Recuerdos
literarios (1943-1959)
Charles David Ley
Edición de José
Esteban
Renacimiento.
Sevilla, 2023.
Aquel Madrid de más de un millón de cadáveres (según las
últimas estadísticas) era también, para muchos un Madrid de vino y rosas, de
alcohol servido generosamente en las reuniones literarias y de juegos florales.
El
hispanista Charles David Ley, que desde 1939 había sido profesor en el
Instituto Británico de Lisboa, a partir de 1943, y hasta 1952, lo fue en el de
Madrid. De esos años nos habló en La Costanilla de los Diablos (1981),
unas memorias literarias que ahora se reeditan acompañadas de La cueva de
Salamanca, que completa sus años españoles con la rememoración de los que
pasó en esa ciudad como profesor universitario hasta 1959.
Esos tiempos
oscuros desde tantos puntos de vista no lo fueron del todo desde el literario.
El nuevo régimen, con Juan Aparicio como astuto Goebbels, quiso contrarrestar
la propaganda de los exiliados (y la mala fama que le había dado el asesinato
de Lorca), apoyando la creación literaria, que tenía cabida —y era a menudo bien pagada— en
los suplementos culturales y en las varias revistas que se crearon por
entonces, de La Estafeta Literaria a Fantasía o El Español.
Los escritores tenían total de libertad, siempre que no se metieran en
política, según el sabio consejo del caudillo. Incluso revistas que no parecían
subvencionadas, como Garcilaso, también lo estaban de manera indirecta:
a su director, José García Nieto, se le apoyaba con sustanciosas colaboraciones
en la prensa del Movimiento.
Chales David Ley de inmediato entró
en contacto con los nuevos valores de entonces y con los consagrados. Aparte de
su simpatía personal, y de que a partir de 1943, cuando se comenzó a comprender
que Alemania no ganaría la guerra, Gran Bretaña fue gozando cada vez de más
simpatías, en las reuniones que organizaba en su casa siempre abundaba el
alcohol, segura manera de ganarse las voluntades.
De la situación política se habla
poco en el libro. No faltan, sin embargo, algunos detalles significativos.
Sorprendente resulta lo que nos cuenta de un primer viaje a España, poco
después de terminada la guerra. Un exsoldado que volvía a casa y con el que se
encontró en el tren, le preguntó qué le parecía España y al responder
educadamente que muy bien, le replicó: “Media España en la cárcel y la otra
mitad muriéndose de hambre y usted dice que muy bien”. No parece muy verosímil
esa libertad de expresión en esos momentos.
Más verosímil resulta la respuesta
de José María de Cossío en la tertulia del Lion cuando alguien, bajando la voz,
sacó a colación la costumbre de la policía española de dar palizas a los que
interroga: “Eso, supongo yo, es un procedimiento común a todos los países.
Seguramente que en Inglaterra también harán lo mismo”. Y Ley añade: “Yo creía
que no, pero no me parecía de buena educación decirlo”.
Sorprende también lo que afirma cuando, en la Salamanca de los cincuenta tuvo un problema con una alumna: “En aquellos años, se seguía el principio americano de que el estudiante tiene siempre razón frente al profesor”.
Tanto La Costanilla de los
diablos como La cueva de Salamanca, menos centrado en el mundo
literario, están llenos de pequeños detalles que reflejan la época mejor que
cualquier voluminoso tratado sociológico. Sentado el autor en la terraza del
Gijón con Leopoldo Panero, que entonces se ganaba la vida como censor, pasaron
dos mujeres que trabajaban como limpiadoras en el Instituto Británico. Ley las
saluda y el poeta comenta muy extrañado: “Veo que también conoce usted a gente
del pueblo”.
Aparte de los jóvenes de entonces,
Baroja es presencia constante. Por entonces era la figura literaria más
popular, todo un personaje, con su tertulia llena de personajes que parecían
sacados de cualquiera de sus novelas.
Especial interés tienen las páginas
dedicadas a Cernuda, a quien visita varias veces en Londres. Le lleva varios
números de Garcilaso para que conozca lo que se está haciendo entonces
en Espala y Cernuda los hojea con displicencia: “No me gustan. Son versos muy
medidos”.
Asistimos al trato familiar que
Cernuda tenía con la familia de Leopoldo Panero: “Cernuda hablaba mucho con el
niño pequeño de los Panero, que se le vino a sentar en las rodillas”. Ese niño,
Juan Luis Panero, evocaría luego la relación con el poeta en sus memorias y en
el primer poema de Galería de fantasmas: “Allí también, / tantos días,
mañanas frías de colegio, / soñoliento, cogido de su mano. / ‘Luis Cernuda te
quiere mucho’, / y la última visita a Harrod’s, / mientras envolvían su regalo
de despedida, / un pequeño barco pintado de rojo”.
Cela, en estos años, más que un escritor
notable es casi un señor feudal. Durante una cena en su casa, cuando un
invitado se siente indispuesto, Cela le ofrece la habitación de uno de sus
secretarios, que esa noche podría acostarse en el sofá de la sala. Los
secretarios, si hemos de hacer caso Ley, eran como sirvientes dispuestos para
todos. Y de la misma manera imponía su voluntad a los otros escritores.
Pero el auténtico protagonista de
los dos tomos de estas memorias, el ya conocido y el inédito, es el poeta Roy
Campbell, uno de los pocos poetas de lengua inglesa que apoyó a los franquistas
en la guerra civil. Reiteradamente se nos cuentan sus aventuras y desventuras
etílicas, sus fanfarronerías, las disparatadas conferencias a las que le
invitaba para compensar sus ditirambos al régimen.
Los nuevos escritores, los
representantes de la que luego se denominaría generación del cincuenta, no
parece que traigan un nuevo clima moral a aquella España. Ignacio Aldecoa, tras
volver de Mallorca donde participó en el guion de una película anglo-española,
comenta en el Gijón: “Ahí estaba el gran maricón de Lord Maugham y todo un
grupo de maricas inaguantables. Así es el cine internacional”.
Por lo que cuentan y por lo que
dejan entrever, no tienen desperdicio estas Memorias literarias. Lo que
sí tienen son abundantes descuidos en la edición. “No traduzco más que a
Wilderlin y a Shakespeare”, responde Cernuda cuando le proponen una traducción.
¿Quién será ese Wilderlin? Seguramente Hölderlin.
“Sentado el autor”, creo.
ResponderEliminarPues si el protagonista es Roy Campbell, alegría. Más interesantes y divertidas estas memorias.
ResponderEliminarMe pece interesante ese tipo de anécdotas, y agradezco siempre tu generosidad al compartir.
ResponderEliminarUn abrazo