sábado, 21 de abril de 2018

Historia de una obsesión



La mariposa en el mapa
Jorge Ordaz
Luna de Abajo. Oviedo, 2018.

Fue A. J. A Symons, con su En busca del barón Corvo (1934), quien creó el subgénero biográfico que desde entonces recibe el nombre de “quest”, tomado de su título original: The Quest for Corvo. El autor no nos ofrece solo el resultado de su investigación, sino que también se convierte en protagonista y nos cuenta cómo va avanzando en ella, los obstáculos que encuentra, sus propias perplejidades. Buena parte de las exitosas publicaciones de Javier Cercas –El impostor, El monarca de las sombras– se acogen a este esquema.
            También lo hace Jorge Ordaz con La mariposa en el mapa, historia de una obsesión, la que le ligó al escritor Frederic Prokosch desde que a sus dieciséis o diecisiete años se encontró, en un puesto de libros viejos con su novela Tormenta y eco.
            Frederic Prokosch es un escritor norteamericano de paradójica trayectoria literaria: sus mayores éxitos los consiguió con su primer libro, Los asiáticos (1935) y con él último, Voces. Memorias, publicado casi medio siglo después. En medio, un puñado de novelas que tratan de repetir la fórmula de la primera o que intentan sin demasiado éxito nuevos caminos. También era poeta, pero como poeta no tuvo resurrección. En New Poems, una antología de la poesía británica y norteamericana publicada en 1942, se le incluye junto a Auden, Marienne Moore, Stephen Spender, Wallace Stevens o Dylan Thomas, pero a partir de los años cincuenta iría progresivamente desapareciendo de cualquier estudio o antología.
            En España se editaron en los años cuarenta sus primeras novelas, en buenas traducciones de Rafael Calleja. El título de Los asiáticos se cambió por otro más sugerente, pero que disimulaba su condición de novela: Asia misteriosa a través de la aventura y el amor. En el éxito inicial intervino la fascinación por el autor, que gustaba de aparecer en las fotografías con pose de galán de cine, y que se presentaba como un erudito y a la vez un consumado deportista y un aventurero que había recorrido a pie los exóticos países en los que situaba la acción de sus novelas.
            Lo que había de verdad y lo que había de mito en estas afirmaciones lo va descubriendo poco a poco Jorge Ordaz. Los asiáticos nos cuenta el viaje de un joven norteamericano desde Beirut hasta China, pasando por Turquía, Siria, Persia, Rusía, Afganistan, India y lo que entonces se llamaba Cochinchina. El editor español no duda en afirmar que “el autor ha recorrido el trayecto que describe”. En realidad, escribió su novela soñando sobre los mapas sin salir de una biblioteca.
            Luego el sueño se haría realidad y Prokosch se convertiría en una incansable viajero, sin domicilio fijo, hasta recalar en la Provenza, en Grasse, que es donde tardíamente le volvió a encontrar el éxito.
            Las primeras novelas exóticas y cosmopolitas de Prokosch, escritas en una prosa poética que quizá no ha envejecido demasiado bien, tras reeditarse en ediciones populares, se fueron llenando de polvo en las librerías de viejo. La resurrección le llegó al autor en los años ochenta, de la mano, como en Francia, como en el resto del mundo, de Voces, sus fascinantes memorias. En ellas se hace a un lado y quiere aparecer menos como protagonista que como testigo, como el viajero de un siglo que ha conocido a los principales protagonistas del arte y la literatura y acierta a presentárnoslo en su verdad cotidiana.
            ¿Cuánto hay de verdad y cuánto de ficción en esas memorias? Lo que Prokosch nos ofrece no es un documento notarial, sino la novela de la memoria. Recrea, como un buen novelista, a los personajes que ha conocido –Auden, Ezra Pound, James Joyce– y los hace hablar para nosotros, que asistimos fascinados a un viaje en el tiempo donde verdad y mentira resultan igualmente verdaderas gracias a la magia de la literatura. Los párrafos finales que nos presentan al autor envejeciendo “en una casita de campo rodeada de cipreses, en un valle al pie de Grasse” constituyen un emocionante poema en prosa, una hermosa despedida de un autor que jugó a confundir vida y literatura.
            Otra obra maestra escribió Prokosch, El manuscrito de Missolonghi, diario apócrifo de Lord Byron que no desmerecería junto al que podría haber escrito el propio Byron. El prosista algo meloso de los primeros libros es aquí seco, descarnado, ajeno a hipócritas pudores. Lord Byron, sin dejar de serlo (no hay página en la que no tengamos la sensación de estarle escuchando) se convierte en la transparente máscara de lo que Prokosch habría querido ser, de lo que hoy es para los lectores.
            Jorge Ordaz, novelista, geólogo, hombre de raras erudiciones, nos habla de sí mismo tanto como de Prokosch en La mariposa en el mapa, un libro breve y minucioso que algo tiene de cajón de sastre: nos lleva por librerías, rescata cartas de algún amigo, nos cuenta sus peripecias con los editores, reflexiona sobre el éxito y el fracaso, “esos dos impostores”, al decir de Borges.
            Los capítulos propios alternan con otros de textos ajenos que la tipografía lleva en un principio a confundir con los propios. Algunos de ellos sobran claramente (“Pequeños azares”, “Del diario de un aviador”) y el lector pronto siente la tentación de saltárselos. Juega también Jorge Ordaz al apócrifo y con el título de “Catulo en Rottingdean” nos ofrece un supuesto capítulo perdido de las memorias de Prokosch.
            Lo que nos cuenta Jorge Ordaz sobre su trayectoria literaria no deja de resultar interesante, pero el lector hubiera preferido que nos hablara un poco menos de sí mismo y un poco más de ese fascinante mistificador de la vida y los libros que fue Frederic Prokosch, quien en su vejez, como en la adolescencia, soñaba hojeando un libro titulado La vuelta al mundo en ochenta días.
           


4 comentarios:

  1. Poemas de hoy: El alivio de ser un cero a la izquierda21 de abril de 2018, 10:37

    ¡Oh, ceremonial, que me has dejado
    en los aledaños del festín!
    ¡Cómo te agradezco tu gesto!
    Es para mí un honor
    ser desechada por los arquitectos.
    Como al aparapita, una carga
    me forzaba a inclinarme ante Goliats.
    Ahora soy pepita de oro y grano
    de mostaza: bien hallada.


    © María Taibo

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    1. El título de este poema ha cambiado a “Destierro feliz”.

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  2. La frase acerca del éxito y el fracaso como "impostores" no es de Borges. Él la cita a menudo, pero atribuyéndola siempre a su verdadero autor, Kipling. Pertenece al que quizá es su poema más conocido, "If...", donde se lee: "If you can meet with Triumph and Disaster and treat those two impostors just the same", esto es, "Si te encuentras con el Triunfo y la Derrota y tratas de igual forma a esos dos impostores".

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  3. Gracias por la precisión, Jose. Y qué alegría comprobar que también puedes dar una opinión que no tiene que ver con Cataluña.

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