Suite italiana
Javier Reverte
Plaza & Janés.
Barcelona, 2020.
Hubo un tiempo en que los viajeros eran unos pocos
privilegiados y los libros de viajes el recurso de los que no podían permitirse
ese lujo o no tenían ánimo para emprender aventuras. Luego, cuando todo el
mundo pudo viajar, los libros de viaje nos permitían anticiparnos o comparar
después nuestras experiencias con las de alguien más informado.
Suite
italiana se subtitula “Un viaje a Venecia, Trieste y Sicilia”, lugares
hasta hace menos de un mes al alcance de la mano y hoy tan inasequibles como la
más remota aldea amazónica.
Volvemos a
la lectura de libros de viaje como consuelo de nuestro forzado sedentarismo y
lo primero que nos sorprende en esta obra epigonal del experimentado viajero
que es Javier Reverte –recordemos El sueño de África, de 1996-- resulta
comprobar que se trata menos de un viaje por un país que por un puñado de
libros, los enumerados en la bibliografía final.
Más de la
mitad de esta Suite italiana, quizá el ochenta por ciento, podría
haberse escrito sin salir de casa. Javier Reverte nos cuenta, con buen pulso
divulgativo y periodístico, la historia de Venecia, la de Sicilia, con especial
hincapié en la tremebunda historia de la Mafia. Nos habla también de un puñado
de escritores que realizaron parte de su obra, o a veces lo fundamental de su
obra, en esos lugares: Thomas Mann y La muerte en Venecia, James Joyce y
el Ulises, Rilke y las Elegías de Duino, Lampedusa y El
Gatopardo.
No cabe
duda de que Javier Reverte se ha informado bien y le leemos con gusto, aunque
muchas de las cosas que cuenta resulten consabidas para el lector interesado en
estos temas.
La parte
estrictamente viajera es de menor interés. De Venecia se nos cuenta que se
alojó en un hotel caro y malo --da su nombre para disuadir a otros-- y que tomó
varios cafés, a un precio prohibitivo, en el Florian. Poco más, aunque
compensado con muchas citas de otros escritores.
Suite
italiana está escrito entre los años 2018 y 2019, según se indica al final
del mismo, pero el viajero, nacido en 1944, es claramente un hombre de otra
época. No duda en manifestar sus prejuicios xenófobos. Detesta a los turistas
asiáticos y afirma distinguir a los grupos japoneses de los chinos en que los
segundos se pasan todo el día escupiendo. Entra en una iglesia ortodoxa, la
veneciana San Giorgio dei Greci, y escribe esas increíbles palabras: “No sé
absolutamente nada sobre la liturgia de Bizancio, pero siempre he tenido la
impresión de que sus sacerdotes son una pandilla de juerguistas amantes del
buen vino, con apariencia de no haberse lavado desde que los sacaron de la pila
bautismal. Sus ceremonias tienen poco que ver con las católicas, tan solemnes
estas. Los clérigos, gordos y olorosos, como cochinos adultos, asoman de los
cortinajes oscuros que ocultan el interior del santuario, bendicen, condenan,
rezan o suspiran, y luego se esconden en la sacristía como lechones aterrados”.
Nos frotamos los ojos y volvemos: no se puede ser más gratuitamente ofensivo.
Por si fuera poco, añade que la misa ortodoxa, no es “una conmemoración del
sacrificio de Jesús como la liturgia de Roma”, sino “un esperpento y una burla
de su credo”. Consideraciones semejantes aparecen en otras páginas.
Comparado
con este despropósito, la insistencia en que los turistas no saben hacer
fotografías y siempre que les pide que le hagan una le sacan sin piernas nos
hace sonreír. Baste un ejemplo. Atravesando el estrecho de Mesina, le pide a
una chica que le haga una foto: “La tiró a contraluz, con lo cual el retratado,
visto ahora, puedo ser yo o cualquier otro ser humano de fisonomía lejanamente
parecida a la mía. Y como era previsible, acometida la muchacha por la misma
obsesión mutiladora de la mayoría de los turistas, aparecí en la imagen
resultante con las piernas amputadas”.
----Pero,
hombre de Dios –nos dan ganas de decirle al bueno de Javier Reverte--, si usted
se colocó a contraluz, ¿cómo quiere que la chica no le hiciera una foto a
contraluz? Otra cosa, cambie su cámara analógico –ya le va a ser difícil
encontrar carretes—por otra que le permita ver de inmediato cómo ha quedado la
foto para así, si no le gusta, pedir que la repitan. Y si quiere aparecer de
cuerpo entero, dígalo, hombre, dígalo, y no nos aburra luego contando que
siempre le cortan las piernas, como si no hubiera fotos excelentes sin que
aparezcan las piernas (vea las que usted mismo incluye en la parte gráfica de
Lucky Luciano, Salvatore Giuliano o el propio Giuseppe Tomasi Lampedusa.
Tampoco
parece muy apropiado, ni demasiado verosímil, describir de esta manera a la
intérprete que le asignan cuando visita la casa de Lampedusa: “Era una chica
muy rubia, de piel nacarada, y llevaba un ligero vestido de verano que, cuando
se agachaba, deja al aire sus pechos, libres de sujetador, muy pequeños y muy
blancos, coronados por dos cerezas sonrosadas”. Pero ¿cuándo tiene que
agacharse tanto una intérprete que deje sus pechos al aire?
Un hombre
de otro tiempo Javier Reverte. Su Suite italiana interesa
por lo que tiene de libro de libros y de incitación a leer otros libros de
viajeros por Italia y a releer La muerte en Venecia o El Gatopardo.