sábado, 13 de febrero de 2016

Juan Manuel Bonet, postales y nostalgias


Via Labirinto
Juan Manuel Bonet
La Veleta. Granada, 2015.

Juan Manuel Bonet, crítico de arte, minucioso historiador de las vanguardias históricas, era un poeta de obra escasa: menos de media docena de libros, que a veces no pasaban de folletos, en más desde treinta años, desde la publicación de La patria oscura (1983). Sorprenderán por ello a la mayoría de sus lectores las más de trescientas páginas de su poesía completa. Esa sorpresa, tras la lectura, no resulta enteramente positiva. Hay poetas que aprovechan la recopilación de su obra para podar, eliminar ramas muertas, dejar caer algunas hojas secas. Juan Manuel Bonet ha preferido vaciar los cajones, recuperar textos perdidos en viejas revistas juveniles, en el catálogo de alguna exposición y en reducidas ediciones con artistas.
            “Postales” titula una de las nuevas series; “Poesía de circunstancias”, otra. En “Nord-Sud” aparecen, junto a los poemas, las fotografías de Bernard Plosu que glosan. “Estas no son ilustraciones a los poemas –indica el autor en las notas finales–, sino que estos nacen de la contemplación de las fotos… y deben ir por siempre unidos a ellas”. Lo mismo podría decirse de buena parte de la obra lírica de Bonet: no parece sostenerse por sí misma, necesita la imagen que le sirve de pretexto.
            El mejor Bonet, el Bonet que aporta un tono nuevo a la poesía española del momento, está en La patria oscura y en las notas diarísticas, muchas de ellas verdaderos poemas, de La ronda de los días. Es un poeta que escribe con el lenguaje de la ensoñación y de la melancolía, que rescata a olvidados poetas crepusculares como Fernando Fortún o Andrés González-Blanco (el de los Poemas de provincia, un título tan bonetiano), que juega a dejar en el poema la impresión de la vida que pasa, o que parece pasar sin apenas dejar más huella que la fugitiva sombra en la pared: “Escribir –como si nada fuera importante– / el sencillo irse de las horas / sentado en la terraza de un café / de una provincia española. / Escribir, como si estuviera escrito / que el ruido de esas tazas sobre el mármol / tuviera que pasar al arroyo claro / de unos versos. / Escribir, como si nada fuera”.
            Bonet gusta de reducir al mínimo sus poemas, tan al mínimo que a veces parecen más los ingredientes para un poema que un verdadero poema, de ahí que su recurso literario preferido sean las enumeraciones. Pero en los mejores casos dos o tres pinceladas le bastan para crear una atmósfera inconfundiblemente suya.
            Al mundo de la provincia, le siguió el de la Europa de entreguerras. En su libro Praga se inventó un heterónimo checo, Pavel Hrádok, que escribe exactamente igual que él: “Mueren las farolas amarillas en la cuesta del Castillo / el recuerdo de las pinturas de Jakub Schikaneder / cantor de las horas foscas / los versos otoñales de Frantisek Halas / los lentos pianos incendiados / los trenes en la noche / los bosques centrales de la melancolía…”
            Polonia-Noche reúne los poemas dedicados a otra de sus patrias. Incluye en ese libro su versión de un poema vanguardista de Józef Czechowicz (1903-1039), que disuena por su extensión de la brevedad de los poemas propios, a menudo simples apuntes: “Contra el atardecer, / sobre el verdín / del estanque, el dibujo / que trazan los patos”.
            El modo de hacer de Juan Manuel Bonet lleva a que sus apuntes diarísticos superen a veces a los propios poemas, en exceso minimalistas. Él mismo nos ofrece el mejor ejemplo en las notas finales, tan precisamente imprecisas: habla –por ejemplo– de “una tercera de ABC que se ha reproducido varias veces” sin indicar fecha ni dónde. El poema “Noche de primavera en Jaime Vera”, no incluido en La patria oscura, nos dice que surgió a la vez que una de las anotaciones de La ronda de los días: “Escribir poesía. Me parece importante subrayar ese tiempo durante el cual el poema no está escrito, pero ya está ahí. Una conversación por la noche, en verano, con las ventanas abiertas. Crees que echa a llover y lo comentas. Al cabo de un rato, sí, llueve de verdad, torrencialmente. En ese mismo instante comienza a abrirse paso el poema. El poema, como una súbita claridad, un instante preciso, una iluminación en la sombra. Durante un tiempo, esa claridad o convencimiento del poema estarán ahí, rondando. En un momento dado, lo escribirás. Será importante entonces, será fundamental conservar fresco el motivo, la claridad hecha alrededor de un instante, de una cosa, de un rostro, de una ciudad, de un tiempo pasado o cercano, propio o ajeno, de un libro, de un olor”.
            Con buen criterio, en La patria oscura dejó fuera el poema que surgió entonces. Lo recupera ahora que la capacidad autocrítica ha desaparecido para ser sustituida por el afán recopilador: “No es la lluvia. Son los árboles. / Son ellos, sí. Único rumor / en la noche cantan. Pueblan la cálida, / doméstica primavera. Callamos / por escuchar su paso, su volver, / su brisa de presagio. Y en el silencio / no tarda en alzarse / la verdadera lluvia que anunciaban”.
            Via Labirinto  es una calle de Siracusa: (“metáfora de la ciudad, / ¿y no también de cualquier vida?”) y el título más apropiado para un libro que nos invita a perdernos en neblinosos lugares, librerías de viejo, viñetas ultramarinas, resonancias crepusculares y nostalgias ultraístas.

            

3 comentarios:

  1. Yo sí creo que logra "conservar fresco el motivo" en ese poema de la lluvia y los árboles y que ha hecho bien en recuperarlo. Una evocadora postal de una noche de verano.

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  2. Me parece evocador. Bien por rescatar ese poema.

    Un saludo

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    1. o sea,bien rescatado el poema,fresco el motivo,digo,bien rescatado el motivo,o sea,bien,todo bien,así llega a la real academia de bellas artes de san Fernando,e igual me quedo corto,lo lleva en la sangre,bien rescatada la papada,perdón digo el motivo,o sea,el poema quería decir,bien rescatado todo,bonitos versos,mejor no habler de la familia,lo llevan en la sangre.

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