María José Rubio
María Josefa Amalia de Sajonia, reina de España-
Política, poeta y mística.
Fundación Banco de Santander. Madrid, 2024.
No parecería en principio de
demasiado interés una biografía dedicada a una de las tres mujeres de Fernando
VII que murieron sin darle descendencia. De María Josefa Amalia de Sajonía, la
que durante mayor tiempo compartíó su reinado, apenas si se recuerda, una
anécdota jocosa y escatológica, la de su noche de bodas. Quien quiera conocerla
en sus escabrosos detalles no tiene más que buscar en la Wikipedia. Incluso en
una fuente más presuntamente rigurosa, como el diccionario biográfico de la
Real Academia de la Historia, puede leerse que “su falta de información y su
exacerbada religiosidad la llevaron a negarse a consumar el matrimonio hasta
que el papa León XII la conminó a hacerlo”.
María José Rubio desmiente esas patrañas y hace algo más:
rescata de las sombras a una mujer excepcional, que apenas vivió veinticinco
años, y que escribió versos y ensayos políticos y dejó su impronta en una época
especialmente convulsa.
Es cierto que se conserva el borrador de una carta de
Fernando VII al papa pidiéndole ayuda ante ciertas dificultades en su
matrimonio. No está fechada, pero en su segundo párrafo puede leerse: “Hace ya
diez años que contraje matrimonio con mi augusta esposa”. Mal puede referirse,
por tanto, a problemas en la noche de
bodas. Se queja del confesor de la reina y le pide al papa que lo cambie por
otro que, además de encaminarla por la senda de la sólida virtud, “imprima
profundamente en su ánimo sencillo la más justa idea de los deberes de una
esposa para con su esposo, para ver si de este modo sería Dios servido conceder
a mi matrimonio el fruto de bendición que sellaría la tranquilidad de mis dominios”.
No hay constancia de que esa carta fuera enviada. Si lo fue, no se produjo
cambio de confesor.
Las presuntas peripecias de la noche de bodas se las
contó Merimée a Stendhal en una carta de 1830, que no se publicó hasta 1898.
Una señora, de la que no indica el nombre, le habría referido con todo detalle
la historia, que tiene toda la apariencia de ser un desvergonzado cuentecillo.
Merimée presumía de saber otros secretos de alcoba: “Si tuviera más papel, le
enviaría el relato de su primera noche con la reina portuguesa, pero eso será
para otra ocasión”.
María José Rubio desmiente esos y otros bulos basándose
en una amplia documentación, en su mayor parte no tenida en cuenta por los
historiadores. Apasionante resulta la reconstrucción minuciosa de los pasos
necesarios para concertar matrimonio entre dos personas que no se conocían: un
viudo de 35 años y una joven de 15. El rey recibió a la vez un retrato de la
que iba a ser su esposa, un borrador del contrato matrimonial y un certificado
médico que garantizaba su buena salud y su capacidad para engendrar una familia
“tan robusta como numerosa”.
A pesar de esos preliminares tan poco prometedores, pocas
dudas caben del amor que sintió Fernando VII. Pueden mentir los documentos
oficiales, pero no las cartas privadas. “Querida Pepita de mi alma: yo no he
pensado más que en ti en todo el día, he tenido mis ratos de llanto, y aun
ahora mismo no veo lo que escribo por tener los ojos llenos de agua”, le
escribe al día siguiente de separarse de ella para un viaje oficial. Otra carta
comienza así: “Pepita mía, pichoncito de mi corazón”.
Nadie es de una pieza, ni siquiera el denostado Fernando
VII y no es el menor mérito de esta biografía añadir nuevos matices a su
figura. No se trata de reivindicar su figura, pero sí de desmentir bulos y
enriquecer nuestra visión de la historia con otros puntos de vista.
Apasionante
resulta el relato de los tres años que siguieron al levantamiento de Riego en Las Cabezas de San Juan de San Juan, ocurrido a los pocos meses de que María José Amalia se
convirtiera en reina de España. No fueron tiempos fáciles para ella y acabaron
dañando su salud mental. La afectó especialmente lo ocurrido al capellán real
Martín Vinuesa, condenado a diez años de cárcel por participar en una
conspiración absolutista y asesinado en la cárcel a martillazos. Los asesinos
“recorren las calles en torno a la Puerta del Sol durante algunas horas de la
tarde, mostrando a la población los martillos con que han cometido el crimen y
los pañuelos empapados en sangre del capellán de palacio”.
No menos dramáticos fueron los sucesos del 7 de julio de
1822, en los que llegó a lucharse dentro del palacio y su patio central se
llenó de heridos. Fácil imaginar el terror que sintió la reina, cuando todavía
no estaban muy lejanos los acontecimientos de la Revolución francesa.
María José Rubio califica a María Josefa Amalia, en el
subtítulo a su biografía, de “política, poeta y mística”. No fue una figura
meramente decorativa, tenía ideas políticas y supo exponerlas en razonados
ensayos en los que combatía las ideas liberales. Aunque no fueron publicados,
se leyeron en el entorno del rey y tuvieron su influencia. Desde casi la
infancia, escribió versos. Aprendió pronto el castellano, y esa se convirtió en
su lengua poética. Se publicaron algunos de sus poemas y tuvieron gran
difusión, pero la mayoría se conservan inéditos en los dos tomos en que fueron
copiados amorosamente por la mano del propio rey Fernando. Muchos de ellos,
tienen un carácter político. A juzgar por las muestras que se ofrecen en esta
biografía no resultan desdeñables, aunque ciertos fallos rítmicos delatan que
el español no era la primera lengua de la autora.
En 1822, aparecieron anónimamente las Cartas de la
reina Witinia, una en la que aparentemente la reina cuenta su vida y habla
de la situación política, pero que no parece que fuera escrita por ella. María
Jesús Rubio no logra descubrir al autor, sin duda alguien muy cercano y que la
conocía bien. Es obra de gran interés y reeditada recientemente.
Algo más que protagonista de un chiste chusco inventado
por Merimée y creído por serios historiadores fue María Josefa Amalia de
Sajonia; algo más que un felón que cerraba universidades y abría escuelas de
tauromaquia fue Fernando VII. Lo podemos comprobar en este libro lleno de
detalles exactos y sorprendentes que ayudan a comprender las complejidades de
la historia, a evitar simplificaciones maniqueas...
Si los poemas son políticos, no me cabe duda que serían de ideología absolutista. Por cierto, el confesor preparaba un golpe de estado (llamémoslo así) que tela marinera. Pocos liberales hubieran quedado en paz. El martillo pasó a ser un símbolo de defensa de la Pepa.
ResponderEliminarSon de ideología absolutista. Y el confesor fue juzgado y condenado a diez años de cárcel. Lo exaltados entraron en la cárcel (los dejaron entrar) y lo mataron a martillazos. Triste anticipo de otros crímenes en el Madrid del 36. Con semejante símbolo la Pepa no necesitaba detractores.
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