Animal de bosque
Joan Margarit
Visor. Madrid, 2021.
Difícil diferenciar la emoción humana de la emoción poética
en Animal de bosque, el libro póstumo de Joan Margarit. Ya el poema inicial
nos informa de las circunstancias en que fue escrito: “debilitado / por una
quimio que no me ha podido / curar este linfoma”.
Siempre fue
Joan Margarit un poeta en el que el poso experiencial pesa tanto o más que la
reflexión poética, pero eso no quiere decir que sus poemas se limiten a ser
documentos humanos, fragmentos de su autobiografía.
Animal
de bosque puede considerarse, en primer lugar, un cancionero amoroso. El tú
que aparece en la mayoría de los poemas, a menudo con nombre propio, Raquel, es
de la esposa que le ha acompañado a lo largo de la vida, que es parte de su
vida y que, sin embargo, sigue siendo –como cualquier ser humano lo es para
otro ser humano-- un misterio indescifrable. “Mujer callada” la llama en el
título de uno de los poemas: “Me ha sido muy difícil entenderte. / Imagino tus
penas, grandes, hondas, / y tan pocas palabras. ¡Cuánto hace / que tu silencio
es parte de mí mismo!”
Otra gran
protagonista de estos poemas finales –algo que no extrañará los lectores fieles
de Margarit, que son legión--, es la hija muerta hace veinte años a la que
dedicó uno de sus más conmovedores libros, Joana.
También,
como si se cerrara un círculo, reaparecen una y otra vez los recuerdos de
infancia, de la dura infancia de la posguerra, a menudo con toques
costumbristas, con esos pequeños detalles exactos que propugnaba Stendhal, sin
miedo a incurrir en el prosaísmo: “Con frecuencia en las casas colgaba de la
lámpara , / sobre la mesa del comedor, / la ancha cinta untada de un engrudo /
que brillaba, dulzón y pegajoso. / Se iba retorciendo a la vez que atraía / a
las moscas que, así, / caían en la trampa y la dejaban / cada más negruzca. /
Se oían los rumores de agonía, / alas desesperadas / en un inútil esfuerzo por
volar. / Tenía cuatro años, no perdía detalle”.
No faltan
los homenajes a los amigos que le preceden en el camino: Ángel González, Juan
Marsé, Josep María Subirachs. Un poema se dedica a Van Gogh, “pintor de firmamentos, zapatos,
camas, sillas, / cuervos sobrevolando los trigales”. Y omnipresente se
encuentra la música, compañera de siempre y más valorada que nunca en estos
días últimos.
Abundan las
reflexiones sobre la poesía y sobre la arquitectura, que fue la dedicación
profesional del autor. “He sido siempre fiel al poema y al muro”, termina uno
de los más ambiciosos poemas del libro.
Poeta que
gusta de la anécdota, casi siempre emocionadamente biográfica, Joan Margarit
gana cuando acierta a prescindir de ella, sin que eso suponga incurrir en
inconcretas vaguedades. Acostumbra a tener muy presente la teoría eliotiana del
correlato objetivo. El poema “La casa” constituye un buen ejemplo de ello: “Nos
protege, conserva lo que fuimos. / Eso que nadie nunca encontrará: / techos
donde dejamos miradas de dolor / y voces que han quedado, calladas, en los
muros. / La casa ya organiza sus futuros olvidos. / Una corriente de aire, la
puerta que se cierra, / como un aviso, con un golpe seco. / Cada uno es su
casa. La que fue construyéndose. / Que, al final, se vacía.”
Como es
habitual tras sus primeras incursiones poéticas, cada poema de Joan Margarit
aparece en dos lenguas, en catalán y en castellano, y ambas quiere que sean consideradas
como originales. Algunos desajustes nos indican que la versión primera suele
ser la catalana. Un ejemplo lo encontramos en uno de los poemas más hermosos
del libro y menos condescendientes con la falacia patética, “Otoño en
Elizondo”: “La lluvia y la luz gris hacen brillar / el tranquilo follaje rojizo
de las hayas. / Tratan de confirmar con su belleza / que los árboles piensan.
Que si un día, / de pronto nuestros miedos terminasen, / seríamos igual que el
rojo hayedo / que estoy ahora contemplando. / Creo que un árbol es un misterio
tranquilo. / Y siento que quisiera morir en un lugar / desde donde se viera un
bosque como este / que, desde las raíces a las ramas más altas, / son el aviso
de una paz que ignoro”. La falta de concordancia (“un bosque como este…
son”) no se da en el texto en catalán:
“uns boscos com aquests… són”.
Las
ediciones bilingües tienes sus ventajas, también sus inconvenientes. A veces no
podemos prestar atención plena a los poemas en castellano de Margarit porque,
leyendo el texto en catalán, se nos ocurre otra versión quizá mejor. “Recuerdo
de un campo” termina con los siguientes versos: “Podemos ser tan fuertes y
claros como el muro, / y no ignorar la muerte, porque eso / es no comprender
nada de la vida”. En catalán esos versos dicen así: “podem ser forts i clars,
igual que el mur, / i no ignorar la mort, perquè ignorar-la / és no haver entés
la vida”. La versión literal parece más eficaz: “podemos ser fuertes y claros,
igual que el muro, / y no ignorar la muerte, porque ignorarla / es no haber
entendido la vida”.
Concluye la
trayectoria poética de Joan Margarit con un libro que, como todos los suyos,
sin dejar de ser excelente literatura es algo más, y a veces algo menos, que
literatura.
Para mí desde luego es mucho mejor la versión catalana de los poemas de Margarit. Ganan a la versión castellana en ritmo y musicalidad; leídos en castellano se nota claramente que es una traducción
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