sábado, 11 de octubre de 2014

Luis García Montero: Defensa de la literatura



Un velero bergantín
Luis García Montero
Visor. Madrid, 2014.

Las defensas de la literatura, o de las librerías, tan frecuentes en estos últimos tiempos, suelen ser sospechosas. Cuando cerraron la última sala de cine de Segovia, hubo muchas protestas; el propietario respondió con una frase: “Si los que lamentan que no haya cine en su ciudad, hubieran ido al cine, no ya una vez a la semana, sino una vez al mes, yo no habría tenido que cerrar”. Lo mismo se les podría decir a los que se lamentan de que cada vez haya menos librerías.
            Luis García Montero en Un velero bergantín prefiere recurrir a la autobiografía en lugar de al quejumbroso tópico a la hora de defender la literatura. El título alude al conocido poema de Espronceda, “La canción del pirata”, del que se habla en el primero de los breves capítulos. El amor a la literatura rara vez tiene su origen en las aulas; el amor se aprende, pero no se enseña, y no admite el imperativo. García Montero descubrió la poesía en la voz de su padre, que gustaba de leerle poemas con teatralizada entonación y entre ellos, junto a la canción de Espronceda, uno muy famoso en su tiempo, ridiculizado después, “El tren expreso”, de Campoamor. Todos esos poemas los tomaba de una antología popular, Las mil mejores poesías de la lengua castellana.
            Memoria de lector agradecido es Un velero bergantín y en él se comentan, junto a los que escuchó de niño, poemas de Cernuda, Lorca, Salinas, Gil de Biedma o Brines. El comentario quizá más sugerente se dedica a un poema propio, “Mujeres”, incluido en Habitaciones separadas. Pocos poetas saben hablar de su obra con la lucidez con que lo hace García Montero, tan excelente poeta como perspicaz estudioso de la literatura. En “Mujeres” la anécdota biográfica se entremezcla con la tradición literaria –la “albada” medieval– para dar concluir en una reflexión crítica sobre la sociedad contemporánea.
            La poesía se entrelaza con la vida del autor, pero no se explica solo por ella, no es nunca la directa emanación de unos hechos biográficos. Los poemas que Juan Ramón Jiménez escribió a su llegada a Cádiz, tras el viaje americano que dio lugar a Diario de un poeta recién casado, le sirven para ejemplificarlo. En ellos todo es silencio y paz, cielo estrellado, unos gatos en la sombra, el centelleo de la luz del faro. Pero la realidad fue muy distinta. Uno de los baúles del poeta al parecer se había deteriorado durante la travesía, el poeta protestó indignado, puso una reclamación, tuvo que quedarse varios días en la ciudad. Todas esas minucias del “irascible vate” las analizó Juan Ignacio Varela Gilabert en una monografía y García Montero las resume con gracia. La poesía es verdad, pero su verdad no es la de la anécdota biográfica. Incluso puede que el poeta quiera hablar de una cosa y en realidad esté hablando de otra. En “Sonata triste para la luna de Granada”, de El jardín extranjero, se nos cuenta un paseo por la Granada de los años veinte; el poeta se imagina, aunque no lo menciona expresamente, que va de la mano de su abuelo, pianista que tuvo gran importancia  en su formación estética. Pero los lectores entendieron que hablaba de García Lorca y era Lorca quien en realidad estaba en el poema, fueran cuales fueran las intenciones del autor.
            La defensa de la literatura que hace García Montero no es solo una defensa de la literatura. Sus intenciones no son únicamente estéticas, sino también éticas. A la literatura en general, y a la poesía en particular, las considera elementos esenciales en la educación ciudadana.
            Este breve libro, que se lee de un agradecido tirón, acierta a eludir los riesgos de la clase magistral y del sermón cívico, gracias a un estilo sincopado y ágil que gusta de compendiar la reflexión en un aforismo: “La mejor forma de estar al día es leer cuatro clásicos por cada novedad”, “Hágase en mí según tu palabra, le dice el lector a sus libros favoritos”, “Cualquier profesor sabe que buena parte de sus conocimientos los aprendió mientras enseñaba”. Por eso el libro termina con un decálogo, con los diez mandamientos que el poeta ha ido descubriendo a lo largo de su trayectoria literaria. “Los dos peligros principales de la poesía –nos dice en uno de ellos– son el patetismo y la pedantería”.
            En ninguno de los dos incurre García Montero. Otro escollo no menos peligroso acierta a sortear Un velero bergantín: el de las buenas intenciones, de las que el infierno está lleno. El resultado es un ejercicio de inteligencia, la memoria agradecida de un lector con solo la dosis imprescindible de cívica moralina.

1 comentario:

  1. Prueba de que sigue habiendo censura en nuestro país, y además censura literaria. Mirad El Mundo de hoy. Poned esta dirección en la barra del navegador y ya veréis, ya:

    http://www.elmundo.es/cronica/2014/10/12/5439421322601da50d8b4572.html

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