Correo de Venecia y otros ensayos
Ángel Sánchez Rivero
Edición, introducción
y notas de Enrique Selva
Pre-Textos. Valencia,
2017.
Una época se caracteriza no solo por sus grandes nombres,
sino también por las figuras menores que están tras ellos y los sostienen. Los
años veinte no serían lo que fueron sin figuras como la de Ángel Sánchez
Rivero, ligado tan estrechamente a la Revista
de Occidente, que en ella dejó lo mejor de su reflexión intelectual, solo
póstumamente reunida en libro.
Era pocos
años menor que Ortega, pero enseguida –como tantos jóvenes de entonces– supo
reconocer su magisterio. Correo de
Venecia y otros ensayos –donde por primera vez se recopila su obra
dispersa– incluye en apéndice unas cartas a quien sería su mejor amigo de
juventud, Ricardo Gutiérrez Abascal, que pronto se haría famoso como crítico de
arte con el pseudónimo de Juan de la Encina. En ellas deja constancia de su
descubrimiento de Ortega y de lo trascendental que resultaría en su vida: “Sabe
usted que he asistido al curso de Metafísica de Ortega en la Universidad. Ya le
dije que como profesor es admirable. He tenido algunas conversaciones con él.
Es un valiente, amigo mío. Ha tenido la decisión de formarse una cultura
orgánica, la única cultura posible; fuera de eso no hay más que confusión,
charlatanería, nada”. La influencia de Ortega le lleva a aprender alemán y al
idealismo filosófico.
Ángel
Sánchez Rivero –primero como crítico de arte, luego como crítico de la cultura–
estaba destinado a ser uno de los nombres fundamentales del siglo XX, pero se
quedó en una sombra desvaída y menor por uno de esos inesperados golpes del
destino: murió en 1930, poco después de contraer matrimonio. Había nacido en
1888, el mismo año que autores tan dispares y fundamentales en la modernidad
como Gómez de la Serna, Pessoa y Eliot.
Para
preservar su memoria, Benjamín Jarnés –estricto coetáneo suyo y otro de los
pilares de la Revista de Occidente– reunió
parte de sus trabajos en Meditaciones
políticas (1934). Luego la guerra hizo que se le olvidara y hasta que, en
1997, Manuel Neila recuperó sus Papeles
póstumos. Fragmentos de un diario disperso, no volvimos a saber de él.
Ahora
reaparece, entero y verdadero, en el volumen que ha recopilado, prologado y
anotado, de manera ejemplar, Enrique Selva. Las setenta páginas del prólogo
constituyen un ejemplo de biografía intelectual, con todos los datos necesarios
para entender al hombre y a su tiempo, sin acumular superfluos, enfadosos alardes
eruditos.
Al comienzo
de la recopilación, y dándole título, se sitúa la última de las colaboraciones
publicadas de vida por Sánchez Rivero en la Revista
de Occidente, y sin duda su obra maestra. Pocas veces se ha escrito sobre
una ciudad de la que tanto se ha escrito con semejantes lucidez y belleza.
Una beca de
la Junta para Ampliación de Estudios le permitió, a partir de 1925, residir en
Italia, visitando sus principales ciudades, frecuentando sus museos. La huella
especial que le dejó Venecia tuvo también razones personales. Allí conoció a
una joven historiadora, Angela Mariutti (1900-1981), con la que acabaría
casándose.
La Italia
que recorrió Sánchez Rivero era la que parecía recuperar su grandeza perdida de
la mano del fascismo, movimiento que trata con cierto distanciamiento pero
también con simpatía. Es posible que, de haber vivido más tiempo, hubiera sido
uno de los intelectuales, seducidos por la cultura italiana, que como Sánchez
Mazas o Eugenio Montes contribuyeron a la creación de la Falange. De hecho, su
viuda, durante la guerra civil, participó en las actividades de la Sección
Femenina.
Sánchez
Rivero, siguiendo a Ortega, quiso siempre darle al ensayo dignidad literaria,
pero solo en “Correo de Venecia” se atrevió a hacer literatura, a demostrarnos
hasta dónde podría llegar si una cierta modestia intelectual no se lo
impidiera: “En el pretil del puente de Rialto hay un hombre apoyado. Sobre las
aguas del canal bailan destellos de las luces que salpican las fondamenta y las ventanas de los
palacios silenciosos. Tenues rumores suben por el aire tranquilo de la noche
estiva. El raso de la superficie se desgarra bajo las cuchillas de los
vaporcitos, y en las riberas se apaga el chapoteo de un incipiente oleaje. La
góndola se desliza, apenas empujada por la inclinación decisiva de su barquero.
Suena a lo lejos una canción cualquiera...” Ese hombre que escucha la canción
es Nietzsche, quien dejó constancia del momento en uno de sus poemas: “Apoyado
en el puente / estaba solitario / en la noche oscura. / De lo lejos venía /
hasta mí una canción. / Gotas de oro fluían / sobre el temblor del agua. /
Góndolas, luces, música”.
Pero
Sánchez Rivero no se limita a hacer literatura sobre Venecia, nos ofrece uno de
los más atinados análisis de su peculiar estructura política.
No es el
único tema tópico del que consigue darnos una visión original. También lo hace
sobre el Quijote y su interpretación
no gustó nada a Américo Castro, que le replicó con cierta aspereza. La
respuesta de Sánchez Rivero, recogida en este volumen, nos lo muestra como un
inteligente polemista, que sabía defender con diplomacia y buenas razones sus
puntos de vista.
El azar no
quiso que Sánchez Rivero llegara a ser lo que pudo haber sido. Pero lo que fue
basta para convertirlo en uno de los nombres que enriquecen un tiempo, la Edad
de Plata, central en la historia de la cultura española.
Esta falsa sociedad
ResponderEliminarte señala con el dedo.
–¡No digas eso! ¡No digas eso!–
Siempre presta a condenar,
–¡No digas eso!–
con su puño te aplasta,
su moral te desgarra.
–¡No digas eso! ¡No digas eso!–
Millones de ojos te miran.
Su juicio es implacable.
En esta sociedad detestable
la palabra no se hace carne.
® María Taibo
En la firma, la autora ha confundido el símbolo de marca registrada con el de derechos de autor. Debe decir: ©
EliminarEsta falsa saciedad
ResponderEliminarte recata con su velo.
¡Nórdico sexo! ¡Nórdico sexo!
Siempre presta fornicar
-¡nórdico sexo!-
con su muñón te apresta,
su morral te desangra.
-¡Nórdico sexo! ¡Nórdico sexo!-
Millones de ejes te giran.
Su jumento es indecible.
En esta saciedad detenida
la pantalla se hace cable.
Perez Ginferrer
Que me disculpe María Taibo, pero los comentarios a una reseña no son el lugar más apropiado para publicar poemas inéditos (y además se expone a anónimas parodias).
ResponderEliminarMuchas gracias por tu generosidad. Lo hago para ejercitar el músculo poético, como otros leen en bares. No me importan las parodias, las considero una forma lateral de la crítica.
EliminarPues a mi el Pérez Gin Ferrer me parece mejor que el Peregimferrer protoacadémico
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