viernes, 5 de abril de 2019

Una mujer, una época



Emilia Pardo Bazán
Isabel Burdiel
Taurus. Madrid, 2019.

Primero fue Galdós, luego Clarín, hoy es Emilia Pardo Bazán la figura del siglo XIX que más interés despierta entre estudiosos y lectores. Las razones son exactamente las mismas que en su tiempo provocaron tanta animosidad contra ella: su feminismo militante, su deseo de no respetar los rígidos límites que se habían puesto al desarrollo intelectual –o simplemente humano– de las mujeres.
            Tras la ágil y bien informada biografía de Eva Acosta, parecía que ya lo sabíamos todo, o todo lo fundamental, sobre la trayectoria vital de la escritora gallega. Isabel Burdiel nos demuestra que no es así, y aunque lo que añada puedan ser detalles menores, nos lo cuenta todo desde una perspectiva nueva y más iluminadora.
            Ejemplar resulta su tratamiento de las cartas de amor que Emilia Pardo Bazán le dirigió a Galdós y de la novela Insolación, inspirada en esa relación y en la que mantuvo simultáneamente con Lázaro Galdiano. Las fronteras entre los público y lo privado no son naturales, sino culturales y dice mucho sobre un personaje y una época dónde se trazan esos límites.
            De las relaciones sentimentales de Emilia Pardo Bazán –que se casó muy joven y se separó pronto discretamente y de mutuo acuerdo– lo que importa al biógrafo, lo que nos importa a nosotros, es su novedoso planteamiento: de igual a igual, entre compañeros del mismo rango intelectual, algo revolucionario en aquel momento y que fue motivo de continuas burlas que disimulaban el temor ante aquella mujer que valía tanto o más que los escritores con los que se relacionó. Por eso lo que importa de Insolación –que se leyó como escandalosa novela en clave, pero que ya estaba esbozada antes del encuentro con Lázaro Galdiano– no son los concretos datos anecdóticos que pueda aportar –ninguno: es una obra de ficción–, sino lo que nos ilustra sobre la manera que Emilia Pardo Bazán tenía de entender las relaciones afectivas y sexuales de las mujeres.
            Isabel Burdiel es una historiadora reconocida, experta en el género biográfico (fue Premio Nacional de Historia con su biografía de Isabel II), y ello se nota en el rigor académico, en el exhaustivo manejo de fuentes, en los minuciosos análisis del tiempo que le tocó vivir a Emilia Pardo Bazán. A veces parece incluso dejar al personaje de lado o tomarlo como pretexto para un lúcido análisis de las tensiones políticas e intelectuales de la Restauración y las primeras décadas del reinado de Alfonso XIII –las dos épocas en las que Emilia Pardo Bazán jugó a ser protagonista–, y los lectores se lo agradecemos. La precisa erudición no le hace perder la perspectiva general, al contrario que a tantos especialistas, más atentos al detalle que al interés general de aquello que investigan.
            Esa precisa erudición a veces nos da la impresión de que no es tan precisa cuando se refiere a la historia de la literatura. Y no me refiero a detalles concretos (Clarín no dirigió la revista La vida literaria, como se indica en la página 481), sino a afirmaciones como la siguiente: “los nuevos dramas en verso de Francisco Villaespesa o de Eduardo Marquina, e incluso el teatro de Valle-Inclán, tenían una acogida que podríamos denominar de poco comercial” (p. 522). Poco comercial fue ciertamente el teatro de Valle-Inclán, que apenas se representó durante su vida, pero obras como El alcázar de las perlas, de Villaespesa, o En Flandes se ha puesto el sol, de Marquina, están entre los grandes éxitos de la época. Ejemplifican ese teatro en verso sonoro y facilón que Pérez de Ayala parodió en Troteras y danzaderas y Muñoz Seca en La venganza de don Mendo. Detalles menores, que no le quitan ningún mérito al libro, como tampoco la redacción poco afortunada de algún párrafo, como el que en la página 389 parece en principio dar a entender que Juan Valera fue amante de Isabel II.
            Asombra lo que los grandes escritores de la época –con la excepción de Galdós– llegaron a decir de Emilia Pardo Bazán. La palma se la llevó Clarín, que de ser su valedor (prologó La cuestión palpitante) pasó a ser su más pertinaz e insistente tábano. Y no solo criticaba su literatura, sus presuntas incorrecciones gramaticales (algo en lo que se especializó el crítico puntilloso de los paliques), sino decisiones como la de matricular a su hija en un Instituto de bachillerato. “Por amor al progreso”, escribe Clarín, “no vacila en enviar a una hija propia a una cátedra llena de muchachos que suelen ser el diablo”. Hay temas –añadía– que no pueden explicarse conjuntamente a muchachos y muchachas sin ofender la inocencia (“en que creo y adoro”) de las segundas.
            Comienza esta biografía con un episodio que parece sacado de uno de los cuentos de Emilia Pardo Bazán, con la historia de un crimen como los que a ella le interesaba analizar. “El misterio de un crimen es su psicología, los abismos del corazón que descubre, la luz que arroja sobre el alma humana, sobre el estado social de una nación. sobre una clase, sobre algo que rebase los límites de la caja de caudales, el baúsl destripado, la cartera sustraída”, según indicó en “Como en las cavernas”, una de sus más impactantes colaboraciones en La Ilustración Artística. Pero a ese crimen, que le tocaba tan de cerca, nunca se refirió. La abuela paterna fue asesinada por su segundo marido, que luego se suicidó, en una trama en la que intervienen una hija ilegítima, disputas por la herencia y la contratación de un sicario para asesinar al secretario que favorecía los intereses del padre de la escritora. Toda una compleja novela negra, más que un simple caso de violencia de género.
            El epílogo trágico ya era conocido: el hijo de Emilia Pardo Bazán y su nieto adolescente fueron asesinados por milicianos en los inicios de la guerra civil. Lo que no sabíamos es que, al parecer, quien estaba al mando de los asesinos era otro nieto de la escritora, no reconocido por el padre tradicionalista y tarambana. La vida puede ser más trágica y melodramática que cualquier folletín.
            No mitifica Isabel Burdiel a Emilia Pardo Bazán, no nos oculta ninguna de sus sombras (se fue convirtiendo en un interesado figurón, evolucionó hacia un nacionalismo de corte autoritario y prefascista). No necesita hacerlo para que quede claro que fue no solo una gran escritora, con no ser eso poco, sino una eficaz e incansable educadora y agitadora social, una mujer sin la cual ni los españoles ni las españolas de hoy seríamos lo que somos.
           
           

2 comentarios:

  1. Qué raro es decir que alguien se ha muerto.
    En su cuerpo ya no está, eso está claro.
    ¿Adónde fue, rauda y esquiva,
    su alma, de cadenas liberada?
    Nadie lo sabe, pero su organizador
    al azar no le da nunca la palabra.

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  2. Pío Baroja no simpatizaba demasiado con la Pardo Bazán (ni con nadie): "Se exaltaba pensando en la aristocracia; yo le oí hablar varias veces como si fuera carlista. En cuestiones de clase social, era del aristocraticismo más rabioso que puede darse. En cambio, en otras cosas se manifestaba de ideas casi libertarias." Y todavía más: "No me interesó nunca ni como mujer ni como escritora. Como mujer, era de una obesidad desagradable, y como escritora, todo eso del casticismo y del lenguaje no he tenido muchas condiciones para sentirlo (...) En su conversación, doña Emilia era un poco ansiosa y trepadora."

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