sábado, 5 de diciembre de 2015

José Luis Rey, el vuelo excede el ala


Los eruditos tienen miedo
(Espíritu y lenguaje en poesía)
José Luis Rey
La Isla de Siltolá. Sevilla, 2015.

Un centenar de semblanzas de poetas (con dos excepciones: Dickens y Calvino), centradas la mayoría en comentar alguno de sus poemas, reúne José Luis Rey en un libro de título irónico Los eruditos tienen miedo en el que defiende la tesis de que la poesía no es cuestión de lenguaje sino de espíritu y que la más alta poesía es la que habla de la poesía misma.
            Las semblanzas de poetas están escritas en un tono lírico, deudor quizá de ciertas semblanzas juanramonianas (recordemos sus Españoles de tres mundos), que a menudo resulta enfadoso. A Juan Ramón Jiménez –presencia constante en el libro, “el deseante único entre las mariposas de tela detenidas en el viento” le llama– se le dedica precisamente el primero de los capítulos; basten unas líneas para ejemplificar el tono:: “Engatusado, engatusado, dime. ¿Es aquello Moguer, es la muerte, es la casa de la pobre loca que te mandaba naranjas? Ay, pero todo es lo mismo. La vida y la muerte. La ilusión y la pérdida. El amor y el destierro. El azul y el verde y el azul. Azul y verde. ¿Pero lo mismo? ¿Espíritu y lenguaje lo mismo?”
            La mayoría de los capítulos se dedican a glosar un poema concreto, que solo se reproduce en unos pocos casos. De hacerlo en todos, como parecería esperable, el libro podría haber constituido una sugerente y caprichosa antología, un canon personal, en el que los nombres inevitables  y esperados, Eliot o Cernuda, Baudelaire o Coleridge, alternan con otros más desconocidos e intercambiables.
            José Luis Rey comenta los poemas siempre en la misma dirección, sin detenerse en los valores formales del texto. Da la impresión de que para él lo importante es lo que el poema dice –el espíritu, no la letra– y que siempre dice lo mismo, lo haya escrito Mallarmé o Quevedo, Rilke o Borges.
            Esa coincidente interpretación suya a menudo resulta tan forzada que nos hace sonreír. En el conocido soneto de Quevedo “Miré los muros de la patria mía” no se nos habla, como algunos ingenuos pretenden creer, de la decadencia del imperio español o de la cercanía de la vejez, sino del lenguaje y la poesía. “Entré en mi casa” comienza el primer terceto y en ella encuentra su “báculo más corvo y menos fuerte”. Esa casa, para José Luis Rey, es “el lenguaje, el poema” y el báculo es “el cetro del verbo”.
            Del mismo modo Borges, en el soneto que dedica a Spinoza, no habla del filósofo judío, sino “de la figura del poeta entregado a labrar su palabra mientras lo cerca una realidad enemiga y anodina”. Verso a verso se comenta el poema desentendiéndose del poema, mero pretexto para que Rey nos exponga sus ideas sobre la poesía. El rebuscamiento de la explicación resulta a veces excesivo. “Las translúcidas manos del judío”, el primer verso del soneto, se glosa de la siguiente manera: “Ahora bien, aunque nada nos quede de ese largo trabajo de pulir palabras, sabemos al menos que, en el sucederse oscuro de las horas, nuestras manos se volvieron traslúcidas. ¿Por qué? Porque la misma vocación poética es ya un don y las manos de quien escribe el camino hacia la diosa, de quien traza el mapa, se han iluminado ya para siempre”.
            ¿Las manos traslúcidas son manos iluminadas o manos quejan pasar la luz? No le pidamos precisión a José Luis Rey, quien escribe su prosa con el mismo estilo vagamente asociativo que sus poemas.
            “Amor fou”, el conocido poema de Luis Alberto de Cuenca, se interpreta del mismo modo. “Los reyes se enamoran de sus hijas más jóvenes. / Lo deciden un día, mientras los cortesanos / discuten sobre el rito de alguna ceremonia / que se olvidó y que debe regresar al olvido”, comienza. José Luis Rey interpreta que el poeta-padre se enamora de la poesía-hija y todas las referencias del poema irían en ese sentido. Por ejemplo, la ceremonia sobre cuyo rito discuten los cortesanos no es otra que “la de la creación, la de la epifanía del canto”.
            No escasean las ingenuidades entre tanta lírica vaguedad. La semblanza de Maiakovski comienza con esta afirmación: “Lo siento, Vladimir, pero la democracia es mejor que la revolución”.. Y más adelante le pregunta o se pregunta: “¿Qué habrías escrito tú, que habría escrito nuestro Blas de Otero en una democracia asentada?”
            El rechazo de Rey hacia la poesía social le lleva a pensar que es mejor la poesía que se escribe en una democracia que en una dictadura o en un período revolucionario, Y sería mejor porque en una democracia no habría motivo para la protesta y el poeta podía dedicarse a hablar de la poesía, el único tema en su opinión digno de la poesía.
            No vamos a discutir las ideas teóricas de José Luis Rey (a menudo escapan al campo de los racional), pero sí señalar algunos errores de apreciación. Rubén Darío es algo más que pura “música verbal”, como él pretende: en su poesía hay denuncia, desolación existencial, compromiso. Y Góngora, continuamente aludido, tampoco es “pura música” ni las Soledades han surgido de la nada. Para José Luis Rey, en los grandes poemas de Góngora, “el asunto es que no hay asunto, porque el asunto es la poesía”; Góngora sería así “el mayor poeta del silencio”, “el Moisés que nos condujo hasta aquí, hasta la tierra en blanco del verbo”.
            Pero al minimizar la historia, al no cantar la cólera de Aquiles sino los pasos de un peregrino en una isla, no se elimina el argumento (y ahí está su “Fábula de Polifemo y Galatea”), ni tampoco supone partir de la nada, prescindir de la tradición: Góngora pone en juego en cada verso toda la mitología y toda la erudición clásica. En los primeros versos de las Soledades ya nos entramos a Júpiter transformado en toro para raptar a una joven: “Era del año la estación florida / cuando el mentido robador de Europa”.
            Los prejuicios estéticos de José Luis Rey quedan patentes acá y allá, en cuando se deja de líricos alardes y vaguedades teóricas. Así comienza su comentario de un poema de Charles Simic: “De no ser por su cualidad imaginativa y su capacidad irónica, los poemas de este conocido autor caerían de pleno en el realismo y, por tanto, carecerían de interés”. ¿No tiene interés la literatura realista, carecen de cualidades imaginativas Flaubert o Henry James, falta capacidad irónica a poetas como Nicanor Parra o Ángel González?
            Y no entremos en lo limitada y tópica que resulta su lectura de la poesía de Bécquer, al que considera un poeta solo apto para adolescentes. Da la impresión de que a José Luis Rey los poemas no le interesan en sí mismos, sino en tanto se acomodan a sus prejuicios sobre lo que es o debe ser la poesía. Pero tiene la suerte de haber encontrado un procedimiento, la glosa acrítica que utiliza el texto como pretexto, con el que no hay poema que no se acomode a ella.  

4 comentarios:

  1. ¿Y de qué tienen miedo los eruditos? ¿De la naturalidad de las interpretaciones de Rey?

    ResponderEliminar
  2. No he podido leerlo entero. Da la sensación que ha elegido unos poemas para verter sobre ellos una crítica prefabricada, insulsa e incoherente. Y decir que Bécquer es un poeta para adolescentes es para condenarlo a muerte ( poéticamente, claro ).

    ResponderEliminar
  3. Criatura que habitas entre palabras:
    algo te dice que, allá en el verbo,
    late el corazón de un alma sincero.

    ResponderEliminar
  4. Por lo menos el peculiar título es suyo.

    ResponderEliminar