jueves, 17 de febrero de 2022

Melancólico destino

 

José Luis Cano y la memoria del 27
Silvia Gallego Serrano
Centro Cultural de la Generación del 27. Málaga, 2021.

Melancólico destino el de José Luis Cano. Durante cuarenta años manejó el poder literario en la España de Franco, aunque por delegación; luego, en los nuevos tiempos de la democracia, sería arrumbado por unos y por otros.

Tras la guerra civil, hubo varios intentos de reanudar la vida literaria, recosiendo desgarraduras. En dos de las principales actividades, intervino muy activamente José Luis Cano: la creación de Adonáis y la fundación de la revista Ínsula. En ambos casos, contaba con un mentor importante, Vicente Aleixandre, quien encabezaba la resistencia interior en el mundo literario, sobre todo poético, frente a los Rosales, los Panero, los intelectuales del régimen agrupados en torno al  Instituto de Cultura Hispánica y la revista Cuadernos Hispanoamericanos.

            Tanto la colección y el premio Adonáis como la revista Ínsula siguen existiendo hoy, pero ya no son lo que eran, solo mantienen el nombre. Adonáis fue importante, con alguna excepción, durante veinte años, hasta 1963, que fue cuando Cano dejó de hacerse cargo de ellos. Ínsula, a partir de los años ochenta, cuando paso a depender de la  editorial Planeta. Se convirtió entonces en una publicación universitaria, de escaso interés literario, dedicada a editar los trabajos necesarios para la promoción de los profesores.

            Durante cuarenta años, Ínsula marcó el rumbo de la literatura española que iba surgiendo al margen de las directrices oficiales y recuperó a los autores exiliados. Gracias a ella se volvió a hablar en España de Cernuda, de Max Aub, de Francisco Ayala, de tantos nombres básicos del siglo XX.

            José Luis Cano, nacido en 1911, había estado en contacto con el grupo malagueño de los poetas del 27. Mantenía una relación casi fraternal con Emilio Prados y una admiración incondicional hacia Luis Cernuda, que se aprovechó lo que pudo de sus servicios y siempre le trató con poca consideración.

            José Luis Cano, activo divulgador literario, contribuía a formar prestigios desde su sección “El libro del mes”, de la revista Ínsula y desde sus antologías.

            Las malas lenguas decían que un poco afortunado poema de Cernuda (“Lo ruin en tu sino / no excluye lo cretino…”) se lo había dedicado a él en un momento de irritación (el destinatario parece ser más bien Emilio Prados, una de las bestias negras de Cernuda). Unas líneas del diario de Jaime Gil de Biedma, del que se publicó un anticipo en 1974 con el título de Diario del artista seriamente enfermo (más valioso por cierto el anticipo que el diario completo), debieron de dolerle especialmente: “Voy esta mañana a ver a José Luis Cano en CAMPSA. Cano es una nulidad respetable y obligada. Para quien utilizase su revista Ínsula  —Ínsulsa que decía Natalia Cossío— como instrumento de medir la temperatura intelectual en nuestro país, él poesía un valor de referencia grandísimo: era el cero en el termómetro. Uno podía confortarse pensando que el poeta Regúlez está generalmente a diecisiete sobre Cano y tiritar de tedio con el crítico Gutiérrez, cuyos artículos marcan nueve bajo Cano. Se trataba además de un cero relativo y medido en estrictos grados centígrados. Ahora la revista Ínsula lleva varios meses suspendida y ni termómetro tenemos”.

            La displicencia de Gil de Biedma representaba una idea generalizada. José Luis Cano tenía aspiraciones literarias —había publicado varios libros de versos—, pero pocos las tenían en cuenta. Era solo un servicial secretario de los Vicente Alexandre y de los grandes nombres del exilio.

            Antes de desaparecer por el escotillón (como García Nieto, como Leopoldo de Luis, como tantos nombres de entonces), tuvo su momento de gloria con la concesión del premio Nobel a Vicente Aleixandre; era como si le hubiesen dado a él, que siempre estuvo al lado del maestro. Tras la muerte de Alexandre, en 1984, publicó su correspondencia y el libro que, a la larga, será no solo el más interesante de los suyos, sino también quizá de Aleixandre, Los cuadernos de Velingtonia.

            José Luis Cano murió en 1999, cuando ya era un hombre de otro tiempo al que de vez en cuando se le dedica algún homenaje más o menos municipal.

            Quiso, en los últimos años, volver a la creación literaria, dejar de lado su papel de turiferario del 27 y de los ingratos poetas jóvenes. Publicó varios tomos de  memoria, nuevos versos. Pero si se le recuerda, si se le seguirá recordando y leyendo, es por una obra en la estela de las Conversaciones con Goethe de Eckermann o de otra obra más cercana y poco conocida, pero que no cansa nunca, el Juan Ramón de viva voz, de Juan Guerrero Ruiz, cofundador con él de Adonáis y con quien tiene tantos puntos de contacto.

            José Luis Cano merece un libro muy distinto del que le dedica Silvia Gallego Serrano, José Luis Cano y la memoria del 27, demasiado oficialista y poco comprensivo, muy tesis doctoral en el peor sentido de la palabra, muy lleno de convencionales palabras de homenaje. Ciertos aspectos de la biografía del escritor --su papel durante la guerra civil, su trabajo como funcionario en CAMPSA que le permitió ejercer la mal pagada profesión de crítico--, merecían haber recibido alguna atención. Y también el loco amor que le llevó a romper una relación de medio siglo y que le inspiró los Poemas a Susana (1978), entonces una alumna suya –un poco a la manera de la Katherine Whitmore de Pedro Salinas—y luego profesora de literatura. No parece que ella participara de esa pasión. En este libro, le recuerda así: “Para mí, José Luis Cano era y sigue siendo un ser irrepetible: un padre y abuelo devoto, un amigo como ningún otro –nos hacía creer a todos que nosotros éramos su amigo a amiga mejor--, un gran aficionado del cine, y una piedra angular en la literatura hispánica del siglo XX”. Seguro que esas palabras, de hacer llegado a conocerlas, le dolería bastante más que las del hiriente Jaime Gil de Biedma.

           

           

2 comentarios:

  1. Supongo que "Las conversaciones de Velingtonia" de que aquí se habla serán en realidad "Los cuadernos de Velintonia" (aquí: https://books.google.es/books/about/Los_cuadernos_de_Velintonia.html?id=4NqxAAAAIAAJ&redir_esc=y), y que ése es el libro "en la estela de las Conversaciones con Goethe de Eckermann" por el que "se le seguirá recordando y leyendo".

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