viernes, 12 de octubre de 2018

Américo Castro y Jorge Guillén, erudición, novelería y disparate




Correspondencia (1924-1972)
Jorge Guillén-Américo Castro
Edición, introducción y notas de Manuel J. Villalba

Se ha convertido en tópico, cuando se habla de un epistolario entre escritores, entonar una elegía a la desaparición de las cartas. Como tantas otras dedicadas a llorar los desastres del mundo contemporáneo, carece de fundamento: la correspondencia personal no ha desaparecido ni ha sido sustituida por la mensajería instantánea, del mismo modo que el correo postal –el que viaja primero a lomos de caballos, luego en tren, en barco, en avión– no fue sustituido por el telegrama ni por el teléfono, como temía Pedro Salinas que ocurriera según cuenta en uno de los ensayos de El defensor. En el correo electrónico, lo que cambia es el continente, no el contenido, y lo que escribimos queda archivado de manera más duradera que en papel, si no en nuestro ordenador, donde podemos borrarlo, en algún servidor externo a la espera del futuro investigador que lo convierta –si tiene interés para los lectores– en libro.
            Américo Castro y Jorge Guillén mantuvieron durante más de medio siglo una relación de amistad y admiración mutua que algo tuvo también de familiar (Stephen Gilman, el discípulo predilecto de Castro, casi un hijo, se casó con la hija de Guillén). Fueron dos de las principales figuras del exilio, aunque en el caso de ambos más laboral que estrictamente político: volvieron sin problemas, y con cierta frecuencia, a la España de Franco.
            La ponderación de Guillén contrasta con la vehemencia Castro en esta correspondencia que puede ser leída como una novela epistolar. Más que los elogios que se intercambian con motivo de la aparición de sus respectivas obras, nos interesa lo que tiene que ver con la historia y la intrahistoria de esos años, como los contrastes entre la vida española y la norteamericana o los detalles sobre la vida universitaria norteamericana y las intrigas para hacer su sitio en ella.
            Américo Castro revolucionó la historiografía española con su obra España en su historia. Cristianos, moros y judíos, en la que el filólogo se convierte en un filósofo de la historia. Algunas de sus ideas, como que la gran literatura española del Siglo de Oro, es en buena parte obra de conversos son ya un lugar común. Pero no se limitó Castro a las hipótesis razonables. De una laboriosidad y tenacidad poco comunes, en la última etapa de su larga vida se convirtió en una especie de Quijote que defendía las verdades  que él había descubierto  contra todo el mundo.
            El rigor científico se fue por el escotillón para ser sustituido por la vehemencia del predicador, un poco a la manera de los delirios místicos sobre la hispanidad de Juan Larrea, aunque con mejor fundamento erudito. Juan Goytisolo se convirtió en su principal seguidor. Sin las teorías de Castro no había sido posible sus novelas ni sus ensayos sobre la literatura clásica española.
            En una carta de 1956, habla Castro de su libro Dos ensayos en el cual dice poner en fila a todos sus detractores, comenzando por Menéndez Pidal, y hacerlos “cisco”, “pulpa”. Aunque u familia le aconseja no hacer caso de ciertas alusiones, “yo me debo –escribe– a quienes creen en mi obra, y no puedo dejar a unos insolentes asnos, con tonsura o sin ella, proseguir en su campaña de difamación”. El primero de esos “insolentes asnos” es nada menos que su maestro, Menéndez Pidal.
            Otras afirmaciones de Castro redondean al personaje. Sorprende su elitismo, común entre los intelectuales de la época, pero que pocos se atreverían a afirmar con tanta rotundidad: “La Humanidad estuvo durante millones de años sin la división entre unos que trabajaban y unos pocos que se dedicaban a la contemplación, y no pasó nada interesante en el mundo del espíritu. En cuanto se inició en Grecia lo de ‘los señores están servidos’, pues se produjeron las cosas de que aún vivimos”. A Américo Castro le indigna la escasez de servicio doméstico en Estados Unidos en contraste con el que disfrutaba en España, y eso en una época (la carta es del 16 de abril de 1944) en que el país estaba en guerra: “A mí me encocora esto de que solo se pueda uno abandonar a lo suyo en horas contadas, y aún así hay que abrir la puerta, e ir al teléfono, y comprar en la tienda, etc. Y el espectáculo de la familia femenina esclavizada como antes las negras”.
            Los pequeños detalles son lo más interesante de cualquier epistolario, la vida cotidiana y la mentalidad de una época reflejadas sin interferencias. ¿Qué es lo que tuvieron que aprender los intelectuales españoles exiliados en Estados Unidos? Pues “a fregar los platos y a llegar a las citas con puntualidad”. Por lo que no pasan, al menos por lo que no pasa Américo Castro, es “por quitarse la chaqueta en cuanto lleguemos a casa”. También nos deja constancia del arribo a Nueva York de un grupo de “musicantes y bailarines de Londres”, “seguidos por entusiastas aullidos de una horda de teenagers que la policía no podía contener”: alude a los Beatles y a su “música en que se desintegran el manicomio y el pandemonium”.
            Jorge Guillén, más ponderado, es menos personaje de novela. Una de las pocas veces que pierde los nervios es cuando alude a cierta polémica: “En cuanto al incidente con el Canallísimo –me refiero esta vez a Juan Ramón Jiménez–, ¿qué quiere usted que hiciera? Durante veinte años he sido ‘el que recibe las bofetadas’. Tenía algún día que pararle los pies, o mejor dicho, desenmascarar al Esteta. Me limité a exhumar unos documentos. Y se acabó”.
            Como el editor de este epistolario, Manuel J. Villalba, lo hace acompañar de abundantes notas (1189 para ser exactos), buscamos alguna aclaración de ese episodio. No lo encontramos. Manuel J. Villalba prefiere anotar términos como “Associate Profesor” (“ing. Profesor asociado”, indica) o “signora” (“it. Señora”). O dedicar unas líneas a explicarnos quién es Franco: “Francisco Franco Bahamonde (1892-1975), general español. Tras el intento fallido de golpe de Estado el 18 de julio de 1936 y la subsiguiente Guerra Civil, ocupó la jefatura del Estado hasta su muerte en 1975”.
            En la primera página, se habla de una colaboración de Guillén en la Revista de Occidente y Villalba anota: “Véase J. Guillén Aire-Aura”. Buscamos esa referencia en la bibliografía y encontramos: “Aire-Aura”, Revista de Occidente 4 (1923)”. ¿No podía decír eso en la nota y evitarnos perder tiempo con la búsqueda?
            Y ya que estamos con la bibliografía, sorprende que tras cada referencia aparezca unas veces la indicación de “impreso”, otras la de “Print.”, otras la de “Imprimé” o la de “Stampato”. Manuel J. Villalba se ha creído en la obligación de decirnos, tras cada libro o artículo citado, que es un “impreso”, pero lo dice en la lengua en que está escrito el volumen.
            Se equivoca, por otra parte, en las notas referidas a Jorge Guillén, que ya es equivocarse: habla de que Cántico tuvo cinco ediciones (fueron cuatro) y de que la tesis doctoral de Guillén continúa inédita (la publicó la Fundación Jorge Guillén, la misma en que aparece la muy mejorable edición de este epistolario).
            Pero no vamos a incurrir en el tópico de la decadencia de las humanidades debido a la proliferación de las nuevas tecnologías. Ya en 1942, escribía Américo Castro: “Los jóvenes universitarios, salvo rarísima excepción, no leen, lo que se llama leer, un libro; ni piensan en meditaciones lentas y proseguidas”.
           

6 comentarios:

  1. Profunda reflexión de los personajes, de una época convulsa, donde los contrastes eran evidentes. Sin duda para disfrutar de ambas figuras.

    Un abrazo

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  2. Se habla a menudo (aquí mismo se ha hecho, en una entrada de 2012 relativa a la publicación, por la Residencia de Estudiantes, del segundo tomo de su correspondencia) del mal carácter de JRJ. Allí se cuenta algo del episodio ocurrido en 1933, a consecuencia del cual JRJ envía a Guillén un seco "telefonema" en el que constan las hoy célebres palabras: "Quedan hoy retirados trabajo y amistad".
    He aquí cómo cuenta el episodio Javier Rodríguez Marcos, en un artículo publicado en El País también con ocasión de publicarse ese segundo tomo del epistolario juanramoniano:
    "El caso es que hubo momentos de tensión de los que el libro da cuenta. Hay un telefonema, del 27 de junio de 1933, muy duro de Juan Ramón dirigido a Guillén: "Quedan hoy retirados trabajo y amistad". El motivo de esas palabras tajantes fue que Guillén no cumplió su promesa de ofrecer el primer número de la revista Cuatro vientos al autor de Platero y yo. En el último momento, brindó esa deferencia a Unamuno, del que Juan Ramón era un gran admirador, pero no por eso dejó de sentirse traicionado". (Hay, por cierto, un error; no se trataba de "el primer número" de la revista, sino del primer lugar en un número posterior).
    La clave, sin embargo, está en estas cuatro palabras, referidas a Jorge Guillén: NO CUMPLIÓ SU PROMESA.
    Lo que Guillén debió hacer, en mi opinión, y ya que existía ese compromiso anterior con JRJ, es informarle del cambio, y que él decidiera si lo aceptaba (dada la admiración que siempre confesó por la poesía de Unamuno, bien podría haber ocurrido eso), si prefería que su colaboración quedase para un número posterior donde se la publicara de acuerdo con lo prometido, o si escogía retirarla. Al no hacerlo así, fue Guillén, en mi opinión, quien metió la pata.
    Es más, ese mismo día Guillén contesta con otro "telefonema" diciendo esto: "No entiendo nada, no sé nada. Tengo derecho a explicaciones y las exijo".
    Personalmente, me parece increíble que, existiendo su promesa anterior a JRJ y conociendo bien su forma de ser, no se le ocurra que esa violación de su promesa (máxime existiendo, como existían, toda una serie de desencuentros anteriores) pudiera disgustar a JRJ. Yo creo lo contrario: que no pudo dejar de ocurrírsele, pero prefirió pasarlo por alto.

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  3. Acertada la aclaración (que debía haber hecho el anotador). Dos precisiones: en Los cuatro vientos colaboraban los poetas el 27 y el primer lugar se lo ofrecían a algún poeta de mayor edad. Cuando se estaba preparando el número que iba a encabezar Juan Ramón Jiménez llegó un poema de Unamuno, que le había solicitado otro de los colaboradores. Pensaron que encabezara el número siguiendo el orden cronológico. Juan Ramón se enteró por uno de los trabajadores de la imprenta. Podía haber escrito: "Si mi poema no va en primer lugar, prefiero retirarlo". Y no habría habido ningún problema. Lo de "retiro poema y amistad" (algo así amenazó con hacerme Juan Bonilla, según se cuenta en Café Arcadia, a propósito del prólogo que le pedí y la reseña que le dediqué) me parece excesivo. Yo leí el número de Índice en que aparecen las palabra de uno y otro. Se anunció que Guillén iba a contar por fin las razones del enfado y Juan Ramón se anticipó mandado las suyas. Aparecieron juntas.

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  4. Martín, José, ¿conocéis, habéis leído el libro "Por obra del instante", bastante reciente, publicado por la fundación lara, o su antología de cartas (me refiero a la de austral, la que conozco)?

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    1. Yo también he leído "Por obra del instante", y la selección de su epistolario a que te refieres. No, en cambio, la edición completa de que habla JLGM, de la que no conozco ninguno de los tomos hasta ahora publicados.

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  5. Yo sí conozco la selección de entrevistas de Juan Ramón Jiménez y los varios tomos que se han publicado de su epistolario, de gran interés.

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