Jardín concluso
(Obra poética 1999-2009)
Guillermo Carnero
Edición de Elide
Pittarello
Madrid. Cátedra,
2020.
En la cubierta de Jardín concluso, figura un busto de
mujer, de autor anónimo, en el que la mitad del rostro muestra una apariencia
juvenil y la otra los huesos de la calavera. La imagen ha sido escogida por el
propio autor, como todas las figuran en las portadas de sus libros, según nos indica
en el prólogo Elide Pittarello, y podría simbolizar el núcleo germinal de su
poética: la podredumbre que acecha tras la belleza humana, la caducidad del
vivir frene a la perennidad del arte. También podría simbolizar algo más,
aunque de ello no se hayan percatado ni la estudiosa ni el autor: la dualidad
en la figura de Guillermo Carnero, poeta y catedrático, poeta que no confía ni en
la inteligencia ni en la cultura de los lectores y por eso necesita estar
dándoles continuas explicaciones.
Explicaciones
a veces tan minuciosamente obvias que pueden acabar destruyendo la gracia del
poema, como las aclaraciones de un chiste. Es el caso de “Lección de música”,
escrito imitando la insinuación picaresca de la poesía rococó, pero sin que
ello oculte –y necesita decírnoslo por si no nos damos cuenta—“la experiencia
personal transparentemente aludida –una felación”.
En la
portada del libro figura “edición de Elide Pittarello”, pero la hispanista
italiana se limita a firmar una extensa introducción –más de doscientas
páginas-- en la que desarrolla las buenas ideas que el autor tiene sobre sí
mismo (por supuesto, las alusiones de “Lección de música”, la “experiencia
personal” simbolizada por la flauta, son aclaradas en varias páginas). Todas
las notas, según se nos indica, han sido redactadas por el propio Guillermo
Carnero, quien no duda, aprovechando dos versos (“qué es el sabor a roble y el
posgusto, / qué lleva la langosta Thermidor”), en darnos en nota una lección
sobre el vino (“La calidad y la cotización de un vino, especialmente tinto,
depende de su tiempo de envejecimiento”, comienza la explicación) o la receta
de la langosta Thermidor: “se prepara rellenando los caparazones cortados por
la mitad con la carne de la langosta, troceada y salteada después de cocida,
más el líquido procedente de la cabeza, bechamel, pimienta de Jamaica, nuez
moscada, estragón, mostaza y vino blanco. Se espolvorea finalmente con gruyer o
parmesano, y se gratina”.
Caricaturizar
al Guillermo Carnero catedrático de sí mismo resulta fácil, demasiado fácil.
Tampoco la editora-testaferro --se limita a glosar muy por extenso las
indicaciones del poeta-- sale siempre bien parada. Glosando la cubierta de Fuente
de Médicis, un impactante autorretrato de Arnold Böcklin, escribe: “Finalmente,
la vasta isotopía de la oscuridad que caracteriza la poesía de Guillermo
Carnero tiene aquí su correspondencia icónica y cromática en el fondo negro de
la cubierta que absorbe la mayor parte del contorno del cuadro reproducido.
Entre la palabra y la imagen los signos de la muerte rompen fronteras”. Parece
ignorar la estudiosa que ese fondo negro es el obligado en la colección en que
apareció el libro tras ganar el premio Loewe, la colección Visor.
Las citas y
referencias implícitas a otros poetas, a veces muy remotas, son cuidadosamente
aclaradas, pero a pesar de ello el lector puede encontrar alguna en la que el
poema no ha reparado (en muchos casos son inconscientes). Una estrofa de “Mujer
escrita”, de Verano inglés, dice así: “Dónde estarás ahora, bajo qué luz
distinta / relucirá tu piel acariciada. / Quién te verá tenderte entornando los
ojos / como cae la sombra sobre la paz de un río”. ¿Cómo no recordar “París,
postal del cielo”, de Jaime Gil de Biedma, y los versos en que se pregunta por
“el sitio perdido” en que estará ahora su antiguo amor “y en los brazos de
quién”?
Antes de
hablar del poeta, del gran poeta, quizá a pesar de sí mismo y de sus
aclaraciones, que es Guillermo Carnero, no quisiera dejar de referirme al
“Esbozo biográfico” que incluye en este volumen. Parece escrito a dos manos:
por el propio poeta y por alguien que se esfuerza en caricaturizarle. Dice
cosas muy sensatas sobre sus antecedentes familiares y sobre sus inicios
literarios, pero de pronto se detiene en un incidente de su época estudiantil
(un protesta contra un profesor por la que varios estudiantes fueron
expedientados) y recurre a los archivos de la Universidad y a los periódicos de
la época para explicar su participación y la sanción que recibió. Una “falsa
coartada” (la declaración de varios profesores y un bedel) le permitió librarse
“del mayor castigo (la expulsión del distrito universitario, que cayó sobre 37
compañeros), pero (como otros 24), no del más leve, el nuevo pago de las tasas
del curso académico 1966-1967”. En nota, copia las informaciones aparecidas en
la prensa, sin caer en la cuenta de que todas ellas contradicen su información:
37 estudiantes fueran expulsados del distrito de Barcelona, 24 perdieron la
matrícula y en tres casos hubo “sobreseimiento sin sanción” (se mencionan los
nombres, el primero de ellos Carnero Arbat, Guillermo”.
Y aún hay
más cosas llamativa en este “esbozo autobiográfica”, tras enumerar todos sus
premios y galardones, como suele aparecer anónimamente en las solapas de los
libros, añade: “En 1995, conocí a E. G. Q., con quien mantuve una intermitente
y tormentosa relación entre 1997 y 2007, fruto de la cual han sido los cuatro
libros de poesía que se reúnen en este volumen, más el último publicado hasta
ahora, Carta florentina”.
No aclaran,
ni él ni la presunta editora, por qué este Jardín concluso no incluye
ese último libro. Seguramente, por exigencias editoriales, pero eso convierte
en papel mojado mucho de lo que se dice sobre la coherencia del volumen.
Pero
vayamos a la poesía, que es lo que más nos debería importar. Tras muchos años
de silencio, en los que parecía que el catedrático había ganado la partida al
poeta (Guillermo Carnero, cuando no se ocupa de sí mismo, es un excelente
investigador), la publicación en 1999 de Verano inglés supuso un pequeño
acontecimiento: en esos versos había todo lo que faltaba en los anteriores:
emoción, humor, incluso un punto de frivolidad, un culturalismo que no
ocultaba, sino que acentuaba, la experiencia personal que había detrás. Parecía
que Guillermo Carnero, arrepentido de su militancia novísima, se había rendido
a la por él tan denostada “poesía de la experiencia”. Los versos iniciales nos
remitían al culto desenfado de Luis Alberto de Cuenca: “En la tensión del nudo
de tu blusa / duplican su latido tus tacones / sin alterar la esfera del helado
/ que te zampas feliz, guiñando un ojo”.
Como
arrepentido de ese libro feliz, que parecía escrito en estado de gracia,
Guillermo Carnero volvió a ser el de siempre con el siguiente, Espejo de
gran niebla, un extenso poema que reflexiona sobre la noche oscura del alma
que sucede al desengaño amoroso sin ninguna concesión a la anécdota. Más
transparente se vuelve en los dos libros siguientes, ambos dialogados, Fuente
de Médicis y Cuatro noches romanas. Vuelve la ambición
recapitulatoria de su experiencia personal en Carta florentina, no
incluido en esta recopilación, aunque forma parte de la serie. Y queda fuera
también un libro, que el autor considera menor, pero que a mi entender es el
mejor de los suyos: Regiones devastadas, donde los poemas actúan “con la
intensidad de un chispazo” –según él mismo indica—y no necesitan ser muy
largos, al contrario de los que se basan en “el pensamiento poético”, que
“tiende a ser discursivo y autoproductivo”. Pero el pensamiento poético de
Carnero, bastante tópico y algo primario, es como el argumento de las Soledades
de Góngora: lo que menos importa, apenas un pretexto para una sucesión de
fulgurantes imágenes irisadas de connotaciones irracionales y culturales. Un
poeta ambicioso y verdadero, pero un pésimo editor de sí mismo, solo o con
ayuda de la acrítica crítica académica. Mejor leerle en las ediciones sueltas
que en esta apelmazada edición enciclopédicamente escolar.
Me temo JLGM que no habrá muchos comentarios sobre Carnero.
ResponderEliminarArtificioso, difícil con alevosía, culturalista pasado de tuerca...Habrá ganado muchos reconocimientos y cátedra, pero no lectores.
"Tendrá cátedra y no coche..." yo lo intenté leer en mi juventud. No emociona, requisito para la gran poesía.
Salud
Si no te quema
Eliminarni te muerde al leerlo,
no es un poema.
NAVIDAD ANTE EL TELEVISOR
ResponderEliminarAntaño te asomabas
entre el rumor de los preparativos
de cenas y comidas,
sin tiempo para sentirte
verdaderamente convocado.
Hoy dejas que este Aleph despliegue
toda su filantropía.
Carnero podrá preparar la edición de su Obra para la posteridad de la manera que quiera, tomando todas las precauciones habidas y por haber. El problema es que su poesía no pasará a la posteridad.
ResponderEliminarTodos los que frecuentamos las librerías de viejo estamos acostumbrados a ver bellas y muy cuidadas ediciones de "Poesías Completas" de poetas del siglo XIX totalmente desconocidos hoy.
No sabemos si Carnero pasará o no a la posteridad (a la inmediata, yo creo que sí: en las universidades se estudia y se estudiará su obra), pero el argumento de las librerías de viejo no vale: también están llenas de Divinas Comedias, Eneidas, Cantos de Leopardi y otras maravillas; quien las frecuenta, lo sabe bien.
ResponderEliminarQue las librerías también estén "llenas de Divinas Comedias, Eneidas, Cantos de Leopardi y otras maravillas" es normal, puesto que son obras que han pasado a la posteridad y se han editado muchas veces. Lo anormal es encontrar en dichas librerías ediciones muy completas y muy cuidadas (como la de Carnero) de poetas desconocidos hoy, como por ejemplo las de un Juan de Dios Peza en 3 volúmenes, con un prólogo de Manuel G. Revilla, publicada por la Casa Editorial Garnier Hermanos (París, 1890) en la que puede leerse al principio la frase: "única colección autorizada por el autor" - todo lo cual indica bien que Peza era un poeta muy conocido y celebrado en su época (como Carnero hoy) totalmente olvidado 110 años después de su muerte.
Eliminar"¡Oh tú ! mi lirio blanco, mi virgen pudorosa,
a quien adoro ciego, con férvida pasión,
cuando te miro y te hablo, mujer la más hermosa,
no sé qué aliento mágico me quema el corazón."
"Ahogaré con mis sueños tu quebranto
y mi ser que al mirarte se arrodilla
pondrá sus labios, al beber tu llanto
trémulos de pasión en tu mejilla."
A Baltasar G. M. le gusta descubrir Mediterráneos: que poetas y no poetas muy conocidos en su tiempo luego solo son conocidos por los especialistas o ni siquiera por ellos. Y le gusta hacer de profeta: Carnero no será conocido (aunque esté hoy en todos los manuales que hablen de la poesía española del siglo XX). Pues para saber si esa afirmación es cierta o no tendremos que esperar a que pase el tiempo (me temo que ni "Baltasar" ni yo estaremos allí para verlo).
Eliminar"para saber si esa afirmación es cierta o no tendremos que esperar a que pase el tiempo"
EliminarNo, para saberlo basta conocer un poco la gran poesía y leer a Carnero, de la misma manera que en 1890 bastaba conocer la poesía de San Juan de la Cruz, Garcilaso, Fray Luis, Quevedo, Góngora o la de un V.Hugo o un Baudelaire para darse cuenta de que los versos de Peza no eran ni siquiera poesía.