sábado, 13 de enero de 2018

Joan Margarit, verdad y belleza



Un asombroso invierno
Joan Margarit
Visor. Madrid, 2017.

En el epílogo a Un asombroso invierno, Joan Margarit nos explica su concepción de la poesía: “El peor error que puede cometer un poeta es pensar que, al encontrar solo belleza o solo verdad, ya puede escribir el poema, porque detrás de una ha de seguir por fuerza la otra. La inspiración es, precisamente, ese acto tan raro y difícil que consiste en localizar un lugar donde sea bastante probable que puedan estar juntas e inseparables verdad y belleza”.
            Los poetas testimoniales, los poetas sociales, han tendido a sobrevalorar el primero de esos aspectos, también quizá en ocasiones el propio Margarit. En muchos de sus poemas hay una conmovedora, heridora verdad biográfica. Pensemos en su libro Joana, leamos el poema “Cuesta de Atocha”, casi al comienzo del nuevo libro: “Ellos dos van subiendo y nos cruzamos: / en la silla de ruedas, / sentado y encogido, solloza un hombre joven. / El padre, que la empuja, / echa hacia atrás los pies y, para hacer más fuerza, / estira cuando puede las fuerzas y los brazos. / Así, encorvado y tenso, / puede vencer apenas la subida. / Sé lo que siente: que se ha hecho viejo. / Por un maldito instante / compadezco a ese padre: un error, / puesto que él todavía tiene a su hijo. / Esbozo una sonrisa mientras van alejándose. / Desde un portal, / una mujer me mira con reproche. / No comprende en qué escena de amor se está metiendo”.
            El poema –como tantos de Joan Margarit– bordea peligrosamente la falacia patética: es la anécdota la que nos conmueve, no los versos que parecen atenerse a la simple anotación (salvo el último, que trata de darles otro sentido).
            A la confidencia autobiográfica, se añade la denuncia de tiempos oscuros: “Nunca he olvidado el pescozón de un guardia / que con voz fuerte y seca me decía: Habla en cristiano, niño. / Duró hasta que tuve cuarenta años: / la policía, en Cataluña, / llevaba a cabo interrogatorios / con torturas tan solo en castellano”.
            Joan Margarit nació en 1938. Su vida se divide exactamente en dos periodos de cuarenta años: los de la dictadura, los de la democracia. Comenzó publicando poemas en castellano, luego lo hizo en catalán; finalmente decidió no renunciar a ninguna de sus dos lenguas y sus libros últimos –los que le han convertido en uno de los poemas más leídos y admirados– aparecen siempre en edición bilingüe, debiendo considerarse ambas versiones como originales, ninguna como traducción. Un hermoso ejemplo de coexistencia de dos lenguas y dos tradiciones poéticas (hay un poema dedicado a Verdaguer y otro a Manrique).
            Gusta Margarit de la anécdota y del lengua directo, pero no es –o no es solo– un poeta confesional y conversacional. Sabe convertir la cotidianidad en símbolo, la viñeta biográfica en emblema existencial; darle una y otra vuelta de tuerca al lenguaje para que acierte a decir más de lo que está acostumbrado a decir.
            Un ejemplo, de los muchos que se encuentran en este libro, lo encontramos en el poema “Tramontana”: “Aúlla transparente, de una plaza a la otra / de piedras duras, lisas. / Hace brillar el mar, barriéndolo con furia. / Nos busca, nos conoce, era su viento. / Como suntuosos restos de una mitología / son el azul del cielo y el del mar. / Miro el pequeño puerto: ya no quedan / ni barcas ni veleros. En otoño se van / en busca de un amarre más seguro. / El insistente y sordo ruido del oleaje / y el del desafinado violín de cada ráfaga / son esa misteriosa respuesta del futuro. / Es la primera vez que lo escucho confiado. / Habla de ti y de mí. Y de un puerto seguro. / hoy que no quedan ya ni veleros ni barcas”.
            Poesía de senectud la de Un asombroso invierno. Poesía, sin embargo, que no mira hacia atrás más de lo necesario, que habla del presente con consoladora, pero nunca engañosa, sabiduría: “En lo alto de la noche, la mecánica cuántica / es un callado Homero que compone su Ilíada”.
            Hay confesión, pero sobre todo hay reflexión en este libro escrito desde la serena aceptación de la vida, con sus luces y sus sombras, y en el que abundan los poemas memorables (“Lucha libre” sobre la historia de España; “Cabalgadas” sobre las relaciones entre el sexo y el amor), porque verdad y belleza –de acuerdo con la intención del autor– caminan en él casi siempre de la mano.

3 comentarios:

  1. De niñas nos gustaba colarnos en las casas ajenas. Explorar patios, jardines y escaleras con la sensación de peligrosidad de estar en territorio ajeno. Hablo naturalmente de los grandes bloques de edificios de un barrio alejado de la ciudad. Saltábamos vallas y setos, nos arrastrábamos por huecos o trepábamos árboles para acceder a las zonas vedadas. A veces lográbamos incluso introducirnos en los palaciegos vestíbulos de los ascensores. Paseando un día por nuestra calle se presentó una oportunidad de incursión: la puerta de un garaje se abría lentamente. “Eh...”, gesticulé disimuladamente hacia mis dos amigas, deteniéndome junto a la puerta. “Vamos...” las animaba en bajito, mientras tres personas se aproximaban hacia la puerta arrastrando a otra en silla de ruedas; pero Leonor y Leticia no parecían muy entusiasmadas. “Venga...”, insistía yo, inclinando la cabeza hacia la puerta. Por fin las tres personas cruzaron el umbral y se dirigieron en sentido contrario al de nuestra marcha. Yo seguía parada frente a la puerta para ver si convencía a mis amigas cuando la persona que empujaba la silla de ruedas se dio la vuelta y me gritó: ¡Imbécil!

    ResponderEliminar
  2. Yo tengo la edición catalana (en Proa) y efectivamente tengo subrayados "Cavalcades" ("Cabalgadas") e "Instants" (supongo que "Instantes" en la edición de Visor. ¿Que te parece, JLGM, el titulado "Siglo de Oro"? Y otra pregunta: ¿Es afortunada la traducción de "Un hivern fascinant" como "Un asombroso invierno"?

    ResponderEliminar
  3. Bueno, la versión en castellano es del autor, así que no creo que sea cuestión de discutirla.

    ResponderEliminar