miércoles, 31 de julio de 2024

La luz de los veranos

 

José Carlos Llop
Si una mañana de verano, un viajero
Alfaguara. Barcelona, 2024.

José Carlos Llop, más poeta en sus novelas y en los escritos memorialísticos que en sus libros de poesía, evocó en Solsticio los veranos de su infancia y ahora hace lo mismo con los de su madurez. En uno y otro caso, estuvieron ligados a una casa concreta, frente al mar, en la isla de Mallorca. Su pérdida, desencadena la evocación. “Se canta lo que se pierde”, escribió Machado, y Llop ha sido siempre fiel a esa poética.

            Sorprende que en un libro lleno de nombres de escritores –y de músicos y de pintores-- no se mencione ni una vez a Italo Calvino, de cuya novela Si una noche de invierno un viajero procede el título; tampoco se menciona a Esther Tusquets, autora de El mismo mar de todos los veranos, hermoso endecasílabo repetido en más de una ocasión.

            El libro se estructura en capítulos, más o menos coherentes, pero en realidad es un conjunto de apuntes que pueden funcionar, y quizá mejor, sin el excipiente que trata de cohesionarlos.

            La preparación del dulce de membrillo se equipara a la escritura de una novela. Pero en el hermoso pasaje (“La mañana se iba desperezando y el perfume de los membrillos (y del agua donde los había escaldado unos minutos) se mezclaba con la humedad de la tierra en otoño, el aroma del ciprés y la visión de la higuera, sus hojas mustias, a punto de caer”) disuena como un algo impostado pegote.

            Afirma Llop que su libro “no es una novela y tampoco una biografía; que no es ficción  y tampoco autoficción, términos, los cuatro, que no creo que jamás se planteara el naturalista Gerald Durrell al escribir Mi familia y otros animales, Bichos y demás parientes y El jardín de los dioses”. Algo, bastante, de autoficción hay en los libros de Gerald Durrell, paralelos a los de su hermano Lawrence, que cuentan su estancia infantil en una isla griega.

Uno de los capítulos de Si una mañana de verano, un viajero (sobraría la coma), “El príncipe de Baluchistán”, remite al Durrell naturalista, pero a Llop le falta su sentido del humor. Su empaque y su continuas referencias librescas y museales remiten más a La celda de Próspero donde el otro Durrell, el autor de El cuarteto de Alejandría, narra su estancia en Corfú.

            Hay más capítulos centrados en algún personaje, como el desaparecido ermitaño Benet, y dos historias de amor –Pandémica y Celeste--, junto a frecuentes alusiones al archiduque Luis Salvador, presencia constante en Mallorca, al menos en la Mallorca que más le interesa a Llop.

            Disuena en este libro, dedicado a evocar los muchos veranos –treinta y tres, precisa—pasados en una casa junto a un pequeño puerto y una cala pedregosa “abierta al mar transparente y su fondo de luces de colores”, las páginas dedicadas a su contagio “del maldito virus de Fu-Manchú”, como él lo llama. Ocurrió en 2022, durante un viaje a Oporto. “La cepa debió ser colonial: de Angola”, explica con mentalidad tintinesca, “porque no fue un covid ligero como era la norma en Mallorca entonces”. Y la consecuencia de la enfermedad fue que sus sueños, que antes eran los de un poeta simbolista, pasaron a ser los de un escritor realista. En una de esas enumeraciones a las que resulta tan aficionado, evoca sus sueños antes de ser contaminado por “el virus chino”: “Añoraba el universo encerrado en el festín de Baltasar y la escritura misteriosa –Mane, Tecel, Fares-- sobre los muros de palacio; añoraba la lluvia incesante salida de una escena de Wong Kar-wai; añoraba los arcos y puertas de la Alhambra de cuando tenía diecisiete años y viví en Granada con mis padres; añoraba a mis amigos que ya no están y los escenarios desde donde me visitaban como si aún estuvieran, los viajes a otras épocas y paisajes luminosos, las visiones de Jünger, la catedral armenia de París, la penumbra y el oro de Rembrandt, los enigmáticos poemas que olvidaba al despertar, las calles y plazas de Burdeos: el quartier de Saint-Seurin, Goya y su sombrero de candelas, la sinagoga…”. La enumeración termina con una humorada: “Ser un escritor realista, aunque sea en sueños, tiene algo de condena en vida”.

            Un escritor realista es, sin embargo, Llop en las mejores pasajes de Si una mañana de verano, un viajero, en los que se olvida de referencias cultistas y objetos de anticuario (incluso su perra, cuando se detiene, se convierte “en una pieza de despacho art déco) y de contarnos esos sueños –anteriores al contagio con la cepa “colonial” del virus-- en los que el paisaje de su infancia se convierte en un diorama y “en la página iluminada de un Libro de Horas”.

            Da la impresión de que en esta obra al autor se le va el santo al cielo, por decirlo así, más que en otras obras suyas. Y no me refiero a que sitúe “I faraglioni” de Capri en la costa amalfitana (un lapsus menor), sino a párrafos como el que nos cuenta que una tarde, “a la hora de la siesta”, recuerda la casa de Moravia en Sabaudia y a Pasolini y un amigo dedicados “a contemplar los cuerpos como si se tratara de estatuas de bronce junto al mar, ese vicio romano anterior a la vida de Adriano” y luego, “a las pocas horas” (larga siesta) “la mujer que nadaba desnuda frente a mí” (y que no se ha mencionado antes) “era una princesa armenia nadando en el Helesponto, más allá del exilio de todos los tiempos”.

            Mejor que ese escritor amanerado que llena su prosa de bibelots, el escritor realista que va a recoger alcaparras: “Uno de los ermitaños nos ha abierto la cancela del jardín interior –austeridad mediterránea y conventual: piedra gris, tierra pedregosa y roja, ladrillos con imágenes religiosas, verde de romero y las uvas, todavía pequeñas, que caen en racimo de las parras—y hemos empezado a recogerlas a la sombra del parral. Silencio monástico. Solo el zumbido de alguna mosca y el tímido cacareo de dos gallinas jóvenes, como si hablaran entre sí y al llegar nosotros guardaran sus secretos en voz baja”.

            No necesita Llop modos de refinado esteta de otro tiempo para ser el gran escritor que es; todo lo contrario. Ni escribir en verso –al final del libro incluye un poema suyo que puede confirmarlo-- para convertir el borroso barro del recuerdo en el oro de la poesía.

 

              


3 comentarios:


  1. "José Carlos Llop, más poeta en sus novelas y en los escritos memorialísticos que en sus libros de poesía..."

    Comienzo memorable del artículo (porque Llop es un poeta de octava o novena categoría).

    "ese escritor amanerado que llena su prosa de bibelots"

    Excelente definición de su prosa...

    "el gran escritor que es"

    Conclusión sorprendente a un artículo que demuestra lo contrario... (artículo que sin embargo deberían estudiar todos los aspirantes a críticos literarios).

    *

    "la catedral armenia de París"

    En París hay dos catedrales armenias: la Cathédrale Saint-Jean-Baptiste de Paris (15 rue Jean Goujon) y la Cathédrale Sainte-Croix de Paris des Arméniens (13 rue du Perche).

    Y así es cómo demuestra Llop que sus enumeraciones, destinadas a "épater" al inculto ibérico, son puro exhibicionismo literario al alcance de cualquier pedante.

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  2. Yo matizo más mis opiniones. No veo el mundo en blanco y negro ni creo que, todo lo que no esté a la altura de Baudelaire, deba ser rechazado.

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  3. Aunque no siga una línea temporal parece interesante.

    Gracias por compartir. Un abrazo

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