jueves, 9 de septiembre de 2021

Sí, pero no

 

Conversaciones
Benito Pérez Galdós
Edición de Adolfo Sotelo Vázquez
Sevilla. Ediciones Ulises, 2021.

Rescatar textos que duermen en el olvido de las bibliotecas y las hemerotecas es, o debería ser, una de las labores del editor. No todos se aplican a ella; la suelen dejar a editoras institucionales, universitarias o parauniversitarias, que se despreocupan de los lectores y sirven solo para la promoción académica.

            En 1910, en dos números de la revista Por esos mundos, se publicó un extenso reportaje sobre Galdós (incluye una entrevista, pero es algo más que una entrevista) que puede considerarse como una obra maestra del periodismo contemporáneo. Bien conocido, y aprovechado, por los biógrafos de Galdós, merece estar al alcance de todos los lectores. Por primera vez se reedita en el volumen Conversaciones junto con otras entrevistas desconocidas, o poco conocidas, al autor de los Episodios nacionales. La edición a estado al cuidado –es un decir--  de Adolfo Sotelo Vázquez.

            “La erudición engaña” afirma un verso famoso de Góngora. No siempre, pero sí muy a menudo funciona como un camuflaje de la escasez de ideas y de gusto literario. Sotelo Vázquez acumula datos poco pertinentes en el prólogo y ni siquiera parece estar al tanto de los textos que edita. Ignora uno de ellos –“Las migajas de una suscripción. Galdós acusa”, de El Caballero Audaz-- y tras afirmar en el prólogo que el artículo de Azorín no fue incluido en su libro Un veraneo sentimental, de 1944 (sin que se ocupe de indicarnos por qué debería haberlo sido), señala luego, al reproducir ese artículo y en el índice, que se incluye en él.

            Pero no son lo más llamativos esos errores factuales –una reciente y aclamada biografía, que sale casi a error por página, nos ha curado de espantos--, sino las imprecisiones y sinsentidos de la redacción. Nos dice, por ejemplo, que la entrevista con Galdós que inicia Galería, de El Caballero Audaz –y que él reproduce--, es en realidad la suma de tres textos: “el primero, al deseo de resucitar una entrevista, cuyo primer asentamiento desconocemos”.

La nota a la edición comienza de la siguiente impactante manera: “Editar textos que proceden de la prensa y una distancia temporal de más de un siglo es tarea compleja. Cabe la posibilidad de usar una biblia sin final alrededor de dichos textos, lógicamente anclados en un momento determinado, cuando los medios tecnológicos ofrecen al curioso lector varios caminos para dilucidar sus dudas que, en ocasiones son también las del editor”. Y a continuación aclara: “He desechado la posibilidad de la biblia”. Surrealismo puro el de este catedrático de Literatura Española en la Universidad de Barcelona. “He corregido solo algunas erratas evidentes”, aclara. Cierto, solo ha corregido algunas, parece que pocas: don Benito se convierte alguna vez (p. 56) en “D. Bonito”.

            Pero dejemos el prólogo que el lector común suele, con buen criterio, saltarse. No le defraudará el extenso texto, más de cien páginas, de Enrique González Fiol, que firmaba con el pseudónimo de El Bachiller Corchuelo. Escrito con falsilla cervantina, como muchos fabulaciones del propio Galdós, está lleno de humor y de pequeños detalles exactos. En 1910, Galdós era algo más que el más famoso escritor español, era una figura política, encabezaba la izquierda antidinástica, lo que le ocasionó algunos sinsabores: “Le advierto a usted que en las estaciones del ferrocarril está prohibida la venta de mis obras y de las de Blasco Ibáñez y otros escritores. En cambio, permiten la venta de libros feos y de libros pornográficos”.

            El reportaje de Enrique González Fiol, ejemplo de nuevo periodismo, de crónica sin ficción pero con todos los elementos de la ficción, merecería una edición exenta, con las ilustraciones originales (a las que a menudo se alude) y sin ninguna exclusión, aunque sea anecdótica: “Una noche, en la redacción de El Liberal, me encontré con una carta suya, que me permito reproducir por lo graciosa que es, y en la que me amenazaba con hacer que Victoriano no me dejase pisar el territorio español”. Esa carta no se reproduce ni siquiera en nota.

            Las entrevistas que se añaden resultan de muy desigual interés. Sorprende la que firma Azorín, que él no quiso reproducir en ninguna de las recopilaciones que publicó en vida, sin duda por lo que tenía de desmitificadora de la figura del venerado novelista. Azorín, como González Fiol, buscaba un periodismo no convencional. Reciente estaba el escándalo de su entrevista al político Romero Robledo, “Romero en el romeral”, en la que se desentiende de las declaraciones grandilocuentes para fijarse en el entorno y en los pequeños gestos. Tras describir minuciosamente el despacho de Galdós, no deja de fijarse en “un pliego de papel recubierto de una pasta melosa llena de moscas muertas. Algunos de estos familiares insectos se acercan por las orillas y durante un segundo quedan cogidos por una pata; mas luego dan una segunda sacudida y tornan a volar”. Sobre las moscas dialogará el “pequeño filósofo” con el novelista, a quien luego presenta obsesionado con sus animales de corral. Termina justificando la novedad de su artículo: “Y este es el relato de una tarde pasada con el insigne novelista: relato tosco, sencillo, escueto, sin las brillanteces, requilorios, arrequives y pompas vanas con que nosotros, los periodistas, solemos quitar a nuestra prosa el encanto del desaliño, de la vaguedad y de la incongruencia”.

            La lectura de este artículo de Azorín nos permite comprobar una vez más lo poco fiable que resulta el Galdós de Yolanda Arencibia, que obtuvo el premio Comillas de biografías. Afirma que en su visita Azorín coincidió con Rafael González “Machaquito” y con otras personas, entre ellas el sobrino del escritor, del que al parecer dijo “que posee ingenio satírico y mordiente”. Fantasías de la biógrafa. Lo que se afirma en el artículo es otra cosa: “La otra tarde –dice el maestro-- estuvo aquí con Pepe, mi sobrino, y se pasaron la tarde echando globos”.

            Galdós, un hombre aparentemente sin secretos, estaba lleno de ellos. Algunos se insinúan en estas páginas, que contienen algo más que “una serie de documentos” poco conocidos, según se indica en la nota de la contraportada. Son, sobre todo, y salvo alguna excepción, literatura, fascinante literatura.

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