Sicilia mía
Cesare Brandi
Traducción de Carmen Artal
Elba. Barcelona, 2015.
Pero hoy lo que añoramos es aquel tranquilo valle de naranjos: el lago ha vuelto a ser reconstruido, más profundo, menos extenso, sin la silvestre belleza de antes, sin el riesgo de que se convierta en un foco de malaria.
Artificio y naturaleza, historia y mito, se entremezclan en Sicilia como en ningún otro lugar del mundo. Cesare Brandi, historiador del arte, maestro de restauradores, habla de Sicilia con la pasión del enamorado --"cuánto te he amado, desde que llegué aquí por primera vez en 1939"-- y con la precisión del poeta. En Palermo, ciudad "espléndida y horrenda", fue contagiado "por el mal sutil de este país, donde no en vano se desciende al Infierno para luego ascender con la primavera". Porque es en Sicilia "donde encuentras a Perséfone como vestida de flores de almendro y de violetas, poco vestida, lo justo para que sus ojos de carbón se enciendan de chispas y sus ojos de serpiente como los de Medusa te hagan sentir un áspero perfume de mujer y de sal".
En Sicilia mía se cita a Sciascia al hablar del castillo de Naro ("Infinitos escritos de prisioneros, grabados en las piedras, harán las delicias de Sciascia si, dado su radicalismo sospechoso, la autoridad judicial le autoriza a verlas"), pero poco tiene que ver la Sicilia de Brandi con la suya, siendo ambas igualmente verdaderas. Los desaguisados de los hombres se limitan en ese libro a algunas construcciones realizadas después de la guerra que rompen la armonía del entorno; la mafia y los análisis sociopolíticos quedan deliberadamente fuera.
¿Es Sicilia mía entonces solo una colección de hermosas postales? Es eso, una prodigiosa colección de estampas coloreadas a mano, y mucho más. Fue Cesare Brandi quien por primera vez denominó a Noto "jardín de piedra", calificativo que desde entonces acompaña para siempre a esa "dieciochesca Atlántida" que se alza "entre los olivos tupidos y los almendros como de una espuma verde" y cuya aparición solo puede compararse con la de Venecia "en su perpetuo ir a la deriva de un mar apenas más pesado que el aire".
Magia de Noto, la ciudad reconstruida tras el terremoto de 1693 como una única obra de arte; magia de las islas que acompañan a la gran isla: las Egades, "hermosas rocas, como grandes dorsos pulidos y con la epidermis áspera, pero no rugosa, de las ballenas"; Mozia, "una isla pequeñísima, en el centro ideal, si no en el centro geométrico, del Gran Estanque de Marsala"; Pantelleria, con su bahía de los Cinco Dientes, "donde el promontorio es de metal fundido y parece antimonio veteado de cinabrio, evaporándose en las crestas más aéreas".
Sicilia mía no está escrito de una vez: son viñetas trazadas del natural o coloreadas por la distancia entre los años cuarenta y los primeros ochenta. Por eso no debe leerse de un tirón, sino a pequeños sorbos, saboreando el deslumbramiento que al autor, y a nosotros, provocan los esperados y los inesperados rincones sicilianos.
El Efebo de Selinunte y la estatua de Mozia protagonizan dos de los capítulos del libro, buena muestra de lo cerca que están arqueología y poesía. El primero, robado y recuperado tras una novelera peripecia, "muestra a Grecia en su momento más fascinante"; la segunda, "extraordinaria y misteriosa", fue descubierta "tendida bajo el suelo como enterrada viva o como la Bella Durmiente del bosque en una isla púnico-fenicia donde no se ha encontrado más estatuas". Inolvidable también el capítulo dedicado a Caravaggio y a la restauración de su "Entierro de Santa Lucía", la santa de Siracusa cuyo cuerpo incorrupto se conserva en Venecia.
La Sicilia de tinta y papel de Cesare Brandi no es menos hermosa ni menos fascinante que la que baña el Mediterráneo, y ese es quizá el mayor elogio que se le puede hacer a un libro de viajes.
La psicóloga envenenó a todas las ratas del laboratorio.
ResponderEliminar© María Taibo