miércoles, 14 de septiembre de 2022

La novela de un novelista

 

Ahora o nunca
Miguel Sánchez-Ostiz
Renacimiento. Sevilla, 2022.

Miguel Sánchez-Ostiz, en los años ochenta y primeros noventa, era uno de los nombres más destacados de la nueva literatura española. Renovó el género del diario con La negra provincia de Flaubert, abriendo el camino que luego seguirían otros nombres de su generación como Andrés Trapillo o José-Carlos Llop; cultivó con fecundidad y brillantez el artículo literario; ganó el premio Herralde de novela; destacó como poeta. Era un escritor todo terreno, dueño de un mundo propio, imaginativo y erudito.

            No ha dejado de escribir y de publicar (apenas hay año en que no aparezcan dos o tres nuevos libros), pero su figura literaria ha virado de la centralidad a la marginalidad. De las editoriales con presencia en el mercado y en los suplementos culturales —Anagrama, Seix Barral, Espasa-Calpe—, ha pasado a otras independientes y poco visibles, como la Pamiela de sus comienzos, dispersas por los más diversos lugares.

            A ese hecho, a ese desmoronamiento de la cima a la sima, vuelve una y otra vez en Ahora o nunca, su último diario publicado, que se corresponde con el año 2016. La razón parece encontrarla en la publicación de Las pirañas (1993), una novela contra la corrupción política e inmobiliaria en la que se reconocieron algunos personajes o personajillos de su natal Pamplona y que motivaría incluso una agresión contra su persona. No sería la única. En este diario se refiere a otras y en una de sus colecciones de artículos, Palabras cruzadas, encontramos este sorprendente párrafo: “El caso es que uno de los personajes de mi novela Un infierno en el jardín, un adolescente sin futuro o sin otro futuro que ser un parásito y un hampón que vende mierda pura en las discotecas de la zona, y que tenía la vaga pretensión de que en mi novela había hablado de él o de la punta de macarras que son su familia y sus amigos y los amigos de su familia y demás parientes e interesados, me estaba esperando en la calle de la urbanización famosa con un bate de béisbol para partírmelo en la cabeza o partirme la cabeza con el bate”. ¿Uno de los personajes de su novela le agrede en la realidad porque pretende que en la novela se ha hablado de él? Misterios de la autoficción.

            Miguel Sánchez-Ostiz parece haber pasado de la vaga y amena literatura de sus comienzos a cultivar el improperio a la manera del austriaco Bernhard o del colombiano Fernando Vallejo y algunos de sus paisanos han tenido menos paciencia que los de esos escritores. Pero quizá las razones de las broncas y enfrentamientos de Sánchez-Ostiz con sus vecinos —en este diario hay algunas muestras de ellas—  no sean solo literarias.

            En Ahora o nunca abundan las referencias a su escritura diarística, a veces con desusada impiedad: “Escribir un auténtico diario es abrirse uno mismo, asomarse, ponerse en claro, y eso no creo que lo haya hecho nunca. Naderías, poses, balbuceos y jeremiadas. No lo he utilizado para reflexionar, sino para dejar el huevito, me temo, la cagalita. Franqueza con uno mismo, difícil franqueza esa”.

            Es un diario este escrito, para decirlo a la manera barojiano, “desde la última vuelta del camino”. Como afirma Gil de Biedma en un famoso poema, envejecer y morir se convierten en el argumento de la obra.

            La madre de D., la compañera del autor, muere y el padre ha de ser ingresado en una residencia. Pocas veces se han escrito páginas tan desoladoras sobre lo que supone desalojar una casa y buscar un “moridero”, uno de esos lugares terminales en los que toda desolación tiene su asiento.

            No, no son fáciles de leer estas páginas escritas sin trampa ni cartón, a pesar de todas las dudas del autor sobre la sinceridad de los diarios, sobre lo que hay de pose literaria en la mayoría de ellos. Sánchez-Ostiz está entero y verdadero, con sus luces y sus sombras, en unas páginas que no ahorran exabruptos ni jeremiadas, pero en las que también hay lugar para los paseos por el valle del Baztán, donde vive (qué sugerentes sus breves pinceladas paisajísticas), y para las rememoraciones de Bolivia, un país que visitó frecuentemente y al que ha dedicado más de un libro.

            Hay también un viaje a París, en el que el hoy se mezcla con los recuerdos de otros viajes juveniles, y un constante ir y venir a Biarritz y Bayona. No faltan las visitas a librerías de viejo, los hallazgos en mercadillos, las evocaciones de personajes noveleros, de sombras a lo Patrick Modiano. También está presente Baroja, del que se nos revela uno de esos secretos que motivaron la ruptura de Sánchez-Ostiz con la familia del escritor, después de haberle dedicado tantos estudios importantes.

            En estos últimos años, tras su ruptura con el medio literario oficial, Sánchez-Ostiz se ha convertido en un asiduo de la redes sociales, que le han permitido seguir en contacto frecuente con lectores y detractores. Contra ellas arremete a menudo en el diario: “No eres tú quien maneja la red, sino la pieza cobrada sin otro arte que el haberte dejado atrapar por señuelos varios, y el tiempo vuela”. Tienen, ciertamente, sus ventajas, pero también importantes inconvenientes: “Antes escribía libros siguiendo un proyecto que requería atención e intensidad. Ahora escribo tuits, post, fragmentitos de no sé qué que llamo ‘diario volátil’ por llamarlo de alguna manera…, pompas de jabón, aerolitos que se pierden en la niebla de la Red”.

            Escribir un diario, si es algo más que un artificio literario, supone darle armas al enemigo. Si los detractores de Sánchez-Ostiz leyeran estas páginas encontrarían abundantes argumentos para denigrarle. Frente a sus espléndidos artículos de la primera época —los recogidos en Las estancias del Nautilus, de 1997, por ejemplo— los que escribe ahora en diarios digitales o locales “salen solos, basta un repaso de titulares o de repique de redes sociales”, y por eso se disipan con la efímera actualidad.

            Comentarios de actualidad, sobre los desmanes de la derecha, los sanfermines o los sucesos de Alsasua, hay bastantes en este libro, en esta novela de un novelista que nos atrae y nos rechaza casi en cada página, pero que no pierde nunca ese encanto descabalado de los últimos textos barojianos.

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