martes, 6 de agosto de 2024

Humor y verdad

 

 

Lorenzo Gomis
Mediodía. Antología poética 1951-2005
Edición de Alejandro Duque Amusco
Papers de Versàlia. Barcelona, 2024.

¿Hay poetas de primera, segunda y tercera división, como ocurre con el fútbol? Quizá sí, y abundan los que juegan en equipos de aficionados. Cuando pasa el tiempo, los del primer nivel se incluyen en las antologías de poesía universal; los del segundo, en las de poesía nacional y los del tercero en las selecciones autonómicas y provinciales.

            ¿Qué lugar ocupa Lorenzo Gomis, ahora que se cumplen cien años de su nacimiento, en la poesía española? Se dio a conocer tempranamente, con la obtención del premio Adonáis en 1951, siendo uno de los adelantados de su generación, la del medio siglo. Pero a ese libro inicial, El caballo, con un humor entre surrealista y naif, le siguió un largo período de silencio. El periodista discreto y excepcional pareció ocupar el lugar del poeta. El mismo año de 1951 fundó Gomis la revista El Ciervo, que todavía sigue publicándose tantos años después, y fiel al espíritu primero: un humanismo de raíz cristiana.

            Tardó Gomis en volver a publicar y siempre lo hizo en lugares marginales, sin alzar la voz, sin querer ocupar el primer plano. Su generación –Valente, Gil de Biedma, Claudio Rodríguez-- pasó, tras ir acaparando las preferencias de los lectores y de los nuevos poetas, a situarse en un lugar de honor en la historia de la literatura; a él no pareció importarle demasiado no figurar en ningún recuento.

            Alejandro Duque Amusco, atento estudioso de poetas como Aleixandre y Bousoño (con los que el tiempo no está siendo demasiado benévolo), antologa a Gomis en Mediodía y en su inteligente prólogo habla de “expresionismo irracionalista”. Luego añade que su poesía “parece escrita por un alma de niño que ama la travesura, el decir cosas que dejan en evidencia la actitud de las personas sensatas y convencionales. Es a veces un grito, un estallido de originalidad, la broma lacrimosa del circo. Su truco consiste en caricaturizar el mundo para hacérnoslo ver en su verdadera dimensión, menos seria e importante de lo que creemos”. La emparenta con el postismo de los años cuarenta –esa vanguardia fugaz que quiso volver del revés el envarado neoclasicismo de la época-- y, sorprendentemente, con Gloria Fuertes.

            Pero la lectura del historiador de la literatura no es la del lector común. Comenzamos a leer, o releer, los  poemas de Mediodía y el tiempo, como es habitual, parece haber emborronado bastantes de ellos. Siguen sorprendiéndonos algunos de los poemas de El caballo, pero nos aburren un tanto los poemas de largo aliento como El hombre de la aguja en el pajar o Jonás, comidilla de ángeles, de los que se seleccionan prescindibles fragmentos.

Con cierto escepticismo nos enfrentamos a Los restos de Ampurias, de 1975, un libro escrito en sonetos. ¿Sonetos a estas alturas? Sí, pero de un tono conversacional, que rehúye todo énfasis y no busca el final rotundo a lo que tanto se presta esa estrofa. Y sonetos que dicen lo de siempre con una dicción coloquial y una emoción perdurable: “A veces pienso que algo se prepara. / Cada mañana veo en el espejo / un hombre que me mira, un hombre viejo, / un viejo que me mira, cara a cara. / No le conozco, pero –cosa rara-- / me mira con sonrisa de conejo / y me coge el cepillo, si le dejo, / y se afeita en mis barbas, y no para. / Y no para y no para de imitarme. / No sé si es un actor o es un abuelo, / un viejo actor que estudia bien mis gestos / o un abuelo que viene a consolarme. / Es más viejo que yo, ya es un consuelo, / mi compañero de los ratos estos”.

            Gusta Gomis, como gustaron los postistas, de la métrica tradicional, pero dándole una vuelta de tuerca, forzando sus costuras sin temer el ripio. Acierta con lo más difícil, el rescate de la cuaderna vía, la monótona estrofa de los poemas de Berceo. Ya aparece en uno de los poemas que se antologan de Oficios y maleficios, “Empresa de lavado”, pero donde consigue sus mayores logros es en El libro de Adán y Eva, un pequeño milagro de imaginería y humor. Por esa obra –haya jugado como poeta en primera o segunda división, aunque más bien parece haber jugado a esconderse-- merece Gomis ocupar un perdurable lugar en la biblioteca de cualquier buen lector.

            El humor se lleva bien con la poesía, siempre que no pretenda ser tenida por los críticos como gran poesía: el calificativo se reserva para lo dramático y lo sublime. En El bostezo del león, publicado medio siglo después del primer libro, vuelve Gomis a la fantasía lúdica de su obra primera, pero ahora sin veleidades surrealistas, y a acercarse al mundo de las fábulas. No abandona los sonetos coloquiales y como improvisados de Los restos de Ampurias y se incluye un autorretrato, “Debajo de la gorra”, que entremezcla humor y reflexión existencial de magistral manera.

Póstumamente, en 2009 (el poeta había muerto en 2005), apareció Fanfarria, donde diversos tonos se entrecruzan y hay una serena aceptación del final: “Morir es hacer sitio a los que quedan / Es invitar los nietos a la vida / Llamarles a crecer para que puedan / Jugar al ajedrez de su partida”. Afirma en el prólogo haber descubierto “un soneto nuevo, cómodo para mi uso, que no he visto hasta ahora en ningún sitio”. La presunta novedad estaría en convertir el soneto inglés en soneto petrarquista continuando las rimas del serventesio anterior en los dos versos finales; otra es la novedad de este libro “caprichoso, abierto, que se deslíe en el aire”.

            ¿No ocupa en el ranking de la poesía española Lorenzo Gomis uno de los primeros lugares? Ni lo ocupa ni pretendió ocuparlo nunca. Está donde siempre quiso estar, en un cortés segundo plano.

Comenzamos a leerlo con cierto escepticismo y acabamos encontrando en él la mejor compañía, participemos o no de unas creencias religiosas (“Dame alegría para dar el salto / al cielo que me tienes prometido”), que tienen poco que ver con jerarquías y dogmas: “La sola sensación de estar en casa / Bastará para ver que eso es el cielo”. La sensación de estar en casa, una casa a la vez ajena y propia, se siente a menudo en los versos de Lorenzo Gomis.

 

 

1 comentario: