sábado, 14 de diciembre de 2019

Cómo no hablar de poesía


Hablar de poesía
Juan Carlos Abril, Luis García Montero (eds)
Centro Cultural Generación del 27. Málaga, 2019.

Pocos lo dicen, pero son muchos lo piensan: la mayor parte de los libros de poesía carecen del menor interés, salvo los que los lectores “serios” desprecian y califican de parapoesía, esos que recopilan textos de éxito probado en las redes sociales.
            Si en las antologías de poesía joven apenas hay un joven poeta que no resulte prescindible, ¿qué decir de sus “poéticas”, de las reflexiones que se les solicitan habitualmente en congresos, cursos de verano, lecturas varias?
            Hablar de poesía, subtitulado “reflexiones para el siglo XXI”, reúne las ponencias de dos cursos de verano en la Universidad de Baeza: “Poesía española contemporánea, un diálogo de generaciones” y “¿Cómo se hace un poema?”
            De las veinte intervenciones, apenas si se salvan cinco, o quizá cuatro. Luis Bagué Quílez deslumbra en una primera lectura con su mezcla de erudición académica, audaz imaginería y referencias multiculturales, pero pronto nos damos cuenta de que no es oro todo lo que reluce, ni mucho menos. Deducir de un haiku de Tomas Trantrömer (“Ya el sol parte. / Mira el remolcador, / cara de buldog”) que “el poeta sueco nos invita a un viaje infinito alrededor de la órbita ocular” parece excesivo, y no es la única afirmación estupenda que nos regala.
            Lorenzo Oliván y Carlos Marzal son poetas que tienen ideas sobre la literatura y aciertan a exponerlas con brillantez. El primero nos habla de la modernidad de Juan Ramón Jiménez y lo defiende de la marginación a la que se le intentó condenar en los años cincuenta; el segundo se ocupa de un maestro cercano, Francisco Brines. Al lector común, puede sorprenderle que se subraye que un poeta sabe además escribir en prosa y no carece de ideas solventes sobre la tradición literaria; eso solo demuestra que la leído poco las declaraciones de los poetas, o de los autores de libros de versos (un género, por cierto, para el que no parece necesaria ninguna cualificación especial).
            Luis García Montero, uno de los editores del volumen, nos ofrece un decálogo sobre poesía, diez aforismos que glosa con inteligencia, buen conocimiento de la tradición poética y a ratos quizá un exceso de buenas intenciones.
            Juan Malpartida, que nos presenta un esbozo de autobiografía intelectual, escrito con un rigor y una lucidez desacostumbrados y cercanos a los de sus maestros, entre los que destaca Octavio Paz.
            ¿Lo demás? Álvaro Salvador habla de las lecturas que le hicieron escritor, Rubén Darío, Ángel González, Antonio Machado, y nos ofrece algunos recuerdos de infancia. Juan José Téllez evoca el Cádiz de Fernando Quiñones. En algún caso, como en el de Rafael Espejo, las divagaciones se salvan por los poemas ajenos que incluyen.
            El mejor ejemplo de ese submundo poético –creado por premios, antólogos y festivales– que nada tiene que ver con la poesía lo constituye la colaboración de Carlos Pardo. Se considera el portavoz de una generación, a la que le tocó sacrificar “la poesía española en el altar de la poesía latinoamericana, que es más grande, y a esta en el altar de la universal, que aún es mayor”, una generación que al parecer no se encontraba a gusto en ninguna de las dos posibilidades que se le ofrecían en sus comienzos: o poesía de la experiencia o poesía del silencio (sin explicar, claro, que significan esas etiquetas).
            ¿Es posible responder con algún rigor a la pregunta de cómo se escribe un poema? Juan Carlos Abril nos dice que él escribe en los vuelos trasatlánticos, una respuesta más propia de una entrevista periodística que de una comunicación académica.
            Se puede responder de dos maneras: analizando la génesis de un poema que forma ya parte de la historia literaria y del que conservamos versiones previas, o refiriéndose –si el autor tiene ya algún nombre– a un poema propio, a la manera de Poe, pero evitando el anecdotario privado.
            Saber leer es también saber qué no leer. La mayor parte de las divagaciones sobre poesía actual, por ejemplo. Preferibles los poemas de autor conocido o desconocido que circulan por Internet.


           

            

4 comentarios:

  1. A propósito de García Montero, el otro día me encontré de segunda mano su "Poesía completa (1980-2015)" (Tusquets, 2015). Hacía muchos años que no le leía y conservaba de mis lecturas de su poesía el recuerdo de que era un buen poeta. No sé si es por el hecho de leerlo sistemáticamente o porque el tiempo ha pasado y mi idea de la poesía es mucho más exigente hoy que hace 15 o 20 años, el caso es que sus poemas me han parecido de una sorprendente mediocridad. Ingenuos, inmaduros, prosaicos, monótonos, superficiales, sonando a otros poetas de generaciones anteriores a la suya... He buscado tres o cuatro poemas que me habían parecido muy buenos en mi anterior lectura de algunos de sus libros y no los he encontrado. De vez en cuando puede leerse algún verso de calidad perdido en medio de una verborrea lírica muy poco interesante, pero los hallazgos son raros.

    Es muy extraña la sensación que produce la reelectura decepcionante de un autor admirado hace años. Es casi tan deprimente como la traición de un amigo. Se pregunta uno cómo es posible que nos confudiéramos tanto o fuéramos tan ingenuos con él. Y nos preguntamos si no nos va a pasar lo mismo con todos los autores que admiramos desde hace tiempo y que no hemos releído todavía.

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    1. Si te gustó no te equivacaste. Era la poesía que necesitabas leer entonces. Ahora que no te gusta tampoco te equivocas.

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  2. ¿Deslumbrante Luis Bagué Quílez? Alguien que ha pedido, como él, el premio Cervantes para Raul Zurita (extenuante poeta y, al parecer, publicista maravilloso)es un inmenso humorista, pero no un crítico.

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  3. Lee el párrafo completo, amigo Abelardo, y verás que Luis Bagué Quílez solo deslumbra en una primera y distraída lectura.

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