Víctor Colden
La cinta verde
Abada Editores. Madrid, 2025.
En la industria editorial, el cuento tiene mala prensa: no se vende. Y es cierto que rara vez aparece una colección de relatos en la lista de libros más vendidos. ¿Se debe eso al desinterés de los lectores oa que el prejuicio lleva a una menor promoción?
Quizás la razón se encuentre en que el libro, la manera más habitual de comercializar la literatura (las revistas literarias hace tiempo que dejaron de ser negocio, si alguna vez lo fueron), es el contenedor adecuado para la novela, pero le queda grande al relato breve y por eso ha de compartirlo con otros relatos, del mismo o de distinto autor.
Una novela y un conjunto de relatos no se leen de la misma manera. La novela, por muchas páginas que tenga, es un único viaje, aunque cada lector haga las paradas intermedias que crea convenientes. Un libro de cuentos son tantos viajes como relatos que contiene. Al final de cada relato, hemos llegado a nuestro destino y no necesitamos seguir leyendo. Por eso, con la misma extensión e idéntica dificultad estilística, una novela se lee antes que un libro de relatos o que una antología poética. La novela rara vez admite otras lecturas intermedias; los libros de cuentos o de poemas, casi las exigen,
Víctor Colden ha publicado un libro de relatos, La cinta verde , que en mi opinión le convierte en uno de los grandes narradores de la literatura española contemporánea. Bastaría para ello, en realidad, con el primero de los relatos, “Queda el río”, apenas veinte páginas, pero con tanto tiempo dentro que salimos de ellas conmovidos y enriquecidos, más sabios y más lúcidos. Quizás no hicieran falta más para hacerle un sitio a su autor en la historia de la literatura, al igual que a Julián Ayesta le bastaron las breves prosas de Helena o el mar del verano.
El amor perdido y encontrado, encontrado y perdido, como en el poema de Gil de Biedma, es el asunto de esas páginas, lo mismo que de las que siguen. Pero conviene no apresurarse, no pasar de inmediato a la historia que viene a continuación. No es un final de capítulo. Convine cerrar el libro y dedicarse a otras cosas antes de continuar.
Los dos relatos que siguen, “Lo inexplicable” y “Camanances”, bajan un tanto el diapasón, como para hacernos descansar de la intensidad lírica del anterior. “Lo inexplicable” está dedicado a Felipe Benítez Reyes, otro de los escritores de la misma estirpe que Víctor Colden. Juega al relato dentro del relato, en un esquema muy en la tradición decimonónica y en el origen oral del cuento: un grupo de amigos se reúnen en grata sobremesa y uno de ellos cuenta una historia. Es el único relato que incluye un elemento fantástico, aunque el narrador es un narrador no confiable y nos queda la duda de la veracidad de sus palabras. Pero la magia de “Lo inexplicable” no está en ese camarero misterioso y algo diabólico, sino en la evocación de un París invernal en el que el protagonista se siente como dentro de esos papeles de cristal con un paisaje dentro en el que nieva al darle la vuelta.
“Camanances” también juega con la estructura narrativa, en este caso un largo mensaje de audio y con el macguffin que le da título, pero el divertido autorretrato femenino que nos ofrece esconde un secreto que se entrevé al final.
Tras dos divertimentos, que son algo más que eso, el autor nos vuelve a demostrar en “Húsavík” que es algo más que un narrador que conoce bien el oficio y un brillante prosista, y en poco más de veinte páginas nos cuenta una historia, ambientada en Islandia, que habría podido dar para un novelón de muchas páginas si hubiera cedido a las presiones editoriales. Los paisajes de Islandia están descritos –sugeridos, más bien-- con mano maestra y la sutileza con que se nos muestran las perplejidades del personaje principal nada tienen que envidiar al gran maestro en estos menesteres, Henry James.
Al relato policíaco se aproxima “El año nuevo”, un ejemplo más de la maestría con que Víctor Colden, cuando parece contarnos una historia, está en realidad contándonos otra. No es el afán de recuperar unos sellos, para él muy valiosos, que quedaron en casa de su exmujer, lo que lleva al protagonista a efectuar un arriesgado allanamiento de morada, sino la nostalgia de un amor que sigue latiendo por debajo del odio en que parece haberse convertido.
Prosa lírica, al igual que la de Umbral (otro de sus maestros, aunque él prefiere citar a Cunqueiro), la de Víctor Colden y en ningún relato se muestra tan claramente como en “Azul Lorena”, donde el autor escribe en tercera persona, pero adoptando el punto de vista de uno de los personajes (el recurso lo inventó el autor de Otra vuelta de tuerca ), ese Manu fascinado por Lorena al que tantas veces han llamado “alelado” y “pasmarote” niño desde.
“La cinta verde”, el último relato, da título al libro, y de algún modo enlaza con el primero, donde el río Omaña es también una cinta verde y un perenne recuerdo de la felicidad encontrada y perdida, perdida y encontrada: “Dice Omaña y es una orla de plata y de oro, ve una mañana de julio, ve la gozosa libertad de cinco o seis amigos en bicicleta”.
Estos siete relatos son otras tantas
lecciones sobre el amor, lecciones magistrales, ciertamente, pero que no
aclaran el misterio de ese sentimiento “que mueve el sol y las demás
estrellas”, que tanta felicidad y tanto dolor trae consigo, y que resulta al
final de todas las experiencias y de todas las elucubraciones, como nos
recuerda el título de uno de los relatos, inexplicable.

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