La construcción de la identidad literaria
De Bercelius a Ángel González
Fernando Valverde
Visor. Madrid, 2015.
La primera vocación de Ángel González, como es bien sabido,
fue la de periodista. Antes de publicar ningún poema, antes de soñar siquiera
con ser poeta, trabajó durante cinco años en un diario asturiano. Comenzó como
crítico musical, pero acabó haciendo de todo, incluida la crítica deportiva y
la crónica municipal.
Un cursillo
en la Escuela Oficial de Periodismo le permite, en 1953, obtener el carnet de
periodista, un carnet que llevaba al dorso un juramento muy representativo de
cómo se entendía la libertad de prensa en aquellos tiempos: “Juro ante Dios,
por España y su caudillo, servir a la Unidad, a la Grandeza y a la Libertad de
la Patria con fidelidad íntegra y total a los Principios del Estado español,
sin permitir jamás que la falsedad, la insidia o la ambición tuerza mi pluma en
la labor diaria”.
Trasladado
a Madrid, ya con el carnet en el bolsillo, visita para pedirle trabajo a quien
lo era todo en el periodismo de aquellos tiempos, Juan Aparicio, Este le ofrece
colaborar en La Estafeta Literaria.
Hace también crítica de discos en La
Gaceta Ilustrada y reportajes de más
empeño en Blanco y Negro, el
semanario más leído entonces.
En los años
sesenta, Ángel González se desentiende del periodismo, quizá porque no veía
compatible su colaboración en las revistas oficialistas con un papel de poeta
crítico. Hasta que se convierte en profesor, malvive de su trabajo como
funcionario. Volverá al periodismo en los años ochenta, ya convertido en uno de
los poetas más notables de su tiempo, pero ahora no es él quien tiene que
ofrecerse, sino todo lo contrario.
Tras
reiterada solicitud de los editores, Ángel González reunió en libro una
selección de esa labor con el título de 50
años de periodismo a ratos y otras prosas (Ediciones Nobel, 1998). El
prólogo, bien informado y orientador, es de Susana Rivera.
Fernando
Valverde, uno de los poetas jóvenes más conocidos, doctor en Filología,
profesor universitario en Estados Unidos, ha querido completar el estudio de la
obra periodista con el libro, de título algo desorientador, La construcción de la identidad literaria.
Se nos presenta como “fruto de un riguroso trabajo de investigación”, pero
pronto nos damos cuenta de que la edición no ha sido precisamente rigurosa.
En una nota
de la página 15, como ejemplo de la utilización propagandística del periodismo
por parte del franquismo, se comenta una noticia “que se ofrece como anexo en
este trabajo”, pero ese anexo no se encuentra por ninguna parte. Unas páginas
más allá, leemos: “En este trabajo hemos recuperado todas sus publicaciones en
el periódico ovetense, más de ciento cincuenta, de las que no hemos podido
obtener una autorización de la heredera para obtener una muestra. Sin embargo,
la “Selección de artículos” publicados en La
voz de Asturias que completa el volumen lleva la siguiente “nota del autor”:
“Quiero agradecer a Susana Rivera su generosidad al cederlos de manera gratuita
para completar esta monografía”.
Un editor
no es un mero impresor, si quiere ser digno de ese nombre, si quiere recibir la
confianza de los lectores. La
construcción de la identidad literaria parece proceder de un trabajo mayor,
quizá incluso de una tesis doctoral, pero al acortarlo nadie se tomó la
molestia de eliminar la referencia a las páginas desaparecidas, así una de las
notas remite a la página 251 del apéndice, otra a la página 361, otra a la 377 (el libro tiene 160 páginas). El editor no ha
revisado el texto que el autor le envió para publicar y el autor no ha revisado
el texto que envió (en el “índice de artículos”, donde da cuenta de 187
publicados por Ángel González se le olvida señalar el periódico o revista en que
aparecieron). Y entre los pocos libros en prosa de Ángel González se olvida de
incluir el último: La poesía y sus
circunstancias.
Pero esos
descuidos quizá sean lo de menos cuando nos percatamos de los errores de la
investigación. No es ya que el autor confunda el semanario Blanco y Negro con el diario ABC
(solo en 1988 desapareció como revista independiente y se convirtió en
suplemento dominical del diario), sino que ni siquiera ha leído con mínima
atención el volumen prologado por Susana Rivera. Un ejemplo: indica que su
primer artículo publicado en La Estafeta
Literaria, un texto sobre el Ateneo de Madrid, “sería el último”, pero en 50 años de periodismo a ratos se incluye
una entrevista (y no fue la única) a
Gerardo Diego publicada en esa revista. También deja fuera de su investigación
y de la bibliografía, no solo trabajos en revistas que no se ha tomado la
molestia de consultar, como El Urogallo,
sino otros, publicados en La Voz de
Asturias o El País, recogidos por
Susana Rivera en su antología.
El conocimiento
de la realidad histórica en que se desenvuelve la vida de Ángel González no
parece mayor. Baste un apunte: en julio de 1936, cuando comienza la guerra
civil española, “Oviedo queda en tierra de nadie”.
Cómo se
puede publicar un libro así es un misterio, cómo se puede hacer una
investigación así, un misterio mayor, sobre todo si se tiene en cuenta que su
autor es profesor universitario y recurre con frecuencia a la autoridad de Luis
García Montero, uno de los mejores conocedores de la obra de Ángel González,
pero que sin duda, como autor y editor, tampoco ha sentido de tener la
curiosidad de leer previamente un libro para el que ofreció el material inédito
de sus entrevistas con el poeta.
PRIMERA ACLARACIÓN: Según me informó su autor, el libro La construcción de la identidad literaria ha sido retirado por la editorial a petición suya. Por esa razón se eliminó de este blog la reseña que le había dedicado.
SEGUNDA ACLARACIÓN: Ante la indicación de los lectores de que el libro La construcción de la identidad literia seguía a la venta, he comprobado su veracidad comprando un ejemplar --su precio es de 16 euros-- en la librería Cervantes de Oviedo. Es la misma edición defectuosa (de forma y de fondo) que yo reseñé en su momento por lo que restituyo mi comentario para advertencia de los lectores. Si el autor no fue veraz conmigo o la editorial le engañó a él, es cuestión que no me compete verificar.
TERCERA ACLARACIÓN: He preferido eliminar todos los comentarios, porque la mayoría eran anónimos y algunos me parecían que se debían a enquistadas querellas universitarias que no me parecen propias de este lugar. Quedémonos con una moraleja: hay que tener cuidado con lo que uno publica (aunque sea una aburrido trabajo académico, lo que yo llamo "basura curricular") porque siempre se corre el riesgo de que alguien lo lea.
Qué raro es decir que alguien se ha muerto.
ResponderEliminarEn su cuerpo ya no está, eso está claro.
¿Adónde fue, rauda y esquiva,
su alma, de cadenas liberada?
Nadie lo sabe, pero su organizador
al azar no le da nunca la palabra.
© María Taibo