sábado, 20 de enero de 2018

Ángel Sánchez Rivero, correo de Venecia


Correo de Venecia y otros ensayos
Ángel Sánchez Rivero
Edición, introducción y notas de Enrique Selva
Pre-Textos. Valencia, 2017.

Una época se caracteriza no solo por sus grandes nombres, sino también por las figuras menores que están tras ellos y los sostienen. Los años veinte no serían lo que fueron sin figuras como la de Ángel Sánchez Rivero, ligado tan estrechamente a la Revista de Occidente, que en ella dejó lo mejor de su reflexión intelectual, solo póstumamente reunida en libro.
            Era pocos años menor que Ortega, pero enseguida –como tantos jóvenes de entonces– supo reconocer su magisterio. Correo de Venecia y otros ensayos –donde por primera vez se recopila su obra dispersa– incluye en apéndice unas cartas a quien sería su mejor amigo de juventud, Ricardo Gutiérrez Abascal, que pronto se haría famoso como crítico de arte con el pseudónimo de Juan de la Encina. En ellas deja constancia de su descubrimiento de Ortega y de lo trascendental que resultaría en su vida: “Sabe usted que he asistido al curso de Metafísica de Ortega en la Universidad. Ya le dije que como profesor es admirable. He tenido algunas conversaciones con él. Es un valiente, amigo mío. Ha tenido la decisión de formarse una cultura orgánica, la única cultura posible; fuera de eso no hay más que confusión, charlatanería, nada”. La influencia de Ortega le lleva a aprender alemán y al idealismo filosófico.
            Ángel Sánchez Rivero –primero como crítico de arte, luego como crítico de la cultura– estaba destinado a ser uno de los nombres fundamentales del siglo XX, pero se quedó en una sombra desvaída y menor por uno de esos inesperados golpes del destino: murió en 1930, poco después de contraer matrimonio. Había nacido en 1888, el mismo año que autores tan dispares y fundamentales en la modernidad como Gómez de la Serna, Pessoa y Eliot.
            Para preservar su memoria, Benjamín Jarnés –estricto coetáneo suyo y otro de los pilares de la Revista de Occidente– reunió parte de sus trabajos en Meditaciones políticas (1934). Luego la guerra hizo que se le olvidara y hasta que, en 1997, Manuel Neila recuperó sus Papeles póstumos. Fragmentos de un diario disperso, no volvimos a saber de él.
            Ahora reaparece, entero y verdadero, en el volumen que ha recopilado, prologado y anotado, de manera ejemplar, Enrique Selva. Las setenta páginas del prólogo constituyen un ejemplo de biografía intelectual, con todos los datos necesarios para entender al hombre y a su tiempo, sin acumular superfluos, enfadosos alardes eruditos.
            Al comienzo de la recopilación, y dándole título, se sitúa la última de las colaboraciones publicadas de vida por Sánchez Rivero en la Revista de Occidente, y sin duda su obra maestra. Pocas veces se ha escrito sobre una ciudad de la que tanto se ha escrito con semejantes lucidez y belleza.
            Una beca de la Junta para Ampliación de Estudios le permitió, a partir de 1925, residir en Italia, visitando sus principales ciudades, frecuentando sus museos. La huella especial que le dejó Venecia tuvo también razones personales. Allí conoció a una joven historiadora, Angela Mariutti (1900-1981), con la que acabaría casándose.
            La Italia que recorrió Sánchez Rivero era la que parecía recuperar su grandeza perdida de la mano del fascismo, movimiento que trata con cierto distanciamiento pero también con simpatía. Es posible que, de haber vivido más tiempo, hubiera sido uno de los intelectuales, seducidos por la cultura italiana, que como Sánchez Mazas o Eugenio Montes contribuyeron a la creación de la Falange. De hecho, su viuda, durante la guerra civil, participó en las actividades de la Sección Femenina.
            Sánchez Rivero, siguiendo a Ortega, quiso siempre darle al ensayo dignidad literaria, pero solo en “Correo de Venecia” se atrevió a hacer literatura, a demostrarnos hasta dónde podría llegar si una cierta modestia intelectual no se lo impidiera: “En el pretil del puente de Rialto hay un hombre apoyado. Sobre las aguas del canal bailan destellos de las luces que salpican las fondamenta y las ventanas de los palacios silenciosos. Tenues rumores suben por el aire tranquilo de la noche estiva. El raso de la superficie se desgarra bajo las cuchillas de los vaporcitos, y en las riberas se apaga el chapoteo de un incipiente oleaje. La góndola se desliza, apenas empujada por la inclinación decisiva de su barquero. Suena a lo lejos una canción cualquiera...” Ese hombre que escucha la canción es Nietzsche, quien dejó constancia del momento en uno de sus poemas: “Apoyado en el puente / estaba solitario / en la noche oscura. / De lo lejos venía / hasta mí una canción. / Gotas de oro fluían / sobre el temblor del agua. / Góndolas, luces, música”.
            Pero Sánchez Rivero no se limita a hacer literatura sobre Venecia, nos ofrece uno de los más atinados análisis de su peculiar estructura política.
            No es el único tema tópico del que consigue darnos una visión original. También lo hace sobre el Quijote y su interpretación no gustó nada a Américo Castro, que le replicó con cierta aspereza. La respuesta de Sánchez Rivero, recogida en este volumen, nos lo muestra como un inteligente polemista, que sabía defender con diplomacia y buenas razones sus puntos de vista.
            El azar no quiso que Sánchez Rivero llegara a ser lo que pudo haber sido. Pero lo que fue basta para convertirlo en uno de los nombres que enriquecen un tiempo, la Edad de Plata, central en la historia de la cultura española.

6 comentarios:

  1. Esta falsa sociedad
    te señala con el dedo.
    –¡No digas eso! ¡No digas eso!–
    Siempre presta a condenar,
    –¡No digas eso!–
    con su puño te aplasta,
    su moral te desgarra.
    –¡No digas eso! ¡No digas eso!–
    Millones de ojos te miran.
    Su juicio es implacable.
    En esta sociedad detestable
    la palabra no se hace carne.

    ® María Taibo

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    1. En la firma, la autora ha confundido el símbolo de marca registrada con el de derechos de autor. Debe decir: ©

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  2. Esta falsa saciedad
    te recata con su velo.
    ¡Nórdico sexo! ¡Nórdico sexo!
    Siempre presta fornicar
    -¡nórdico sexo!-
    con su muñón te apresta,
    su morral te desangra.
    -¡Nórdico sexo! ¡Nórdico sexo!-
    Millones de ejes te giran.
    Su jumento es indecible.
    En esta saciedad detenida
    la pantalla se hace cable.

    Perez Ginferrer




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  3. Que me disculpe María Taibo, pero los comentarios a una reseña no son el lugar más apropiado para publicar poemas inéditos (y además se expone a anónimas parodias).

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    1. Muchas gracias por tu generosidad. Lo hago para ejercitar el músculo poético, como otros leen en bares. No me importan las parodias, las considero una forma lateral de la crítica.

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  4. Pues a mi el Pérez Gin Ferrer me parece mejor que el Peregimferrer protoacadémico

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