías, sobre todo en Y la luz no es nuestra (Libertarias/Prodhufi, Madrid, 1993, segunda edición aumentada). Espero con esta explicación haber conseguido desenredar el nudo, aunque he de admitir que vuelvo a leer lo escrito y continúo dudando de lo inteligible de la aclaración.

    Para el segundo error no tengo posible disculpa. Se trata de un descuido imperdonable que me duele sobre todo por el gran aprecio que siento por el autor. El nombre real que se esconde detrás del pseudónimo Martín Vilumara jamás debería haber aparecido escrito en ningún otro lugar que no le hubiese otorgado la protección del anonimato, es decir, en la caótica e imprescindible maraña de los agradecimientos. Insisto, este descuido me duele más que ningún otro.

    Para cerrar esta nota de disculpa no me queda más que admitir que la criatura, aunque supuso un trabajo inmenso, no ha quedado perfecta. Quizás tan sólo pueda esgrimir en mi descarga que, tal y como puede deducirse de los agradecimientos finales, tuve un justo motivo de distracción en mi labor que me impidió dedicarle una mayor atención al libro: el día que me comunicaron la muerte de Leopoldo mi compañera se puso de parto. Por supuesto, esto último no es una disculpa ni lo pretende. Como no podría ser de otro modo, celebro la distracción.

    Un abrazo y felicidades por el blog.

    Fernando Antón Contreras

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    1. Agradezco tu respuesta, Fernando, que te honra. Reconocer los errores y no buscar excusas para ellos no es algo demasiado frecuente y resulta la mejor garantía de probidad intelectual.
      Por otra parte, el trabajo es encomiable y resulta muy útil para los admiradores de Panero. Yo le conocí fugazmente en Canarias y colaboró alguna vez en la revista Clarín; siempre me pareció un poeta destruido por la enfermedad. Solo me interesa su obra hasta los primeros ochenta. Pero esa es una opinión mía. Muy distinta es la de Túa Blesa y la de tantos otros.
      Un abrazo y gracias de nuevo por la réplica

      JLGM

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  3. Encomiable el intercambio entre los dos críticos. Como siempre, G. Martín exhaustivo y atento en todos sus apuntes; Fernando Antón humano y elegante. Chapeau!

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