Por
regiones fingidas
Felipe
Benítez Reyes
Renacimiento.
Sevilla, 2020.
Pocos escritores tan personales y plurales
como Felipe Benítez Reyes, poeta de excepción, narrador inclasificable,
ensayista paradójicamente perspicaz. En la literatura española, quizá
únicamente Ramón Gómez de la Serna sería capaz de comparársele, pero él añade a
la imaginación ramoniana un mayor rigor estilístico, nunca condesciende –como
más de una vez el creador de las greguerías—con el apresurado borrador.
Por
regiones fingidas puede considerarse una obra menor, y quizá lo sea, pero
incluye paradójicamente varias obras maestras. Reúne textos, ingeniosamente
bienhumorados, escritos a lo largo de veinte años, entre 1998 y 2018. La
agrupación en cuatro “series de invenciones”, con elaborados títulos y
subtítulos, no disimula del todo lo que tiene de cajón de sastre.
En
la primera serie, “Pompas fantásticas”, encontramos un apólogo árabe (variación
del famoso “El jardinero y la muerte”, de Cocteau), un cuento chino, un
episodio bíblico (de frutal y transgresor erotismo), una fantasía kafkiana que
se burla de su comienzo poco original, una metaliteraria fábula rusa y un
goloso cuento de Navidad, además, entre otras ocurrencias, de páginas del
diario del hombre invisible y de “El caballo cobarde (Una alegoría para
niños)”, espléndida recreación de los cuentos tradicionales, con algo de homenaje
a los relatos poéticos de Oscar Wilde.
El subtítulo de la serie
es “Laboratorio de procedimientos narrativos” y tiene bastante de cuaderno de
ejercicios. Pero se trata de ejercicios llevados a cabo con mano maestra, no
exentos del raro humor marca de la casa, y que quizá deban ser leídos
espaciadamente (como los poemas en un libro de poemas), ya que la acumulación
de virtuosismo puede provocar fatiga en los lectores habituales de narrativa.
Un
variado conjunto de microrrelatos, ese género un tiempo tan de moda, son “Las
ficciones en vilo”. Si hubiera que subrayar algunas de estas miniaturas,
señalaríamos “Las edades del hombre” –magia, nostalgia y neuralgia--, una
peculiar historia de la ilusión en relación con los Reyes Magos; “Bicicletas”,
tan preciso en sus evocaciones (“la bicicleta del cartero Elías era un ruido de
hierro negro”, “la bicicleta del afilador ambulante parecía un instrumento de
tortura: echaba chispas, chirriaba”, “la bicicleta del repartidor de leche
sonaba a estropicio de cristales y aluminio”), “Morituri”, el pasado y el
futuro del hombre compendiados en las rutinarias llamadas telefónicas a los
padres ancianos, y muy especialmente –para mi gusto-- ese sintético y
eutrapélico capítulo de novela picaresca que es “La venganza líquida y fría”.
Pero abunda el material dónde escoger en este muestrario entreverado con el
relato de algún sueño.
La
sección más sorprendente del conjunto es la tercera, “Formulaciones
tautológicas”, en la que surreales parábolas vienen acompañados por “collages”
del propio Benítez Reyes, realizados a partir de las ilustraciones de revistas
decimonónicas (el “collage” es un violín de Ingres muy frecuente en ciertos
poetas españoles, de Adriano del Valle a Juan Lamillar.
Algunos comienzos
bastarán para darnos cuenta del tono: “Dadas su peculiaridades de carácter, a
Pablo, hijo único del magistrado Ferré, le buscaron sus padres una novia
invisible”; “La viuda Losange tenía tan mala conciencia por ser hermosa que,
cada vez que uno de sus pretendientes la invitaba a cenar, ella siempre pedía
como segundo plato chuletas de chivo expiatorio”; “A la señorita Kazlauskas la
llevaron presa porque tenía la cabeza demasiado gorda incluso para ser
lituana”.
Todo el peculiar sentido
del humor de Felipe Benítez Reyes –heredero de las eutrapelias vanguardistas--
se encuentra en estas fantasmagorías sin moraleja ni pretensión trascendental.
Con
una “Muestra de los milagros urbanos de los que ha quedado constancia en el
archivo histórico provincial de Cádiz”, tres breves relatos fantasiosamente
realistas, concluye un heterogéneo y a la vez muy homogéneo volumen que abunda
en los chisporroteos del ingenio de un escritor que todo lo que toca lo
convierte en espléndida literatura.
EL ÚLTIMO HOMBRE
ResponderEliminarToda la humanidad había encontrado el paraíso perdido: los conventos. Se aupó al cielo y se cerró la costilla.
NOTA DE DIARIO
EliminarNadie me llama por mi cumpleaños, y me siento como si hubiera aprobado un examen.
Una especie de Macedonia de frutas con salero parece ser
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