Los últimos del
XX. Antología de poesía (1980-1997)
Edición de Miguel
Munárriz
Luna de Abajo.
Oviedo, 2020.
Dos errores y un acierto presenta, ya en la portada, la
antología de la joven poesía a cargo de Miguel Munárriz. El título y las fechas
que lo acompañan constituyen los errores; el que el subtítulo sea “Antología de
poesía” y no “de poesía asturiana”, a pesar de que todos los seleccionados sean
asturianos, el acierto.
Miguel
Munárriz, destacado gestor cultural, parece ignorar que, en la historia de la
literatura, los escritores no pertenecen al siglo en que nacen, sino a aquel en
que publican lo principal de su obra. Los poetas que Munárriz reúne nacieron
entre 1980 y 1997. Cien años antes, en ese mismo intervalo de fechas, nacieron
Manuel Azaña, Ramón Pérez de Ayala, Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la
Serna, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, escritores a los que nadie
se atrevería a denominar como “los últimos del XIX”. Esos nombres representan a
las dos primeras generaciones del veinte: la novecentista –que toma su nombre
del siglo-- y la de las vanguardias o del 27.
Y si
seguimos con los paralelismos, podemos comprobar que, a la altura de 1920 o
1921, ya estaba formado el canon novecentista –citemos también a Ortega y a Gabriel
Miró--, pero todavía no el de la generación siguiente.
Algo
similar ocurre en la antología de Miguel Munárriz. Entre los poetas nacidos en
los ochenta, ya hay algunos de los nombres que no podrán faltar en ninguna
selección rigurosa de la poesía española de su generación. Me limitaré a citar
a tres: Sergio C. Fanjul, Pablo Núñez y Rodrigo Olay. El primero quiere ser
deliberadamente moderno, como los ultraístas de hace un siglo, y juega a ser el
costumbrista de la modernidad, una mezcla de Francisco Umbral y Juan Cueto, y
lo hace, si no siempre con rigor, con ingenio y un desopilante desparpajo.
Rodrigo Olay, por el contrario, se apega a la tradición. Más que poeta-profesor
es poeta-investigador literario. Corría el riesgo de convertirse en un virtuoso
de la métrica, a medio camino entre García Nieto y Carvajal, pero sus poemas
son cada vez menos acartonados y más llenos de emoción vivida: “técnica y
llanto”, según el título de Carlos Edmundo de Ory que cita en su algo
pedantesca poética. Pablo Núñez es menos brillante, lo suyo es hablar en voz
baja, pero poco a poco ha ido consiguiendo un tono propio sin renunciar a la
herencia de evidentes maestros. Fruela Fernández destaca en la traducción y el
ensayismo, pero como poeta, tras el silencio que siguió a su prometedor primer
libro, Círculos, parece haber entrado en una vía muerta. Lo que dice de
sus versos resulta, al menos para mí, bastante más interesante que sus versos.
Su caso
ofrece semejanza con el de Xaime Martínez en la generación siguiente: tras Fuego
cruzado, de 2014, se ha dispersado en nuevos caminos sin asentar el pie en
ninguno de ellos, aunque su libro Cuerpos perdidos en las morgues, un
ambicioso disparate, fue Premio Nacional de Poesía Joven, lo que no sé yo si es
una recomendación o todo lo contrario (ese galardón no destaca por sus
aciertos). Y sin embargo, Xaime Martinez, también músico y estudioso de ciencia
ficción y de Feijoo, es, como Fruela Fernández, uno de los nombres más valioso
del volumen.
A medio
hacer, como no podía ser de otra manera, los poetas que todavía no han cumplido
treinta año. Ya se perfilan, sin embargo, algunos nombres: Mario Vega, que va
dejando atrás excesivos mimetismos y que aspira a convertirse –ambición le
sobra-- en uno de los aglutinadores de la nueva poesía; Miguel Floriano, entre
hímnico y reflexivo, que sorprende con los poemas inéditos, especialmente con
“His last bow”, y Lorenzo Roal, que ha ido incorporando a sus versos, de
personalísima manera, la lección de Emily Dickinson.
Sorprende
que Miguel Munárriz haya dejado fuera de su selección a tres de las poetas
asturianas más destacadas de las últimas décadas: Sofía Castañón, Laura
Casielles y Alba González Sanz, pero las poetas están bien representadas con
nombres como Sara A. Palicio, Candela de las Heras, Dalia Alonso o Rocío
Acebal, la más promocionada de todas, que aúna reivindicación, autobiografía
generacional y sátira del mundillo literario.
Las llamadas
“poéticas”, las divagaciones sobre su concepción de la poesía que suelen
colocar los antologados al comienzo de los versos, carecen por lo general de
interés. No es este el caso. En Los últimos del XIX –“los primeros del
XXI” en realidad, como ya dije y se titula el prólogo--, los poetas se han
esforzado por responder al cuestionario del antólogo y nos ofrecen información de
gran interés sobre su iniciación literaria y sus lecturas. Son autores en su
mayoría muy atenidos a la tradición, con maestros a veces sorprendentemente cercanos
(Carlos Iglesias, otro poeta notable, quizá en exceso emotivo, cita a Fernando
Beltrán como su mayor admiración), pero que no dejan de sentir el aire de su
tiempo. Lorenzo Roal anota que, “como miembro de la comunidad LGBT, me interesa traer a la tradición poética
heredada de la poesía de la experiencia la perspectiva queer”.
Candela de las Heras, por su parte, se siente “más cercana a las poéticas de
sus compañeras que de sus compañeros” y considera que se debe reflexionar
“acerca de la relación entre género y obra”. Ruth Llana disuena del conjunto:
entre sus referencias cita a directores de cine, artistas visuales, pensadores,
pero a ningún poeta. La bulimia lectora de Óscar Díaz –que parece querer citar
a toda la historia de la literatura universal, comenzando por el Poema de
Gilgamesh—aún no parece que haya comenzado a dar sus frutos, aunque, poeta
precoz (nació en 1997), haya publicado ya varios libros.
No es esta –como
ya apuntaba al comienzo-- una antología de poesía local o regional, a pesar de
que todos los autores hayan nacido en Asturias, sino una antología –parcial por
el ámbito de la selección-- de la nueva poesía española, de interés para todos
los lectores, aunque haya en ella nombres todavía incipientes, como no podía
ser de otra manera.
ResponderEliminar"Es muy sencillo",
le dijo con una sonrisa obtenida en un exclusivo anticuario,
"sólo hay que empalmar el corazón con las palabras".
España es un país en el que no se puede nacer.
ResponderEliminarEn otros quizá sí
¿pero en España?
Hay que ser muy atrevido
para nacer en España.
Miguel Munarriz no tiene talento literario, como yo. Pero ganarse la vida con el talento de los demás (no me refiero a esta antología exactamente),es una manera de ganarse el pan, como otra cualquiera.
ResponderEliminarPara que yo lea a un chaval de 20 años, o chavala, tienen que ponerse todos los planetas en fila India.
Mal expresado, Víctor. No se gana la vida con el talento de los demás, sino con el suyo, que es mucho.
ResponderEliminarA mí me gusta la nota vanguardista de Llana, aunque creo que le falta el toque lúdico necesario para quitar grandilocuencia al arte.
EliminarVale, rectifico, no quiero meterme con Miguel. ¿Es mucho?.
ResponderEliminarAndaba por la "Luna de abajo". Entusiasmo y tesón no es lo mismo que talento
Y no le quitó mérito
Por otra parte, trabajaba para el enemigo, el grupo Santillana, de la mano de Juan Cruz.
ResponderEliminarDelegado del Gobierno del Principado de Asturias, no sé dónde ni para qué. Pero se divertio, hasta que llegó Cascos y mandó a parar.
Pero que sí, más listo que yo es
Yo ya dejé Anaya hace muchos años. Pero creo que algo comentamos en la tertulia, cuando, de la mano de Germán Sánchez Ruiperez, se fue a la quiebra el diario "El sol".
ResponderEliminarEramos jóvenes por entonces
Víctor, ¿Trabajaste en "El Sol"?
EliminarNo, en Anaya, era el mismo grupo editorial. Me arrepiento de haberlo dejado, hay errores que sólo se cometen en la juventud.
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