martes, 3 de septiembre de 2024

La tertulia infinita

 

Jofre Casanovas (ed.)
Las voces de Quimera
Las mejores entrevistas literarias 
de la década de los 80

Montesinos. Barcelona, 2024. 

La revista Quimera tuvo un papel central en los años ochenta y noventa del pasado siglo; aún sigue publicándose, pero ya su presencia es casi testimonial.

Con una entrevista a Miguel Riera, que fue su fundador y primer director, comienza esta selección de entrevistas publicadas en la década de los ochenta. Muchas de ellas no han envejecido y las leemos ahora con el mismo interés que cuando se publicaron por primera vez. Hay abundante presencia de autores no españoles (la apertura al exterior fue una de las señas de identidad de la revista) y sigue siendo todavía un lujo escuchar a Milan Kundera charlando con Philip Roth o a Borges –el inevitable Borges-- con Susan Sontag.

Hay unas pocas entrevistas promocionales, que son las más perecederas. ¿Qué interés puede tener hoy el pormenorizado análisis que Juan Bonet hace de su novela Saúl ante Samuel, tan ilegible ahora como cuando apareció? ¿O la opinión de Umberto Eco sobre “la definición del significante en Lacan”, entre otros semióticos bizantinismos?

Pero se trata de contadas excepciones. Aunque no hayamos leído a Thomas Bernhard, o no nos entusiasme su incontinente y exasperada prosa, es difícil no sentirse conmovido con sus confesiones a Asta Scheib: “La vida es maravillosa, pero lo más maravilloso es pensar que tiene fin. Ese es el mejor consuelo que me guardo en la manga”. Y junto a Bernhard, y no menos vulnerable, está Raymond Carver y sus lúcidas reflexiones sobre sobre el relato breve. Bastante más inteligentes que las de Alain Robbe-Grillet, promotor de un nouveau roman que pronto se convirtió en antigualla, sobre el realismo y la modernidad. Y también Jakobson que nos cuenta sus años de formación y los orígenes del formalismo ruso.

 Por lo general, las entrevistas biográficas son las que mejor resisten el paso del tiempo. Espléndido es el retrato que Ciro Bianchi Ross nos ofrece de Lezama Lima, un escritor que siempre fue ante todo un personaje, a pesar de su vida tan poco aventurera. Especialmente iluminadoras resultan las reflexiones de Toni Morrison: “La música era la única forma de arte que determinábamos nosotros. Eran los mismos músicos quienes decían a otros músicos si estaban preparados para salir al escenario. Ellos tomaban las decisiones, establecían los criterios. Este es el motivo por el que no hay músicos mediocres”. Eso no ocurría con la literatura, “siempre filtrada por la sensibilidad de los blancos”. Con la música, “los negros podían relacionarse con los demás negros sin utilizar el lenguaje del opresor”. James Baldwin coloca igualmente en primer plano el conflicto racial.

            Hay entrevistadores que convierten a la entrevista en una pequeña obra de teatro. El entrevistado es el protagonista, pero el entrevistador no se limita a formular preguntas, se convierte también en personaje. Hemos leído docenas de entrevistas a Jaime Gil de Biedma, siempre un conversador inteligente y el más lúcido analista de su propia obra, pero Gracia Rodríguez comienza por narrarnos su fracaso: “Una pared de monosílabos y de respuestas breves me puso al borde de las lágrimas durante los primeros minutos. Aquello definitivamente no salía y el teléfono no paraba de sonar. Gil de Biedma estaba cada vez más distante y menos interesado; no sabía, por supuesto, cuál era el lector ideal para su poesía, ingeniosísima pregunta que yo acababa de formularle; y la selección de estrofa, obviamente, dependía de cada caso. A veces uno la ensayaba como disciplina poética, otras era el propio ritmo del poema el que la imponía: No, naturalmente, no había ninguna diferencia entre escribir un poema para ser leído en voz alta o en silencio. Cada pregunta dejaba en mayor evidencia que no había ninguna pregunta a la que cualquier niño de diez años no hubiera podido responder”. Afortunadamente, algo cambió cuando ya parecía inevitable la catástrofe: “Tú no lo sabes, Jaime, pero te libraste de una buena: intentar consolar a una mujer con el maquillaje arruinado por las lágrimas es una tarea dura y desaconsejable”.

Muy distinto, pero también con su componente novelesco, es el encuentro de Luis Racionero con Carme Riera, en este caso los dos personajes conversan de igual a igual, o incluso con una cierta superioridad por parte de Racionero.

            La selección de escritores españoles va de los entonces ya clásicos –Torrente Ballester, Delibes, Buero Vallejo-- a los jóvenes que empezaban a destacar, entre ellos un Muñoz Molina que aún vivía en Granada y que acababa de obtener su primer éxito con El invierno en Lisboa o un Javier Marías que aún no había publicado Todas las almas.

Entre los poetas, no demasiado representados, el más joven es Jaime Siles, que entonces parecía uno de los nombres más representativos de la poesía considerada “como investigación lingüística”, novedad que había comenzado a dejar de serlo.

            Brillante y provocador, como no podía ser de otra manera, resulta Francisco Rico, el erudito de moda porque, como afirma el entrevistador, “es capaz de traducirse al lenguaje del día y utilizarlo en su propio beneficio” y es el único profesor que no parece un oficinista y se asimila a la “gente guapa”.

            Carmen Balcells no tiene inconveniente en manifestar unos prejuicios que, aunque en buena medida sigan vigentes, hoy pocos se atreverían a formular con tanta explicitud: “Si un día mi hijo me dijera que es homosexual, no sé cuál sería mi reacción, pero me temo que no me quedaría nada tranquila esperando que me presentara a mi nuera y que esta fuera un señor”.

            Un libro de entrevistas con algunos de los mejores escritores de nuestro tiempo es siempre una fiesta para el lector, una tertulia que no se acaba nunca. Asentimos muchas veces. “Es difícil que alguien llegue a ser un buen escritor –afirma Cynthia Ozick-- si no es consciente de que uno solo es un instante de un grandioso flujo humano, de que existen generaciones precedentes a las que seguirán otras en el futuro. Es decir, de que existe la historia”. Menos de acuerdo estamos cuando arremete contra los nuevos autores de éxito (hoy lo haría contra los que triunfan en las redes sociales): “Esos niñatos oportunistas se agarran al momento y no dicen nada más que yo, yo, yo, ahora, ahora, ahora. Como colegiales. Se puede narrar limitándose al yo y al ahora, pero eso no será nunca literatura”. O sí: como al campo, a la literatura es difícil ponerle puertas.

             

5 comentarios:

  1. Bernhard: conmovedor. Carver: lúcido. Ciro Bianchi Ross. espléndido. Toni Morrison: Iluminador. Jaime Gil de Biedma: inteligente. Jaime Siles: representativo. Francisco Rico: Provocador. El libro: una fiesta.
    Sí, qué felicidad. Por lo que cuentas, una fiesta de disfraces en el baúl de los recuerdos. ¡Mira que acordarte de Carmen Balcells!

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  2. Jope! Thomas Bernhard!! Me hundo cada vez que lo leo. Por cierto, no veo en la portada a Umbral. Y dió entrevistas muy jugosas.

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  3. Falta Salman Rushdie y sus versos satánicos. En su momento no leí la novela, ahora sí le tengo ganas.
    Los que le amenazaron no lo han olvidado.

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    1. Sí. A mí me pasa igual. Por cierto, sabe alguien si suena para el Nobel? Tiene montones de premios ya, entre ellos el "Booker", el Nobel en lengua inglesa. Aunque no he leído nada de él, unos me hablan muy bien y otros limitan los valores literarios y hacen hincapié en una fama por motivos externos.

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