jueves, 23 de abril de 2020

Tres meses de encierro




La habitación enorme
E. E. Cummings
Traducción de Juan Antonio Santos Ramírez
Nocturna Ediciones. Madrid, 2019.

La guerra del 14, luego llamada Primera Guerra Mundial, produjo abundante literatura antibelicista, como no podía ser de otra manera. Pocas veces un conflicto dejó tan a las claras el fondo de barbarie que había en los países que a sí mismos se tenían por civilizados y la sanguinaria incompetencia de los mandos militares, empeñados en estrategias suicidas con desprecio total de los cientos de miles de jóvenes vidas que tenían a su cargo.
            De toda esa literatura, el título más sorprendente es La habitación enorme, de E. E. Cummings, aparecido en 1922. El prólogo a su primera edición, reproducido en esta, puede confundir a los lectores llevándoles a pensar que nos encontramos ante un documento autobiográfico, no ante una obra literaria.
            Pero La habitación enorme es ante todo literatura, espléndida literatura. E. E. Cummings, licenciado en Harvard, de veintitrés años, al día siguiente de que Estados Unidos entre en la guerra, se alista como voluntario en un cuerpo de ambulancias que ayuda a los ejércitos franceses. A bordo del barco que le lleva a Europa conoce a otro voluntario, Willliam Slater Brown, estudiante de periodismo en Columbia del que se hace amigo. Los dos jóvenes, poco acostumbrados a la disciplina militar, pronto entran en conflicto con sus superiores. Unas cartas de Brown, escasamente complacientes con lo que veía e interceptadas por la censura, sirven de pretexto para la detención de ambos.
            Tres meses pasa Cummings en un improvisado centro de detención, sin poder comunicarse ni con su familia ni con la embajada de su país. El padre, catedrático de Harvard, hace todo lo posible primero por conocer el paradero de su hijo, luego por conseguir su liberación, incluso llega a escribir al presidente Wilson. Un telegrama, en el que se le da por desaparecido en un navío atacado por un submarino, acrecienta la angustia.
            Cuando por fin es liberado, el padre de Cummings quiere emprender acción judiciales contra la Cruz Roja, el gobierno francés y quizá el gobierno norteamericano. Al final, lo que hace es pedirle a su hijo –joven poeta que ya ha publicado en revistas pero no en volumen-- que escriba un libro contando su experiencia.
            Quienes conocen la poesía de E. E. Cummings saben que esta su primera obra en prosa no podía ser un simple relato autobiográfico ni un convencional alegato contra la guerra. Cummings está imbuido del nuevo espíritu vanguardista, de lo que en lengua inglesa de llama “modernismo”, y su prosa tiene el aire juguetón y rupturista de la nueva literatura del momento.
            La sorpresa que supuso en su primera aparición La habitación enorme, la sensación de extrañeza, se sigue manteniendo. Cuesta entrar en el libro, ponerse a tono con su vivacidad expresiva, con su lucidez sin alardes. Cummings no es un escritor que pretenda seducir de inmediato a sus lectores. Tiene algo de erizo. Sus espinas son el peculiarísimo uso de la ortografía, de la puntuación o de la sintaxis que da a sus poemas la apariencia de artefactos de época –de una época, años veinte, en que se buscaba ante todo la externa originalidad--, pero cuando sorteamos esos obstáculos nos damos cuenta de que no se trata de simple hojarasca vanguardista, que guardan dentro la pulpa fresca de la verdadera poesía.
            En La habitación enorme los primeros capítulos son casi bilingües, no hay página que no esté llena de frases en francés. El editor español ha decidido traducirlas en nota, pero esas notas no aparecen, como sería de esperar, a pie de página, sino al final y distribuidas por capítulos (no es la única decisión desacertada: también falta el índice). Quien no entienda francés, o no lo suficiente (hay expresiones coloquiales y en argot), se cansará pronto de interrumpir cuatro o cinco veces la lectura en cada página para rebuscar al final. Mi consejo es que tenga un poco de paciencia o que salte directamente al capítulo V, donde empieza realmente el tiempo sin tiempo del confinamiento –duró tres meses, pero no se sabía cuándo iba a terminar--, la extraordinaria aportación del autor a los relatos carcelarios.
            La habitación enorme está construida sobre la falsilla de una obra clásica de la literatura inglesa, The Pilgrim’s Progress, de John Bunyan, y como en ella se nos narra un peregrinaje desde los Abismos del Desaliento hasta las Montañas Deleitosas.
            La estancia en el centro de detención, en “la habitación enorme” --una capilla de un antiguo seminario en la que se hacinan más de medio centenar de hombres--, no fue precisamente fácil, y Cummings no nos ahorra ninguna de las estúpidas y gratuitas crueldades que él y sus compañeros (en absoluto idealizados, caricaturizados con la misma implacable lucidez que los guardianes) tuvieron que soportar, pero la conclusión es que allí fue “más feliz de lo que pueden pretender expresar las palabras más entusiastas”.
            También nosotros, si somos capaces de vencer las trabas de los capítulos iniciales, recordaremos siempre con gratitud y felicidad algunas de la historias y a algunos de los personajes que conocimos en este confinamiento, como el Vagabundo y su hijo de seis años, sin por ellos dejarnos de sentirnos conmovido por lo que tiene de alegato contra la estolidez humana, de denuncia contra lo que son capaces de hacer las buenas personas –o las que teníamos por tales-- cuando se declara el estado de Guerra, cuando el miedo al enemigo real y a mil y un enemigos imaginarios toma el mando, cuando la única ley es la ley de Lynch y bastan vagas sospechas para las mayores barbaries.



     

15 comentarios:

  1. Si se editó, yo lo tengo en la antigua Alfaguara esa que eran todas las portadas azules iguales y muy buen papel.

    ResponderEliminar
  2. Pues esto viene a cuento, Martin. Muchos escritores fueron a la Gran Guerra como el que a un viaje de estudios. E.E. Cummings fue uno de ellos. Pero el más destacado fue Hemingway, que no cobraba mal y aprovechó para escribir "Adiós a las armas", novela mediocre y gran éxito editorial. Otro fue W.H.Auden, en fin no debían caer muy bien a los que se jugaban la vida en las trincheras.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Y Alain Fournier, autor de un libro (¿podríamos decir?) entrañable: Le grand Meaulnes.

      Eliminar
  3. Auden, cuando comenzó la primera guerra mundial, tenía siete años.

    ResponderEliminar
  4. Más leña al fuego, ya que este crítico no soporta la crítica. Y menos a mi.
    La mejor literatura sobre las guerras no está hecha precisamente por corresponsales

    ResponderEliminar
  5. Cuando las barbas de tu vecino F veas pelar, Unknown Menéndez, pon las tuyas a remojar.

    ResponderEliminar
  6. Más leña al fuego, ya que este crítico no soporta la crítica. Y menos a mi.
    La mejor literatura sobre las guerras no está hecha precisamente por corresponsales, ni por testigos.
    Tolstoi escribió "Guerra y paz" convaleciente; Stendhal "La cartuja de Parma", tirando de talento. Stephen Crane, "La roja insignia del valor", por igual razón. William Faulkner, sus historias sobre la Guerra de Secesion, por recuerdos familiares. Galdos sentado en una hemeroteca.
    Sobre la Guerra Civil española solo se salva "Madrid, de corte a checa", de Agustín de Foxa, juez y parte.

    ResponderEliminar
  7. Vale, Auden fue a la segunda
    Ya me pongo a remojo, ya. Pero no te enfades.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ni a la segunda ni a la primera, erudito a la violeta.

      Eliminar
    2. A la nuestra, Unknown Victor. A la Spanish Civil War

      Eliminar
  8. Me refería a Scott Fitzgerard sorry.

    ResponderEliminar
  9. Vale Benito, gracias, yo sabía que había estado en alguna. No consulto enciclopedias para esta charla. Un saludo

    ResponderEliminar
  10. No es una charla ni un grupo de WhatsApp, Víctor. Solo un lugar donde quien tenga algo que precisar sobre la reseña de un libro lo hace.

    ResponderEliminar
  11. Pues lo que he dicho en la primera entrada. Estudiantes de viaje de estudios.
    ¿Interés? Si lo tiene.
    Pero hay una diferencia entre E.E. Cummings y Hemingway. El primero era un hijo de papá, el segundo sabia ganarse la vida.

    ResponderEliminar