Diarios 1956-1985
Jaime Gil de Biedma
Edición de Andreu
Jaume
Lumen. Barcelona,
2015.
Ningún escritor es de una pieza y Jaime Gil de Biedma menos
que ninguno. Su vida se divide en dos mitades. Durante la primera, escribió su
obra literaria y se construyó un personaje al que acabó suicidando en uno de
sus Poemas póstumos; durante la
segunda, se dedicó fundamentalmente a escribir o reescribir un diario con la
intención de que la posteridad no tuviera ninguna duda sobre lo que con tanto
esfuerzo e ingenio había tratado antes de ocultar.
La doble
vida de Jaime Gil de Biedma fue siempre un secreto a voces, lo mismo que la
leyenda sobre sus escandalosos textos inéditos que algún día saldrían a la luz.
Incluso Francisco Brines, tan ponderado, se refirió a ella en uno de los
epigramas de Aún no: “Viejo poeta
amigo, ya los tiempos / serán tan diferentes cuando editen / tus versos
censurados, que leídos / serán tan solo ya banalidades, / como banales son esos
sucesos / que ahora cuentan de ti tus enemigos / con prosa no mejor que tus
poemas”.
Cuando por
fin aparecen en un volumen todos los diarios de Gil de Biedma, los ya conocidos
y los que seguían inéditos, no hay ningún motivo para el escándalo: Miguel
Dalmau se ha ocupado previamente de poner “en prosa bastante peor que sus
poemas” todos los cuentos y todos los chismes que corrían sobre la vida privada
de Gil de Biedma.
Pero no por
ello dejamos de sentir a ratos algo de vergüenza ajena. En su diario de 1965
(una de las novedades del volumen), escribió Gil de Biedma: “Siempre que
escucho de alguien que pasó los treinta años el relato de una noche de amor
tengo la impresión de que me está contando cómo va su vientre o cómo logró
expulsar las piedras de la vejiga”. En el diario de 1978, en cambio, cree
necesario anotar sobre su pareja de los últimos años: “Josep es el único amante
al que he podido encular sintiendo efectiva ternura”. Y como se trata de uno de
los diarios que releyó y corrigió y dejó listos para editar en el momento
oportuno, no cabe ninguna duda de que quería dejar constancia de ese detalle
para la posteridad..
Jaime Gil
de Biedma solo publicó en vida el Diario
del artista seriamente enfermo, que en la edición definitiva aparece como
la tercera parte de Diario del artista en
1956. Son poco más de cien páginas de las casi setecientas que componen
este volumen; siguen siendo las mejores y quizá el lector no se pierda gran
cosa si prescinde de las demás.
No por
ello, para el curioso y el estudioso, resultan menos interesantes sus diarios
de 1959 a
1965, que el editor denomina “Diario de Moralidades”.
Se trata de anotaciones fechadas (cuando Gil de Biedma reescribía sus diarios
eliminaba las fechas) en las que abundan las referencias al trabajo de composición
de los poemas de ese libro. Pocas veces se desarrollan literariamente, pero aún
así están llenas de interés, si no para el lector común, sí para el
especialista en la literatura de la época y en la poesía de Gil de Biedma.
Sonreímos al verle referirse a la reseña que Valente hizo de su monografía
guilleniana como “un artículo feroz”, como una auténtica embestida contra él;
solo encuentra una explicación: “mi silencio –incluso epistolar– acerca de sus Poemas a Lázaro, a propósito del cual me
insinuó una vez –en una visita suya hace dos años, cuando estaba ya para salir–
que le gustaría que yo escribiese y publicase algo”. Nimiedades y vanidades de
la vida literaria, a las que Gil de Biedma no se mostraba ajeno. Lo que Valente
dice en su reseña, titulada “De la lectura a la crítica y otras metamorfosis”,
es lo más sensato que se ha escrito sobre Cántico:
el mundo y la poesía de Jorge Guillén y lo que el propio autor pensaba de
ese libro, comenzado a escribir cuando le entusiasmaba el poeta y terminado cuando
se sentía muy lejos de él.
Retrato del artista en 1956, publicado
póstumamente en 1991, consta de tres partes. La primera de ellas (a la tercera
ya nos hemos referido y la segunda es enteramente prescindible) fue la que más
escándalo causó en su momento y aquella cuya lectura nos sigue causando mayor
incomodidad. Nada tienen que ver en ello las preferencias eróticas del poeta,
sino ciertos comportamientos con los que hoy se tiende a tener tolerancia cero.
Y la
incomodidad se acrecienta cuando sabemos que lo que que leemos no es lo que
escribió el joven que vivió, con la mentalidad de la época, aquellas abusivas experiencias.
En el diario de 1965 leemos: “He recordado mi diario de Manila, hace nueve años, en el que aparecen
consignados con la misma candidez notarial y con el mismo entusiasmo detalles
muy parecidos, y he caído en la cuenta de cómo la edad modifica nuestra actitud
con respecto a las actividades eróticas. A los veinticinco años consideraba
casi obligatorio decir lo que uno tiene gusto en hacer, llamando al pan pan y
vino al vino; ahora pienso que para qué contar lo que a uno le gusta, si a
todos nos gusta hacer lo mismo y con medias palabras nos entendemos”.
Lo que
leemos hoy de su diario filipino no es lo escrito en 1956 sino lo reescrito en
1987 o 1988, durante una tregua de su enfermedad mortal, y con la firme
decisión de decir todo lo que había callado. La estética que le había permitido
escribir Las personas del verbo –“el
eufemismo, la figuración, la transposición de acciones y cosas en
significaciones”– ya no la considera válida.
El diario
de 1978 termina con estas lapidarias palabras: “Nada más triste que saber que
uno sabe escribir, pero que no necesita decir nada de particular, nada en
particular, ni a los demás ni a sí mismo”.
Todavía
tuvo tiempo de escribir algo más durante su primera semana ingresado en un
hospital de París poco después de que se le detectaran los síntomas del sida.
“Esta noche tengo el miedo metido en el cuerpo” anota un día; “tarde de
profundo desánimo”, otro. El valor documental supera al literario, como en
buena parte de este volumen híbrido, que nos produce a la vez admiración y
rechazo.
Tras la lectura de los Diarios a los que se refiere JOGM:
ResponderEliminarHoy se publican los Diarios de Jaime Gil de Biedma,
tras los veinticinco años, que ya él estableciera:
Pederastia en Manila con niños de 12 años,
fotos en Nava con toda la familia
y aquel día de otoño en que Carlos Barral
se tiró al agua
y tras el somorgujo,
rescató una estatua y la besó en la boca
para el gusto de todas Las personas del verbo.
Esa es la antología del complejo de Edipo,
la antibiblia del verso,
resuelta en gauche divine.
¡Qué huracán de fusiles! atraviesa sus páginas:
Blas de Otero es el poeta esperable,
lleno de frases hechas
y febril balbuceo,
el matrimonio Caballero Bonald
con su misma grisura de siempre,
y la España profunda, Badajoz y Las Hurdes
que otra vez le sorprende
por su extrema pobreza.
Le gustan más los chulos españoles
que aquellos de Manila
porque se olvidan pronto de que les has pagado
cuando entran en la cama.
A Brines, a Gimferrer, a Azúa
ni los ve ni los nombra,
la coqueluche era sólo el coro,
la claca necesaria para que le aplaudiera.
¿Qué huracán de fusiles!
Veinticinco años, Jaime.
Aquí ahora tenemos la sociedad del chiflo,
que emana de los móviles como cigarras ciegas,
sonando a todas horas.
También salen poetas debajo de las piedras
aunque, claro, ahí se quedan.
Creo que te fuiste muy bien,
que nos dejaste a tiempo,
que también para eso usaste tu talento.
“Cachondo sentimental”, te definiste un día
y quizá fueras eso,
aunque muy bien leído.
Poeta de los que quedan,
de los caben pocos en la mitad de un siglo.
Señorito de mala conciencia,
encantador de efebos,
ahora llegan tus Diarios
Cuando de tu antracita no queda ni ceniza.
(Madrid, 5 de noviembre del 2015)
Luis Martínez de Mingo