martes, 19 de octubre de 2021

Fotos que dan pie

 

 

Carrete de 36
Fernando Castillo
Renacimiento. Sevilla, 2021.

Fernando Castillo es un historiador que sabe escoger, entre los temas de su especialidad, los de mayor atractivo literario y novelesco. Se ha ocupado del mundo de Tintín y del de Patrick Modiano; del París de la ocupación y del Madrid heroico y miserable de la guerra civil; también de los traficantes y espías que pululaban por Lisboa y Tánger en los años cuarenta. Sus intereses se encuentran muy próximo a los del poeta, bibliófilo y crítico de arte Juan Manuel Bonet, quien no en vano firma la precisa contraportada—algo recargada en nombres, quizá-- de Carrete de 36.

            El punto de partida de este libro no puede ser más sugerente: el autor selecciona 36 fotografías  –que eran las que tenían los carretes de las cámaras analógicas-  de fotógrafos conocidos o anónimos y, a partir de ellas, habla del autor, la época, los personajes, las ciudades y los temas de su predilección.

            La fotografía es técnica, documento y arte, pero como arte tiene unas peculiaridades que la diferencian de cualquier otro. Abunda en obras maestras de autor desconocido. Juan Bonilla afirmó alguna vez que se puede hacer una exposición de fotógrafos aficionados que, si ha sido bien comisariada y seleccionada, no se distinga de otra de fotógrafos profesionales, o que incluso tenga mayor interés. Con la pintura o la poesía no se puede hacer lo mismo. La fotografía es la única modalidad artística en la que el tiempo juega a su favor.

            Con los nuevos avances técnicos, en la fotografía interviene cada vez menos la técnica y más la mirada y el azar.

            No todas las fotografías que Fernando Castillo selecciona en este libro presentan igual interés. Entre las fotos anónimas –encontradas en sus paseos por rastros y rastrillos-- hay alguna excepcional, como “Retrato de novia”, que le da pie a uno de los mejores capítulos del libro, pero otras son bastante inanes, como la que él titula “Homenaje a Germaine Krull”, que solo parece un pretexto para hablar de esa fotógrafa. Escaso interés presenta igualmente la que firma un apócrifo Félix Candel, en realidad el propio Castillo, aunque no así el texto para el que sirve de pretexto, evocación de una de esas ciudades –como casi todas de las que se habla en este libro-- que son en sí mismas un género literario.

            No siempre los elogios que Fernando Castillo a las fotografías seleccionadas –anónimas o de nombres prestigiosos-- resultan fácilmente compartidos por el lector. Caprichosos parecen los que dedica a “Ruta 66”, de Dorothea Lange, o a “Tanque nº 1”, de Tina Modotti. Pero quizá la discrepancia sería menor si pudiéramos contemplar la fotografía en su formato y en su calidad originales, no en una reproducción. Cuando miramos la fotografía de un cuadro, somos conscientes de que no estamos contemplando el original, pero no siempre tenemos eso en cuenta cuando contemplamos la reproducción de una fotografía.

            Carrete del 36 nos cuenta las vidas, muchas de ellas enigmáticas y noveleras, de un puñado de fotógrafos; nos lleva a ciudades –París, Berlín, Nueva York-- y a épocas turbias de la historia contemporánea, que nunca dejarán de fascinarnos; nos ilustra sobre la Nueva Objetividad y otros capítulos esenciales de la historia de la fotografía.

            Selecciono algunos capítulos en que imagen y texto se corresponden de la mejor manera: “New York City”, de Garry Winogrand, con esa joven sonriente que representa el rostro más amable de la Nueva York de los años sesenta; “La Kurfürstendamm después de un bombardeo”, de Wolf  Strache, que tiene la atmósfera de una pesadilla; “Trabajadores”, de un fotógrafo anónimo, veintiséis obreros que parecen representar a toda la clase obrera de entreguerras; “Brasserie Lipp”, de Cartier-Bresson, dos mujeres, dos mundos, la Francia tradicional y la de mayo del 68; “Uno de los de Grammont”, de Izis Bidermanas, el rostro sonriente, enmarcado por la ametralladora, de un anónimo miembro de la Resistencia; “Retrato de locutora”, de August Sander, uno de esos retratos en los que el gran fotógrafo de la Nueva Objetividad supo dejar constancia del verdadero rostro de Alemania en los años de Weimar y del incipiente nazismo.

            “Una imagen vale más que mil palabras”, dice el tópico. Pero lo cierto es que una imagen sin palabras es una imagen, no solo muda, sino incompleta. Necesitamos quien nos ayude a ver lo que hay en una fotografía y quien nos cuente las historias que sugiere. Fernando Castillo hace lo primero y lo segundo, pero no siempre acierta en este atractivo libro –o eso me parece a mí-- a seleccionar las mejores imágenes de fotógrafos famosos o desconocidos.

             

           

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