Ángeles Caso
Ellas mismas. Autorretratos de pintoras
Libros de la Letra
Azul. Oviedo, 2016.
Abundan los libros de arte que están hechos para mirar, no
para leer. Ellas mismas, de Ángeles
Caso, es además de un hermoso objeto, fruto de un micromecenazgo que vino a
corregir la desidia editorial, una obra de tesis, una minuciosa colección de
vidas y un didáctico compendio de la historia del arte.
La tesis de
Ángeles Caso resulta clara y es expuesta con reiterada contundencia. Si hay tan
pocos cuadros pintados por mujeres en los grandes museos, si escasean sus
nombres en los manuales, no es solo por su dificultad para acceder a los
oficios artísticos, sino porque, en muchos casos, hubo una conjura androcéntrica
para condenarlas a la oscuridad.
No importa
que unas pocas, como es el caso de Artemisia Gentileschi, tuvieran éxito en
vida: “Nada de todo eso impidió, una vez más, que su nombre fuera olvidado y su
obra se perdiese, confundida a menudo con la de su padre, a pesar de no
parecerse nada como pintores”.
Abundan los
finales de capítulo en la misma línea: “Pero ni la fama ni el talento que
conoció en vida –leemos al final de su semblanza de Anna Dorothea Therbusch–,
lograron impedir que, tras su muerte, pasase a engrosar el sombrío e injusto
limbo de las pintoras inexistentes”.
La pintora
veneciana Rosalba Carriera constituye casi la única excepción: “Dejó tras de sí
una obra ingente, en la que recogió la imagen de buena parte de los europeos
más conocidos en la primera mitad del siglo XVIII. Dejó también sus afortunadas
innovaciones en asuntos de técnica y soportes. Y una fama que ni siquiera la
historiografía más radicalmente androcéntrica ha podido negar, de tan grande
que fue”.
A veces, lo
que este libro tiene de panfleto reivindicativo rechina un poco: no solo hay
pintoras olvidadas, también hay cientos de pintores que pasaron de la fama al
olvido o que nunca alcanzaron la fama que merecen y se cubren de polvo en los
almacenes de los museos o sus cuadros son atribuidos a otros nombres más
reconocidos.
Pero ese
posible exceso, explicable por otra parte, no importa demasiado. Ángeles Caso,
antes que una justiciera feminista (lo que no es nada negativo, sino todo lo
contrario), es una buena conocedora de la historia del arte y una excepcional
escritora. Sus textos valen por sí mismos, no son mero soporte informativo de
esta deslumbrante galería de rostros de mujer.
De algunas
pintoras se sabe poco y las líneas de Ángeles Caso se dedican a glosar su
autorretrato (lo hace sin incurrir en vaguedades pseudopoéticas, muy atenta a
los detalles y a los símbolos iconográficos), pero de otras la vida es tan
interesante como la obra. Es el caso de Lois Mailou Jones –que a la marginación
como mujer añadió la de ser afroamericana– o de Charlotte Salomon, que vio
convertido el cuento de hadas de su vida en un cuento de terror con la
aparición del nazismo.
Hasta
llegar al siglo XX, da la impresión de que Ángeles Caso no tiene que dejar
fuera a ningún nombre de interés, pero en los capítulos finales su selección se
vuelve más caprichosa. No sabemos muy bien por qué aparece Pilar Montaner y,
sin embargo, por seguir con pintoras españolas, Maruja Mallo o Remedios Varo
son únicamente mencionadas (aunque hay que tener en cuenta que el libro trata
de los autorretratos de las pintoras, no de su obra en general).
Los
capítulos finales se ocupan de las fotógrafas y aquí sí que el gusto personal
de la autora tiene amplio campo para manifestarse. Los nombres conocidos,
aunque quizá no demasiado (hablamos de fotografía y de mujeres) alternan con
otros más insólitos. Las pocas líneas dedicadas a Eveleen Myers son casi un
cuento de fantasmas y la historia de Lee Miller, que cierra el libro, tiene
todos los ingredientes de un melodrama (incluso con abusos sexuales en la
infancia) que fuera también una novela de aventuras. Pero el autorretrato más
impactante de estas páginas finales (sin desdeñar la superposición mujer y gato
de Wanda Wulz) es el de Frances Benjamin Johnston, la primera gran profesional
de la fotografía, con su contundente afirmación de que una mujer, para ser
hermosa, no necesita parecerse a las convencionales y reduccionistas imágenes de
la feminidad.
Algo de
panfleto reivindicativo, ya lo hemos dicho, tiene este acercamiento a loa autorretratos
femeninos y también puede servir como ejemplo de un modo de hacer colaborativo
muy acorde con los nuevos modos de entender la política cultural, pero antes
que eso (o además de eso) es literatura, excelente literatura con mucha
erudición detrás, que nos acerca un puñado de obras de arte que, en su mayor
parte, desconocíamos por completo. Muchas de ellas se incluirán a partir de
ahora entre las piezas maestras de nuestra colección particular.
Ha habido mujeres creativas, dices.
ResponderEliminarMujer a secas,
hombre,
¿no basta?
Ha habido mujeres creativas y otras nada creativas, pésimas poetas y pintoras de domingo, exactamente igual que los hombres.
ResponderEliminarJLGM
Quizá las mujeres sean más prácticas, y por eso se han dedicado con menos intensidad a las artes.
EliminarSi la Deidad ha hecho a las personas
ResponderEliminara imagen y semejanza de Ella,
debe de sentir predilección
por las creadoras.